El Santo del día
7 de enero
San Raimundo de Peñafort
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Oración a San Raimundo de Peñafort
Oh San Raimundo de Peñafort, ejemplo de sabiduría y entrega a la voluntad divina, te pedimos tu intercesión en nuestras vidas. Tú, que dedicaste tu vida al servicio de Dios y al prójimo, ayúdanos a encontrar la guía y la sabiduría para enfrentar los desafíos de nuestra existencia. Concede, oh santo bondadoso, tu protección y orientación a aquellos que buscan la verdad y la justicia. Inspíranos a seguir tu ejemplo de humildad, compasión y diligencia en el servicio a los demás. Que tu legado de amor por la ley divina y tu incansable labor en favor de la justicia sean una inspiración para nosotros en nuestro camino de fe. San Raimundo, ruega por nosotros para que podamos vivir conforme a la voluntad de Dios y encontrar el camino hacia la verdadera felicidad.
Amén.
Mientras oraba recogido en su litera, aumentaba el escándalo causado por el jolgorio que en la cubierta del barco protagonizaba, con sus nobles, el rey Jaime de Aragón. Y parecía que esa bacanal –comenzada cuando zarpó el buque–, solo terminaría al atracar en el muelle de Mallorca. Exasperado por la conducta del libidinoso monarca, el capellán de la corte, Raimundo de Peñafort, no se aguantó más e irrumpió en la orgía, le reprochó severamente su conducta al ebrio príncipe y le advirtió que de continuar su festín, abandonaría la embarcación, que ya navegaba en alta mar. Entonces el rey Jaime lo hizo confinar en su camarote, apostó guardias en la puerta y continuó la rumba como si nada hubiera ocurrido.
Tras el arribo del navío, Raimundo de Peñafort aprovechó un descuido de sus guardianes y –cuenta la tradición catalana–, tomó su amplia capa, la extendió sobre el mar, hizo la señal de la cruz, se encomendó a María Santísima, montó en ella y emprendió el regreso a Barcelona, ciudad a la que llegó luego de hacer la travesía en solo seis horas, hecho a todas luces prodigioso, porque el trayecto ordinariamente (con buen tiempo y en condiciones normales), duraba varios días. Al llegar a la playa barcelonesa, recogió su capa que estaba seca, se la puso sobre sus hombros y llegó entrada la noche a su monasterio, cuya puerta se abrió sin intervención humana, se dirigió a la capilla en la que oró varias horas y en ella se durmió beatíficamente hasta la mañana siguiente cuando lo despertó su estupefacto superior, a quien lo sorprendió la multitud que agolpada en las inmediaciones del convento, quería ver al santo para comprobar si era cierto su retorno milagroso.
Raimundo de Peñafort, (nacido en 1175, cerca de Barcelona, en el castillo de Peñafort, del que su padre era el señor feudal), anunció desde muy pequeño su intención de abrazar la vida religiosa, influido por la profunda formación cristiana que le imprimió su piadosa madre y en consonancia con ese ideal, estudió literatura, retórica, gramática, se especializó en teología y filosofía, asignatura de la que –a los 20 años–, ya era docente en Barcelona y antes de cumplir 21, fue ordenado sacerdote. Varios años más tarde, viajó a la Universidad de Bolonia, en la que se doctoró en Derecho Civil y Canónico, materias en las que se convirtió en una permanente fuente de consulta y en árbitro de todos los pleitos y litigios de difícil solución y por eso el obispo de Barcelona, en 1219, lo nombró archidiácono de su diócesis con amplios poderes que aprovechó para defender las causas de los más débiles y socorrer a los pobres a quienes donaba todo su salario.
A pesar de que su prestigio crecía y se consolidaba como el clérigo más prominente de la ciudad, se sentía insatisfecho con su vida espiritual que deseaba encaminarla hacia la oración, el estudio y el silencio; entonces, poco a poco, fue madurando su idea de ingresar a la congregación de los Dominicos (deseo aplazado desde cuando ejercía la docencia en la ciudad de Bolonia, en donde entabló una sólida amistad con santo Domingo de Guzmán, quien aprovechó esa oportunidad para abrirle las puertas de la orden que acababa de crear); pero apenas ocho meses después de la muerte del fundador, cuando Raimundo de Peñafort contaba 47 años, vistió el hábito dominico.
Sus superiores, a quienes les solicitó que le asignaran los trabajos más humildes, le ordenaron a Raimundo de Peñafort, que –dada su experiencia canónica–, más bien escribiera un texto sobre cómo responder a las inquietudes sobre moral y conciencia de los fieles a la hora de la confesión y de esa idea nació la Summa de casos penitenciales, que a partir de ese momento se convirtió en el manual predilecto de los confesores. Mientras realizaba esta tarea y actuaba como capellán y confesor del rey Jaime de Aragón (al que se le voló navegando sobre una capa de Mallorca a Barcelona), predicaba en Cataluña, Aragón, Castilla y el sinnúmero de conversiones obtenidas entre los musulmanes, le sirvió de apoyo a Raimundo de Peñafort, para ayudar a san Pedro Nolasco –de quien era su confesor–, en la fundación de la Orden de los Mercedarios, que en adelante se ocuparía del rescate y redención de estos presos, pero no pudo continuar a su lado porque en 1230, el papa Gregorio IX, lo designó como su confesor y le encomendó la tarea de compilar toda la jurisprudencia canónica existente, que Raimundo de Peñafort reunió en cinco volúmenes y la llamó Decretales de Gregorio IX, compendio que hasta 1917, fue el vademécum de la Iglesia en esa materia.
Concluida esta etapa el pontífice le confirió en 1235, el palio episcopal de Tarragona, que tuvo que aceptar –muy a su pesar–, mas una grave enfermedad lo libró de esa pesada carga al poco tiempo, pero no pudo eludir en 1238, su elección como superior general de los Dominicos y en los dos años que dirigió la congregación, Raimundo de Peñafort le dio un vigoroso impulso, actualizó las constituciones, les devolvió a sus monjes el amor por el estudio y el entusiasmo que se había aletargado, abrió varias escuelas para evangelizar a los árabes en su idioma nativo y para facilitar este proceso le ordenó a santo Tomás de Aquino, que escribiera su célebre Summa contra los gentiles, tratado apologético que se convirtió en la mejor herramienta para convencer a los obstinados moros. Una vez liberado de estas obligaciones Raimundo de Peñafort volvió al confesionario y a la predicación, misiones que solo abandonó con su muerte acaecida el 6 de enero de 1275, cuando contaba 100 años. Fue canonizado en 1601, por el papa Clemente VIII. Por eso hoy, 7 de enero, día de su festividad, pidámosle a san Raimundo de Peñafort, que nos enseñe a catequizar con valor y firmeza.