El Santo del día
4 de enero
Santa Ángela de Foligno
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Oración a Santa Ángela de Foligno
Oh Santa Ángela, mujer de profunda fe y entrega a Dios, hoy acudimos a ti buscando tu intercesión ante el Señor. Tú que experimentaste la transformación espiritual y el amor divino de una manera única, ruega por nosotros para que encontremos la fuerza para seguir el camino de la verdadera conversión y entrega. Enséñanos, oh santa fiel, a vivir en plenitud el amor de Dios y a reconocer su presencia en nuestras vidas. Que podamos, como tú, abrir nuestros corazones a la compasión y al servicio generoso a los demás. Que tu ejemplo de humildad, arrepentimiento y búsqueda constante de la voluntad de Dios inspire nuestras vidas. Santa Ángela, intercede por nosotros para que podamos crecer en la fe y la caridad, y así, acercarnos más al amor infinito de nuestro Creador.
Amén.
Al morir su madre, Ángela de Foligno se sintió desamparada porque aparte de que ella había sido la persona más influyente en su educación aristocrática y mundana, era su confidente, cómplice y gestora de su matrimonio con el hombre más apuesto y apetecido de Foligno, de cuyo brazo alcanzó la cúspide social de la ciudad. Paulatinamente su aflicción se fue esfumando con las delicadas atenciones que le prodigaba su afectuoso marido, quien al cabo de unos meses falleció intempestivamente y su pérdida la sumió en una profunda melancolía que la alejó de la vida cortesana, más el amor abnegado de sus hijos le hizo más llevadera su soledad durante algún tiempo, pero una extraña enfermedad se ensañó con ellos y antes de finalizar el 1285, cuando Ángela de Foligno contaba 35 años, ya no quedaba ninguno. En medio de su airada congoja, se dedicó a culpar a Dios de sus desgracias, hasta que su tono exasperado se fue suavizando y dio paso a una plegaria serena y ávida de conocer la voluntad divina; buscando respuestas se encomendó a san Francisco de Asís, que una noche se le apareció en sueños y le indicó que muy pronto encontraría el camino y así fue, pues al otro día Ángela de Foligno, urgida por un inexplicable deseo interior, visitó la iglesia de san Feliciano y quedó tan conmovida con el sentido sermón que escuchó sobre el amor de Dios, que al terminar el predicador franciscano, se confesó con él y en ese momento halló la paz anhelada.
Ángela de Foligno (nacida en Foligno, Italia, alrededor del año 1250), fue criada por su aristocrática familia en medio de la opulencia y su madre reforzaba su vanidad con la idea de que su belleza y las buenas maneras cortesanas le asegurarían en el futuro un matrimonio ventajoso que le permitiría disfrutar de una vida muelle, consecuente con su rango social, y afanosamente le buscó el marido ideal con el que en efecto logró un status envidiado por las demás damas de la nobleza local, porque en su casa, se realizaban las fiestas más suntuosas de la ciudad, que le sirvieron de rampa a su marido para catapultarlo a los cargos estatales de mayor relevancia y a ella la consolidó como la matrona más distinguida de la región. Todo parecía color de rosa, hasta que la muerte se cebó en su casa y como desgranando una mazorca se llevó a todos sus seres queridos. En medio de su desolación se acordó de Dios, buscó su consuelo y tras una larga y oscura travesía espiritual, encontró la luz en el predicador franciscano, Arnaldo –pariente suyo–, que desde ese momento se convirtió en su confesor, mentor espiritual y amanuense que escribió su biografía y recopiló todas sus enseñanzas.
Gracias a esa paciente labor del franciscano Arnaldo, la posteridad se enteró de que una vez reconciliada con Dios, Ángela de Foligno se desprendió de todas sus posesiones, incluido su castillo preferido, que en principio quiso conservar pero en una memorable aparición, Nuestro Señor Jesucristo le dijo que renunciara a todo y sin mirar hacia atrás, lo siguiera; entonces sin dudarlo, el dinero obtenido por la venta de sus propiedades, sus vestidos, joyas y semovientes, lo repartió entre los más pobres de Foligno y se dedicó a la oración, contemplación, ayuno y mortificaciones corporales. Como entre sus planes contemplaba la posibilidad de vestir el hábito religioso, para aclarar sus dudas, tomó el camino de Asís, en 1291, y en la mitad del viaje la abordó el Espíritu Santo, que durante el resto de la peregrinación la instruyó sobre el recorrido espiritual que la conduciría a la santidad, pero al llegar a la basílica de san Francisco, se le desapareció, entonces Ángela de Foligno se desesperó y reclamando a los gritos su presencia entró al santuario y fue necesaria la intervención de su confesor para callarla.
Al serenarse, comprendió que su destino estaba en la Tercera Orden de San Francisco y a ella ingresó con la humildad suficiente para limpiar devotamente las llagas de los leprosos, auxiliar a los ancianos, viudas y niños abandonados de la comarca y en la medida en que se entregaba incondicionalmente a los demás se acrecentaban sus experiencias místicas, que compartía con un grupo de discípulos (sacerdotes, monjas y seglares que la asumieron como su guía) y se las dictaba a su confesor Arnaldo, que las recopilaba meticulosamente y con ellas fue construyendo El memorial de fray Arnaldo, un compendio biográfico y espiritual, cuyas enseñanzas se convirtieron en el manual de consulta de los más notables místicos de la iglesia.
De sus frecuentes e intensos éxtasis surgió una nueva vertiente contemplativa de la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, centrada más en la cruz que en la encarnación (tendencia predominante de la filosofía franciscana), pues según santa Ángela de Foligno, la inmolación del redentor es la demostración palpable del inconmensurable amor de Dios por los hombres y así cada uno de nosotros tiene abierta –a través de la cruz–, la puerta de la salvación. Sus mensajes consignados en cientos de opúsculos y cartas le merecieron a santa Ángela de Foligno, los títulos de “La Mística de la Pasión de Cristo” y “Maestra de Teólogos”. No obstante tras su muerte acaecida el 4 de enero de 1309, tuvo que esperar hasta el 9 de octubre de 2013, para que el papa Francisco la canonizara oficialmente. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a santa Ángela de Foligno, que nos enseñe a aceptar la voluntad divina, sin reparos.