El Santo del día
11 de mayo
San Francisco de Jerónimo
![](https://televid.tv/wp-content/uploads/2021/05/11-SAN-FRANCISCO-DE-JERONIMO-286x300.jpg)
Oración a San Francisco de Jerónimo
San Francisco de Jerónimo, patrono de los enfermos, te pedimos que interceda ante Dios por aquellos que están enfermos. Con tu amor y compasión, bríndales consuelo y fortaleza en sus momentos de dificultad, y concédeles la sanación que tanto necesitan.
Amen.
Esa mañana del 6 de abril de 1694, el cielo azul era el preludio de un típico día de primavera, pero aunque la temperatura comenzó a aumentar drásticamente al filo del mediodía –algo inusual en esa época del año–, los bulliciosos napolitanos continuaron inmersos en sus acaloradas discusiones sociales y comerciales; los marinos en sus animados jolgorios en las tabernas del puerto; las prostitutas pregonando sus atractivos en las puertas de los sofocantes burdeles; los estafadores afinando sus técnicas para timar incautos; los ladrones agazapados en las esquinas al acecho de sus potenciales víctimas; las damas aristocráticas exhibiendo por las calles sus joyas y encantos y en las plazas, el jesuita Francisco de Jerónimo, llamando a todos al arrepentimiento.
Y en el momento en que con voz fuerte predijo que era inminente el castigo divino, empezó a trepidar la tierra, el cielo se tornó plomizo al influjo de las densas nubes de vapor que surgieron intempestivamente de la amenazante boca del Vesubio y el rugido ensordecedor que emergía de sus entrañas enmudeció a todos, menos al osado jesuita que –por encima del estruendoso bramido del enfurecido volcán– elevó el tono implorando la protección celestial y de inmediato fue rodeado por miles de aterrorizados y contritos napolitanos dispuestos a confesarse y a aceptar duras penitencias con tal de que por la súplica del santo amainara la ira de Dios, pero fue necesario que durante una semana Francisco de Jerónimo, orara ininterrumpidamente, predicara con unción, escuchara la confesión pública y colectiva de los napolitanos y realizara al domingo siguiente una comunión general al final de la cual –después de lanzar un espantoso bufido–, el Vesubio se sacudió con estertores de moribundo y al finalizar la tarde, volvió a su sueño habitual, que fue aprovechado por Francisco de Jerónimo –antes de que empezaran a vitorearlo– para esconderse en su convento.
Francisco de Jerónimo (nacido en Grottaglie, Italia, el 17 de diciembre de 1642), era el hijo mayor de una piadosa familia de pequeños comerciantes, que se ocupó de formarlo con los más acendrados principios cristianos los cuales asimiló con probada devoción, tanto, que a los nueve años una vez recibida la primera comunión, comenzó a enseñar catecismo a los más pequeños (incluidos sus dos hermanos menores que luego fueron sacerdotes), actividad que incrementó al ingresar al Convictorio de san Cayetano, que más que un colegio era un seminario menor –regido por sacerdotes diocesanos– en el que afinó su vocación, recibió la tonsura y a los 17 años fue enviado a Tarento en donde comenzó sus estudios avanzados en el afamado colegio jesuita, para acceder al sacerdocio, pero la muerte de su madre lo obligó a hacer un paréntesis de un año tras el cual continuó en Nápoles su preparación en derecho canónico y civil, filosofía y teología.
Por fin en 1666, fue ordenado sacerdote –a los 24 años– y se quedó en el Gesú Vechio, como prefecto de disciplina durante tres años; concluido ese ciclo, ingresó a la Compañía de Jesús y cumplido su año de noviciado le asignaron la región de Lecche, como campo de su evangelización a la que se aplicó con tal celo que en cuatro años recorrió a pie todos los pueblos de 500 kilómetros a la redonda, en los que cosechó una ingente cantidad de conversiones, hecho que acrecentó su entusiasmo por las misiones en Asia, pero sus superiores consideraron que era más útil en Nápoles, decisión que aceptó con humildad y entusiasmo.
Por ser el puerto más importante del sur de Italia, vivían en Nápoles, bereberes, ortodoxos, griegos, soldados retirados, mercenarios, marinos, ladrones, prostitutas, timadores, musulmanes, aventureros de toda laya, artesanos, expresidiarios y pobres de solemnidad provenientes de todas partes que llegaban en busca de la redención económica y en esa lucha encarnizada por la supervivencia se despedazaban entre todos, pero esa penosa situación cambió diametralmente desde que Francisco de Jerónimo se hizo cargo de su evangelización en el muelle, en las calles, plazas, iglesias, cárceles, hospitales, hospicios, a mañana, tarde y noche, de domingo a domingo, celebrando eucaristías en todas partes –incluidas las galeras atiborradas de presos–, atendiendo en el confesionario largas filas de penitentes. Como si eso fuera poco, socorría a los más pobres con las limosnas que recaudaba en su peregrinaje permanente por toda la ciudad, dinero que milagrosamente le alcanzaba para sostener asilos para niños y ancianos abandonados, prostitutas arrepentidas, viudas mendicantes y dirigía la Congregación Mariana de Artesanos, que creó con el fin de garantizarles salarios justos, además organizó un fondo para asegurarles ingresos en épocas de vacas flacas y mientras hacía todo esto oraba, ayunaba y a su paso se multiplicaban los milagros.
Ese extenuante apostolado (que redimió completamente a Nápoles), lo sostuvo durante cuarenta años sin desmayo, hasta que la muerte lo venció en medio de la tristeza de los napolitanos, a los 74 años, el 11 de mayo de 1716. Fue canonizado por el papa Gregorio XVI, en 1839. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a san Francisco de Jerónimo, que nos fortalezca para mantenernos activos como obreros, en la viña del Señor.