Perder al compañero de toda una vida es una realidad dura. Afrontar la soledad y todo lo que implica la viudez es un momento de profundo cambio y ruptura con la dinámica que hasta ahora se había vivido en una familia o en una pareja. Pero, sea como sea, la fe nos demuestra que ahí no termina nuestra existencia; que incluso nuestro ser amado que partió a la casa de Dios desearía vernos plenos y felices. 

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Es común que el viudo tienda a encerrarse en su dolor, a no querer compartirlo con nadie y por ende a no socializar ni seguir adelante con su vida, lo cual lo lleva a terminar aislándose en las 4 paredes de su casa. De pronto esto tiene que ver con una especie de remordimiento y pudor que los hace sentir mal por volver a sonreír, por salir a la calle…pero nada más equivocado que eso.  Ese ser amado que está en el cielo lo único que quisiera para su compañero (a) de vida es que siguiera disfrutando de su existencia de la mejor manera; jamás querría verlo triste y aislado.