El Santo del día
22 de mayo
Santa Rita de Casia
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Oración a Santa Rita de Casia
Oh Santa Rita de Casia, modelo de amor y entrega,
Tú que viviste en el mundo entregada a la oración,
A ti acudo en este momento en busca de ayuda,
Para que intercedas por mí ante el Señor.
Tú que conociste el dolor y la adversidad,
Que viviste momentos difíciles con fortaleza y valentía,
Ayúdame a superar mis obstáculos y pruebas,
Y a encontrar en la fe la fuerza para seguir adelante.
Santa Rita, madre de los que sufren y los necesitados,
Escucha mi súplica y concédeme tu bendición,
Para que pueda encontrar la paz y la felicidad,
Y ser siempre un ejemplo de amor y bondad.
Te lo pido con humildad y con toda mi devoción,
Seguro de que tu intercesión será mi salvación.
Amen.
Como su admisión ya no tenía reversa, la madre superiora quiso hacerle la vida imposible y le encomendó a Margherita Lotti –aparte de los oficios más duros y humildes– que regara a mañana y tarde una raíz muerta, a lo que se aplicó con amor y abnegación sin prestarle atención a las burlas de las demás hermanas. Su actitud estoica, el cuidado maternal que prodigaba a las viejas monjas enfermas y su obediencia sin fisuras, le ganaron la simpatía y el respeto de las que en principio la despreciaban. Mayor fue la admiración que despertó cuando de la planta muerta empezó a emerger un corpulento viñedo que en poco tiempo ya estaba preñado de robustos racimos, con los que desde entonces se abastecieron de vino la despensa y el altar del monasterio.
Antonio Mancini y Amata Ferri, un matrimonio piadoso y de avanzada edad que gemía por no tener descendencia, se mantuvo en permanente oración por varios años, hasta que Dios les concedió a su hija Margherita Lotti, que nació el 22 de mayo de 1381, en el poblado de Casia, cerca de Asís, en Italia. Por lo tanto Rita –como la llamaron cariñosamente–, era en sí misma un milagro y desde muy niña lo ratificó. Cuando apenas balbucía, sus palabras preferidas eran Jesús y María y absorbida por ellas, se pasaba orando y meditando, en el oratorio que en su propia casa le acondicionaron sus padres; pero ellos, a pesar de su evidente vocación religiosa, optaron por desposarla con un duro exmilitar: pendenciero, bebedor y mujeriego, que la sometía a toda clase de vejaciones; pero Rita, respondía siempre con amor, devoción y oración por su conversión y lo logró, 18 años después, cuando sus gemelos ya eran adolescentes; pero la dicha le duró poco porque su esposo fue asesinado y como no pudo disuadir a sus hijos de su obsesión por vengar la muerte de su padre optó por pedirle a Dios que más bien se los llevara, lo que ocurrió antes de un año de la muerte de su cónyuge.
Libre de toda atadura, Rita se presentó al convento de las agustinas de Santa Magdalena, pero no fue aceptada por su condición de viuda (pues solo recibían mujeres solteras); entonces en soledad intensificó su oración y redobló su amor por los pobres a quienes auxiliaba con limosnas que recogía en la calle; sin embargo su anhelo por ingresar a una orden religiosa continuaba lacerando su corazón, hasta que una noche –cuenta la tradición–, se le aparecieron san Agustín, san Juan Bautista y san Nicolás de Tolentino y la transportaron hasta el interior del convento de las agustinas y cuando las monjas llegaron a la mañana siguiente, para cumplir con sus oficios religiosos en la capilla (que estaba con sus ventanas cerradas y sus puertas bajo llave), encontraron a Rita en éxtasis, orando y bañada por un suave halo de luz blanca. Entonces la superiora que le había negado la entrada, al contemplarla, no tuvo más remedio que admitirla.
En adelante Rita de Casia sacó a relucir sus dotes de conciliadora, se convirtió en la consejera de las hermanas más jóvenes, y ejemplo de misticismo; como en su oración le pedía insistentemente a Jesucristo, que le permitiera sentir el dolor de su pasión. Una noche un rayo de luz salió de la cruz ante la que rezaba y una aguda espina se le clavó en la frente, estigma que tuvo que soportar en los restantes quince años de vida, que entregó a Dios, a los 76 años, el 22 de mayo de 1457, tras cuatro años de dolorosa postración. Como el pueblo se desbordó para contemplarla durante varias semanas, no pudieron enterrarla y aún su cadáver se mantiene incorrupto en la urna original. Fue canonizada por el papa León XIII, en 1900. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Rita de Casia que nos ayude a lograr lo que creemos inalcanzable; por algo es la patrona de los imposibles.