El Santo del día
16 de enero
San Marcelo
Oración a San Marcelo
Oh San Marcelo, luz divina en la oscuridad, Tu fe inquebrantable, faro de esperanza eterna, En tiempos de tribulación y adversidad, Tu valentía en la fe se manifiesta eterna. Tu corazón ardiente, fiel a la verdad, En la lucha por Cristo, tu alma se convierte, Mártir intrépido, en la fe no hay falsedad, Tu ejemplo en la historia, el amor siempre advierte. En la Roma antigua, tu voz resuena, En el sufrimiento, tu fe no se apaga, Tu sacrificio, la fe que a todos enajena, En la lucha por Cristo, tu luz se divaga. San Marcelo, guía en la oscuridad, Intercede por nosotros, tu ejemplo nos guía, Tu legado perdura, en la eternidad, En la senda de Cristo, tu luz irradía.
Amén.
Parecía que la estrategia de Diocleciano para acabar con el cristianismo, que consistía en cercenar las cabezas del movimiento, había dado resultado, porque martirizado el papa san Marcelino en el 304, la Iglesia se quedó sin timonel durante cuatro años. En ese lapso, muchos cristianos abjuraron de su fe por miedo a perder la vida y quienes debían elegir al sucesor de Pedro, no se reunían por la misma razón y a falta de pastor, el pueblo confundido y apático estaba perdiendo la fe. Como la situación ya era insostenible, a mediados del 308, los obispos y diáconos encargados de la designación, acogieron el nombre del presbítero Marcelo, que al serle notificado su nombramiento, no dudó en aceptar el cargo y de entrada le tocó lidiar con la cuestión de los “Lapsi”, que eran los cristianos que por temor, presión o amenazas, habían renegado de su fe y una vez pasado el peligro querían volver a la comunidad cristiana, pero un sector eclesial rigorista sostenía que personas de esa índole no merecían una segunda oportunidad y otro grupo más flexible aducía que el perdón de Dios era para todos y por lo tanto tenían derecho a ser readmitidos. El papa Marcelo aceptó la segunda tesis, pero con la condición de que a los arrepentidos se les impusieran penitencias equivalentes a la gravedad de la falta y luego de purgar sus culpas, entonces la madre Iglesia, sí los recibiría con los brazos abiertos. Pero esa fórmula que salvó a muchos, fue la perdición de san Marcelo.
Marcelo (nacido en Roma a mediados del siglo III), era hijo de Benedicto, un comerciante romano que lo educó en la fe cristiana y de su acendrada piedad dio muestras desde muy temprano, pues antes de cumplir 18 años ya era uno de los líderes más destacados de la incipiente Iglesia lo que le mereció ser ordenado presbítero cuando aún era muy joven y gracias a su preparación y elocuencia realizó una meritoria labor evangélica que se tradujo en una gran cantidad de conversiones, lo que llamó la atención del papa san Cayo, de quien se convirtió en su mano derecha y Marcelino, al acceder a su pontificado en el año 296, lo retuvo a su lado, le asignó mayores responsabilidades en la administración eclesial, pero cuando en el 304 se desató la feroz cacería de Diocleciano, por orden de san Marcelino, cuya captura era inminente, Marcelo –a pesar de que quería quedarse a su lado y sufrir el martirio con el papa–, tuvo que esconderse para preservar su vida; aun así, no se arredró y se transformó en la columna que sostuvo con firmeza la moral de los perseguidos.
Como consecuencia de la persecución decretada por Diocleciano, buena parte de los militantes cristianos huyeron en desbandada y la Iglesia quedó acéfala durante cuatro años, al cabo de los cuales, Marcelo fue elegido en el 308, como el trigésimo papa de la cristiandad e inmediatamente comenzó la restauración de la Iglesia dividiendo a Roma en 25 parroquias y al frente de cada una puso a un presbítero, designó a varios obispos, ordenó a muchos sacerdotes, construyó el cementerio de la Vía Salaria, determinó que en adelante no se celebraría ningún concilio sin la autorización expresa del pontífice y logró reconciliar a los “Lapsi” con la Iglesia, pero algunos de ellos, que consideraron que las penitencias impuestas excedían el castigo, intrigaron en su contra, ante el nuevo emperador Majencio, que lo desterró, pero Marcelo se ocultó en la casa de una piadosa matrona romana llamada Lucila, desde donde siguió gobernando al catolicismo, hasta que se enteró Majencio de lo que ocurría y entonces –cuenta la tradición–, que lo condenó a servir como mozo de cuadra en sus caballerizas, a las que tenía que lavar diariamente, bañar a los caballos y recoger sus excrementos.
Sometido a condiciones infrahumanas de vida: extenuantes jornadas de trabajo, pocas horas de sueño, escasa alimentación y castigos corporales sin justificación alguna, san Marcelo, resistió muy poco tiempo y murió el 16 de enero del año 309. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Marcelo, que nos dé la valentía necesaria para defender nuestra fe católica.