El Santo del día
3 de enero
Santa Genoveva de París
Oración a Santa Genoveva de París
Oh Santa Genoveva, ejemplo de fe inquebrantable y dedicación al servicio de los demás, hoy recurrimos a ti en busca de tu valiosa intercesión. Tú, que en tiempos difíciles mostraste fortaleza espiritual y amor por tu comunidad, ruega por nosotros ante el Señor. Concede, oh bondadosa santa, tu guía y protección a aquellos que enfrentan adversidades y desafíos en sus vidas. Inspíranos a seguir tu ejemplo de entrega total a Dios y de generosidad hacia los necesitados. Que tu legado de amor por los demás y tu firmeza en la fe sean un faro de esperanza en nuestras vidas. Santa Genoveva, ruega por nosotros para que, siguiendo tus pasos, podamos contribuir al bienestar de nuestros semejantes y vivir en la paz del Señor.
Amén.
La espesa polvareda levantada por el febril galope de la temida caballería de Atila, que como una plaga de langostas arrasaba todo a su paso, ya se insinuaba en el horizonte y por eso los habitantes de la incipiente París, que estaban al tanto de la devastación causada en el centro de Europa, por las salvajes hordas del “Azote de Dios”, intentaban salvar lo que podían: los ricos sus valiosas pertenencias y los pobres, su vida, que era el único tesoro que poseían e igualados por el pavor se apretujaban para alcanzar las salidas de la rica villa. Cuando la confusión alcanzó el paroxismo surgió Genoveva, una mujer menuda de cuerpo pero gigante de espíritu, llamando a la calma a los aterrorizados pobladores que en principio no le pararon bolas; más al insistir en la necesidad de arrepentirse y de implorar la misericordia divina, un crecido número de hombres desesperados, dirigió su impotencia contra ella y estuvieron a punto de lincharla, pero fueron las mujeres cargadas de niños y de pánico, quienes la protegieron formando un escudo de oración a su alrededor dentro del cual Genoveva afirmaba con plena certeza: “No importa que los hombres huyan si no son capaces de luchar. Nosotras, las mujeres, rogaremos tanto a Dios, que Él, atenderá nuestras súplicas”.
Lo repitió con tal vehemencia que quienes antes intentaron hacerle daño se le unieron y tras varias horas de fervientes plegarias, el estrépito de los cascos, los relinchos y los intimidantes aullidos de los guerreros mongoles –que durante ese lapso se percibían en la distancia como una amenaza latente–, se alejaron rumbo a Orleans, sobre la que descargaron su ira. Al sentirse libres de la amenaza de los Hunos, los parisinos exultantes de gozo, vitoreaban a Genoveva, que sin envanecerse los invitó a llenar los templos de la villa para darle gracias a Dios, el verdadero autor del milagro.
Genoveva (nacida en Nanterre, cerca de París, en el año 422), era hija de unos campesinos propietarios de una estancia mediana en la que criaban ovejas a las que pastoreaba desde muy pequeña y en la soledad de los apriscos, la niña practicaba con fervor las oraciones aprendidas de su piadosa madre y evocaba las épicas historias que ella le contaba noche a noche sobre las vidas de los mártires. Entonces sin poder contenerse, daba rienda suelta a su devoción imitando los ayunos y mortificaciones corporales de los santos con tal fervor, que los vecinos la citaban como ejemplo de piedad para los demás infantes y por eso no fue extraño que el obispo san Germán de Auxerre (que en su viaje a Inglaterra, como legado del papa san Celestino, debió pernoctar en Nanterre y aprovechó esa coyuntura para celebrar una eucaristía), se fijará en la fervorosa niña –que apenas contaba ocho años– y con el permiso de sus progenitores la consagraran a Dios, promesa que Genoveva complementó con un voto de castidad perpetua que –tras la muerte de sus padres–, observó con mayor rigurosidad en París, adonde se fue a vivir con su madrina.
Ya en Lutecia –así se llamaba París en esa época–, combinó su vida austera y de penitencia con una abnegada labor social que incluía a los pobres, enfermos, viudas, ancianos y niños abandonados. Aunque los más desvalidos la percibían como un ángel, algunos poderosos presumían que Genoveva representaba un peligro por sus constantes denuncias contra la opresión y desigualdad de las que era objeto el pueblo liso y llano. Otro sector la tildaba de loca porque Genoveva evangelizaba en las calles y proclamaba el castigo divino de no mediar el arrepentimiento y por eso fue objeto de burlas, insultos, vejaciones e inclusive en varias ocasiones la agredieron pero ella sin arredrarse continuaba arengando a la población como sucedió cuando Atila, en el 451, enfiló sus baterías contra París, pero gracias al liderazgo de Genoveva, que logró unir en oración a todos sus habitantes, los Hunos, inexplicablemente, dejaron en paz la ciudad.
Aunque pregonaba que ese milagro era obra de Dios y no suya, los parisinos que le atribuían todo el mérito, la convirtieron en su protectora y hasta las autoridades antes de promulgar leyes o tomar decisiones se las consultaban. Eso fue lo que hicieron cuando al morir el rey Childerico, su hijo Clodoveo sitió a París para reclamar el trono (y dado que el hambre estaba diezmando la población), acudieron a Genoveva, quien a pesar de su ancianidad eludió el asedio y en una barca recorrió el curso del Sena y regresó cargada de provisiones –nunca se supo en dónde las consiguió– y tan sigilosamente como salió, entró con ellas y así la población se salvó de la hambruna. Desde ese momento, Genoveva de París se convirtió en el bastión espiritual de la ciudad y al morir el 3 de enero del 502, cuando contaba 80 años, el pueblo espontáneamente la proclamó como la Santa Patrona de París. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a santa Genoveva de París, que nos proteja de los enemigos de Dios.