El Santo del día
27 de septiembre
San Vicente de Paul
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Oración a San Vicente de Paul
San Vicente de Paúl, Siervo de los pobres y ejemplo de caridad, que dedicaste tu vida a aliviar el sufrimiento, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos un corazón generoso para amar a los necesitados, inspíranos a servir con humildad y compasión. Que en cada acto de ayuda podamos reflejar el amor divino, y en cada gesto de compasión, llevar esperanza a otros. San Vicente de Paúl, modelo de entrega y servicio, ayúdanos a ver a Cristo en los rostros de los desfavorecidos. Ruega por nosotros ante el Padre Celestial, para que podamos seguir tu ejemplo y ser manos de Cristo en la Tierra.
Amén.
Esa mañana de agosto de 1617, Vicente de Paul, párroco de Chatillon -les- Dombes, se disponía a revestirse para celebrar la eucaristía y de pronto escuchó al sacristán discutir acaloradamente con dos personas que le exigían hablar con el sacerdote, pero su ayudante se oponía obstinadamente a su ingreso arguyendo que solo podría recibirlos al finalizar la misa y como los visitantes insistían en que la entrevista no podía esperar pues era cuestión de vida o muerte, el padre se asomó a la puerta de la sacristía y al verlo, los recién llegados le dijeron atropelladamente que todos los miembros de una numerosa familia que vivía a una legua de distancia estaban enfermos, algunos ya moribundos y ninguno de ellos estaba en condiciones de atender a los demás. Entonces Vicente de Paúl, en vez de iniciar el oficio religioso, subió directamente al púlpito y pronunció un sentido sermón en el que les recordó a los fieles que la fe sin obras es una fe muerta y por lo tanto la misa podía esperar pero la familia sufriente, no.
Inmediatamente el padre Vicente de Paúl se encaminó hacia la casa de los enfermos seguido de toda su feligresía y entre todos rescataron de la inmundicia, la fetidez, el hacinamiento y la desnutrición a las diez personas que esperaban con resignación la muerte. Las asearon, las vistieron decentemente, les dieron de comer, las pusieron al cuidado de varios médicos, les reconstruyeron el desvencijado rancho, y el padre Vicente, acompañado de algunas voluntarias, se quedó con los pacientes –de tiempo completo–, hasta la total recuperación de toda la familia y en ese lapso maduró la creación de las Hermandades de la Caridad, funcionales grupos que desde el 23 agosto de 1617, se dieron a la tarea de buscar, atender y redimir a los abandonados, desvalidos, enfermos, desahuciados y desheredados de Dios y la sociedad.
Vicente de Paúl (nacido el 24 de abril de 1581, cerca de Dax, en el suroeste de Francia), procedía de una familia campesina de escasos recursos y por eso desde muy pequeño ayudaba a su padre en el pastoreo de las ovejas y las vacas, pero su aguzada curiosidad y su precoz inteligencia eran evidentes y por eso su progenitor se las ingenió para enviarlo a los 14 años al colegio franciscano de Dax, en el que se destacó por la dedicación y seriedad con las que encaró su formación básica. Aunque no tenía clara su vocación religiosa, optó por ella, porque representaba una magnífica oportunidad para adquirir estatus social y asegurar su futuro económico y el de su familia; por tal razón, adelantó en Toulouse sus estudios de filosofía, teología y Sagradas Escrituras, con tanta brillantez, que con 19 años cumplidos, fue ordenado sacerdote, el 23 de septiembre de 1600.
Como tenía la mira puesta en el episcopado, prefirió seguir estudiando –antes que aceptar el cargo de párroco– y en 1604, Vicente de Paúl obtuvo el doctorado en teología. Con el diploma bajo el brazo, viajó a Marsella a reclamar la herencia que una anciana sin descendientes le había legado y al embarcarse con su dote para retornar a Toulouse, el barco fue abordado por unos piratas berberiscos que lo apresaron, le quitaron la herencia y lo vendieron como esclavo, condición en la que permaneció varios años, al cabo de los cuales logró fugarse y en 1610, reapareció en el hospital de caridad de París, adonde –después de experimentar el abandono y el maltrato, en su cautiverio–, acudía diariamente el conmovido Vicente de Paúl, para ayudar a los enfermos.
Allí conoció a su mentor, Pierre de Berulle, quien al ser nombrado obispo le dio la próspera parroquia de Clichy, en la periferia de París, lo introdujo en la corte como confesor de la reina Margarita de Valois y además le consiguió el prestigioso cargo de Limosnero Real. En ese cargo, Vicente de Paúl pudo constatar las condiciones tan infrahumanas en las que vivía el pueblo a causa de las permanentes guerras, cuyas secuelas palpó también de primera mano en los constantes viajes que hacía por los dominios de la prestigiosa familia Gondi, que le había confiado la educación de sus hijos y dado que el jefe de este clan era el responsable de las galeras, obtuvo licencia como capellán (ratificado por Luis XIII), para mejorar las humillantes condiciones en las que los presos ulcerosos, piojosos, devorados por las sabandijas y en lamentable estado de desnutrición, purgaban sus condenas en las oscuras entrañas de estos barcos prisión. Para paliar esta aberrante situación, estableció hospitales y conformó grupos de apoyo con los que mitigó las penurias de los condenados y consiguió que el gobierno se ocupara de ellos.
No obstante la insistencia del Señor de Gondi, para que se quedara, abandonó su casa y asumió la parroquia de Chatillon -les- Dombes, en la que después del suceso de la familia enferma, atendida por él y sus feligreses y dado que estas situaciones eran el pan de cada día, Vicente de Paúl constituyó en 1617, unos grupos de laicos llamados Hermandades de la Caridad, que en adelante se encargaron de asistir a las familias que vivieran en estas condiciones, pero aunque esta labor era muy meritoria, adolecía de asistencia espiritual debido a la indolencia imperante entre los sacerdotes por lo que Vicente de Paúl se dio a la tarea de insuflar en ellos el aire puro del evangelio practicado por Jesús, y para el efecto fundó en 1625, la Congregación de la Misión, a la que ingresaron muchos clérigos impregnados de misericordia y de la mano de Vicente de Paúl aprendieron a combinar la evangelización con una vida fraternal de pobres, para los pobres y con los pobres. Con el fin de complementar esta tarea, en 1633, constituyó –con santa Luisa de Marillac–, la Compañía de las Hijas de la Caridad, cuya regla de vida la resumía Vicente de Paúl, así: “Tendréis por monasterio, las casas de los enfermos y la de la superiora; por celda, una cama; por capilla, la parroquia; por claustro, las calles de la ciudad; por clausura, la obediencia; y por velo, la santa modestia”.
Esta institución se dedicó a atender integralmente (en campos de batalla, hospitales, escuelas, hospicios, albergues y orfanatos), a los soldados heridos, a los pobres, ancianos, enfermos mentales, discapacitados, presos, inmigrantes y adictos. Por solicitud de algunos obispos y ante la deficiente preparación de los sacerdotes, institucionalizó las Conferencias de los martes, y los retiros espirituales, que fue prolongando hasta convertirlos en estudio permanente del que derivó la conformación de lo que hoy conocemos como seminarios (mayor y menor). Aun en medio de su febril actividad diaria, en la que parecía una hormiga: supervisándolo todo, dirigiendo con notable vigor y sabiduría cada una de las obras, le alcanzaba el tiempo para orar sin desmayo, ayunar, aconsejar (a la reina Ana de Austria y a su ministro el cardenal Mazzarino, en los asuntos eclesiásticos) y acoger a los cientos de niños expósitos de París, hasta que vencido por la edad y los achaques, falleció el 27 de septiembre de 1660. Fue canonizado por el papa Clemente XII, en 1737 y proclamado patrono universal de las obras de caridad por el papa León XIII, en 1885. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Vicente de Paúl, que renueve nuestro espíritu caritativo.