El Santo del día
17 de noviembre
Santa Isabel de Hungría
Oración a Santa Isabel de Hungría
Oh Santa Isabel de Hungría, Tú que viviste una vida de humildad y amor, Y dedicaste tu vida a servir a los más necesitados, Te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Ayúdanos a seguir tu ejemplo de caridad y compasión, Amar a nuestros semejantes y cuidar de los menos afortunados. Que podamos ser instrumentos de la gracia de Dios en el mundo, Y que nuestras acciones reflejen Su amor y misericordia. Santa Isabel de Hungría, ruega por nosotros Para que podamos vivir vidas de servicio y amor a los demás, Y alcanzar la gracia de Dios en este mundo y en el próximo. Santa Isabel, tú que eres modelo de abnegación y devoción, enséñanos a ver a Cristo en el rostro de los necesitados. Ayúdanos a compartir generosamente nuestras bendiciones con los que menos tienen y a actuar siempre con bondad y compasión. Que a través de tu intercesión, podamos encontrar la fuerza y el coraje para ser instrumentos de la paz de Dios en un mundo lleno de desafíos y sufrimiento. Que nunca nos cansemos de ayudar a quienes sufren y seamos fuente de esperanza para quienes están desesperados. Santa Isabel de Hungría, ruega por nosotros, para que podamos seguir tu ejemplo de fe, caridad y humildad. Que tu vida nos inspire a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y ser fuente de amor y bondad para todos aquellos con quienes nos encontramos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Los pobladores desesperados vagaban como espectros cazando lo que encontraban a su paso, devorando a sus animales domésticos (caballos, bueyes, perros, gatos), frutos, hojas y raíces de los árboles, para paliar esa terrible hambruna, que en 1226 se enseñoreó de Alemania, pero con mayor sevicia, del Ducado de Turingia y por eso al final del año, los caminos estaban atiborrados de cadáveres cuya pestilencia flotaba pesadamente en el ambiente y esparcía diversas enfermedades las que a su vez redoblaban el número de víctimas. Sin embargo en medio de la tragedia, un ángel llamado Isabel de Hungría (que regentaba a Turingia porque su esposo, el duque Luis, estaba ausente), se multiplicaba para consolar a los agonizantes, envolver a los muertos en sábanas –elaboradas por ella misma con sus damas de compañía– y enterrarlos con sus propias manos.
Isabel mantenía las puertas y graneros de su castillo abiertos para albergar y alimentar a los habitantes de su feudo y a los que no cabían allí, les repartía en las afueras de la muralla generosas raciones diarias y guardaba porciones que entregaba personalmente, en sus casas, a los enfermos y lisiados y llevaba las cuentas para que los avivatos no repitieran. Puso en funcionamiento tres hospitales: el primero destinado a las mujeres, el segundo para los niños y en el tercero atendía a todos en general. Cuando el brote desapareció, convocó a las mujeres y hombres sanos –de todas las edades–, los equipó y envió a cultivar el campo; al año siguiente, los graneros del castillo estaban llenos y los estómagos de sus vasallos, también. Y los pobladores afirmaban que gracias a Isabel de Hungría, Turingia, gozaba de buena salud.
Isabel, hija del rey Andrés II de Hungría y sobrina de santa Eduviges de Silesia, nació en 1207 y a los cuatro años fue prometida a Luis, el heredero del Ducado de Turingia y por esta razón –era la usanza de la época– fue llevada y educada en la corte de su suegro, Herman, un noble piadoso que la recibió como a una verdadera hija, la educó con esmero y le infundió una profunda devoción cristiana de la que también hizo partícipe a su primogénito, con quien la niña compartía su tiempo libre y aunque la boda había sido concertada por intereses políticos, los jóvenes se enamoraron perdidamente y cuando en 1221, falleció el duque Herman, Luis que ya contaba 21 años, se casó con Isabel –que acababa de cumplir 14–, en una discreta ceremonia, porque la novia rehusó la pompa de las bodas reales y exigió que el dinero que habría de gastarse en ese acontecimiento, fuera destinado para socorrer a los pobres y ella misma lo repartió con la complacencia y el respaldo de su esposo.
De ahí en adelante, se manifestó la proverbial caridad de Isabel de Hungría, dado que diariamente alimentaba a cientos de personas y las vestía; atendía con humildad y amor a los enfermos, para los que construyó un hospital que personalmente dirigía y sostenía. Pero todo se vino al piso en 1227, cuando el duque Luis, que desde el año anterior se había incorporado a la cruzada convocada por el papa Gregorio IX, al llegar a Otranto, (Italia) para reunirse con el grueso de la tropa comandada por Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, murió a causa de la peste que asolaba la región. Entonces Isabel de Hungría fue expulsada por sus cuñados y deambuló varios meses con sus tres hijos viviendo de la caridad de sus súbditos, hasta que al regresar los nobles que acompañaban a su esposo, exigieron que le restituyeran sus bienes y derechos.
No obstante, decidió abandonar todo y en 1228, formuló sus votos en la Tercera Orden de San Francisco y aunque no se recluyó en un convento, Isabel de Hungría se fue a vivir en las afueras de Marburgo, en una humilde casa, que convirtió en hospital al que dedicó el resto de sus mermadas fuerzas (producto de los constantes ayunos y largas jornadas de oración y penitencia) que la abandonaron y dicen algunos de sus biógrafos, que santa Isabel de Hungría murió de físico agotamiento, el 17 de noviembre de 1231, cuando apenas contaba 24 años y fue canonizada cuatro años después, en 1235, por el papa Gregorio IX. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Isabel de Hungría, que nos enseñe a desprendernos de todo, para ayudar a los necesitados, que son el rostro de Jesús.