El Santo del día
12 de mayo
San Pancracio
Oración a San Pancracio
Oh glorioso San Pancracio, patrono de los desamparados y auxilio de los que se encuentran en dificultades, acudo a ti en busca de tu intercesión. Te pido humildemente que me ayudes en esta situación tan difícil que estoy atravesando (menciona tu necesidad o problema específico). San Pancracio, tú que fuiste un ejemplo de fe y perseverancia, te ruego que me concedas tu gracia y asistas a mi llamado. Sé que con tu ayuda, ningún obstáculo es insuperable y ninguna petición es imposible. Confío en tu bondad y poder, y te agradezco de antemano por escuchar mi oración. Prometo difundir tu devoción y honrarte siempre. Amén.» Recuerda que la oración es una forma de expresar tus deseos y sentimientos, y San Pancracio es considerado un intercesor poderoso en situaciones complicadas. Siempre es importante tener fe y confiar en la ayuda divina.
Amen.
Tras la muerte de su padre, Pancracio y su tío Dionisio –que se hizo cargo de él– se instalaron en Roma por la época en la que el emperador Diocleciano mantenía una feroz persecución contra los cristianos y sacrificarlos era un deporte que disfrutaba la muchedumbre, pero paradójicamente, mientras más creyentes morían por amor a Jesús, mayor era el número de conversiones. Profundamente impresionados por la entereza y estoicismo con la que los condenados a muerte proclamaban –camino del suplicio– a Jesús resucitado, como el único Dios Verdadero, Pancracio y su tío Dionisio se sintieron atraídos por ese imán y dado que uno de sus criados se confesaba abiertamente como su seguidor, empezaron a escucharlo, y a petición de ellos, el esclavo los llevó a la casa en donde se escondía el papa Cornelio, que los conmovió con el mensaje de la salvación; al cabo de unos días fueron bautizados, renunciaron a sus bienes y los entregaron para ser repartidos entre los pobres.
Pancracio (nacido en Frigia, Asia Menor, en el año 290), hijo de un alto dignatario del imperio y amigo personal del emperador, quedó huérfano a los siete años. Su único pariente, el tío Dionisio, un hombre mesurado, recto y que amaba entrañablemente a su sobrino, se convirtió entonces en su albacea, tutor y segundo padre. Preocupado por su educación, lo puso en manos de los mejores preceptores romanos, pero luego de conocer a Jesucristo, el ansia espiritual de Pancracio se impuso y en adelante solo tenía tiempo para orar, ayunar y proclamar a voz en cuello que era cristiano. Claro que Dionisio no se le quedó a la zaga, con su sobrino paseaba por las calles alabando a Dios y pronto fue capturado, pero como se negó a abjurar de su fe, sin miramientos fue ejecutado.
Pancracio se quedó solo, pero no por ello se arredró. Al contrario, con más convicción y vehemencia invitaba a los romanos a que se convirtieran a la fe verdadera. Como todo este alboroto llegó a oídos de Diocleciano, el emperador enfurecido porque se trataba del hijo de un amigo suyo, hizo que lo llevaran a su presencia y suavizando su carácter, le prometió –en principio– honores, riquezas y hasta le propuso que pagaría su educación y lo nombraría tribuno a tan temprana edad, pero Pancracio se negó en redondo. En vista de que el muchacho no daba su brazo a torcer, quiso escarmentarlo, recluyéndolo varios días en una mazmorra, pero ni eso quebró su voluntad.
Agotada su paciencia, Diocleciano lo condenó a muerte; mientras lo conducían a la Vía Aurelia en donde debía llevarse a cabo la ejecución, Pancracio cantaba alabanzas y proclamaba a Jesucristo como el único Dios Verdadero. Con alegría y decisión, sin esperar la orden, puso su cabeza sobre el tronco y fue decapitado, el 12 de mayo del año 304, cuando apenas contaba 14 años. Su cuerpo, que debía ser devorado por los perros, según la sentencia del tirano, fue recogido al amparo de la noche por Octavila, una noble dama romana que lo enterró piadosamente. Alrededor de su tumba empezaron a registrarse milagros a granel y por eso, sobre ella, se levantó una hermosa iglesia en la que aún hoy es venerado, aunque sus restos hayan desaparecido. Por eso hoy 12 de mayo, día de su festividad, pidámosle a san Pancracio, que no nos deje arredrar en el momento de defender nuestra fe.