El Santo del día
22 de septiembre
Santo Tomás de Villanueva
Oración a Santo Tomás de Villanueva
Hombre de caridad y compasión sin límites, que dedicas tu vida al servicio de los necesitados, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos tu corazón generoso para amar a los pobres, inspíranos a compartir lo que tenemos con los demás. Que en cada acto de caridad encontramos la presencia divina, y en cada gesto de ayuda, mostramos el amor de Cristo. Santo Tomás de Villanueva, ejemplo de solidaridad y entrega, ayúdanos a vivir con desprendimiento y generosidad. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos seguir tu ejemplo y vivir el mandamiento del amor.
Amén.
Mientras las 300 familias de la Villa de Cullera dormían apaciblemente esa noche del 11 de junio de 1552, Dragut, un temido forajido que tenía azotada la región, entró con sus hombres a la aldea como un huracán y metódicamente saqueó y destruyó casa por casa hasta dejar a los pobladores con lo que tenían puesto, en la mitad de la plaza. Cuando Tomás de Villanueva, arzobispo de la cercana ciudad de Valencia, se enteró, acudió en su auxilio y con el grupo de clérigos y monjas que lo acompañaban, se dedicó a alimentar a los damnificados a repartir trigo, ropa, mantas, enseres y con mil ducados –dinero que había tomado de las rentas de la arquidiócesis–, comenzó inmediatamente a reconstruir la aldea, a reponer los bueyes, las acémilas, las vacas, las yuntas, arados y aunque repartía a manos llenas, los recursos nunca se acababan y al cabo de unos meses las familias de la villa estrenaron casa con todos sus enseres, herramientas y cada una recibió dinero suficiente para empezar su propio negocio.
Tomás García Martínez (oriundo de Villanueva de los Infantes, España, y nacido a principios de diciembre de 1486), creció en un hogar acomodado y caracterizado por la acendrada generosidad de sus padres que semanalmente repartían –los viernes–, más de la mitad de lo producido en sus haciendas durante la semana: trigo, pan, leche, queso, carne, amén de que las prendas, cobijas y diversos bordados de uso casero que todos los días confeccionaban su madre y sus criadas, también eran entregados a los pobres que nunca faltaban en la puerta. Impregnado de ese altruismo, el pequeño Tomás, siempre regalaba sus trajes, sus zapatos y la comida.
Como además era un estudiante brillante, a los 16 años ingresó a la Universidad de Alcalá de Henares, en donde obtuvo el título de maestro en letras, artes y filosofía y se convirtió en el mejor profesor de este claustro, pues todos los alumnos querían estudiar con él, pero en 1516, aunque le ofrecieron un jugoso salario en la Universidad de Salamanca, se impuso su vocación religiosa y en esa ciudad ingresó al Convento de San Agustín, con el nombre de Tomás de Villanueva y luego de especializarse en teología, fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1518 y cinco meses después ya era el prior del mismo monasterio de Salamanca.
Muy pronto las homilías de Tomás de Villanueva lograron tantas conversiones que su fama llegó a oídos de Carlos V y por eso cuando fue nombrado prior, en Valladolid –sede temporal del gobierno–, el monarca que asistía a todos sus sermones le concedió el cargo de predicador oficial de la corte. Después de regir varios conventos y ser superior provincial, Tomás de Villanueva fue –a pesar de su enconada resistencia– nombrado arzobispo de Valencia, por expresa petición del emperador. Para empezar, con los cuatro mil escudos que le entregaron como dote por su consagración episcopal, reconstruyó el hospital general de la ciudad destruido por un incendio y a continuación se dedicó a restaurar la arquidiócesis que estaba abandonada, a enderezar a sus laxos sacerdotes, a sacudir la olvidada fe de los feligreses con sus conmovedores sermones y a repartir entre los desamparados, las limosnas que alcanzaban para todos y por eso ningún pobre se iba a casa con las manos vacías. Tenía un hospicio dentro del palacio arzobispal para acoger y educar a los niños que dejaban abandonados en la entrada.
Toda esta labor la redondeaba Tomás de Villanueva, con la atención a los enfermos a los que curaba milagrosamente, pero siempre les exigía que no se lo contaran a nadie. Su austeridad, riguroso ascetismo, permanente ayuno y extenuantes jornadas de oración, lo debilitaron y cuando estaba a punto de morir, Tomás de Villanueva le exigió a su obispo auxiliar que no volviera a su lado hasta dejar en manos de los pobres el último céntimo de los cinco mil ducados que había en caja y expiró con una sonrisa en los labios, el 8 de septiembre de 1555, cuando su ayudante retornó con las manos vacías. Fue canonizado por el papa Alejandro VII, en 1658. Por eso hoy, 22 de septiembre, día de su festividad, pidámosle a santo Tomás de Villanueva, que nos enseñe a ser pródigos con los pobres.