El Santo del día
26 de noviembre
San Leonardo de Porto Maurizio
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Oración a San Leonardo de Porto Maurizio
Oh San Leonardo de Porto Maurizio, fiel servidor de Dios y apóstol de la devoción a la Pasión de Cristo, te honramos y te invocamos en este día. Tú que dedicaste tu vida a predicar el amor y el arrepentimiento, ya propagar la devoción a las Sagradas Llagas de nuestro Señor, ruega por nosotros para que podamos comprender el inmenso sacrificio de Jesús en la cruz. Ayúdanos a meditar en la Pasión de Cristo ya abrazar el camino de la penitencia y la conversión. San Leonardo, ruega por nosotros y alcánzanos la gracia de un corazón arrepentido y un profundo amor por nuestro Salvador.
Amén.
Y justamente llegó a Liorna (hoy Livorno), cuando estaban a punto de comenzar los carnavales y ante la agitación que había en la ciudad en torno a las carnestolendas, sus compañeros trataron de convencer al padre, Leonardo de Porto Maurizio, para que aplazara su predicación cuaresmal hasta la culminación de las fiestas y él, empecinado, decidió que empezaría inmediatamente porque según su parecer, era el momento ideal para ablandar la dureza de corazón de sus habitantes. Esa noche la pasó en vela, sumido en una febril oración, en la que demandaba la protección e inspiración de la Santísima Virgen para remover la indiferencia de los livorneses. En la tarde del día siguiente se subió a la tarima improvisada en el atrio de la iglesia, justo en el momento en el que se realizaba el desfile de máscaras (que culminaría en baile) y se dejó venir lanza en ristre con un sentido, profundo y emotivo sermón sobre cómo el hombre cuando peca, le pone antifaz a su conciencia para huir de la presencia de Dios, pero aún así –como Caín–, no puede esconderse de Él. Entonces los enmascarados se quitaron la careta, cayeron de rodillas, imploraron perdón y el cortejo, transformado en procesión penitencial, encabezada por el padre Leonardo de Porto Maurizio, recorrió todo el pueblo y terminó la fiesta con una confesión general y una solemne misa campal.
Paolo Gerolamo Casanova, que nació en Porto Maurizio, Italia, el 20 de diciembre de 1676, en el seno de una piadosa familia de marineros, perdió a su madre cuando apenas contaba dos años y su padre contrajo nuevas nupcias, con tan buena suerte para el pequeño, que su madrastra lo acogió como a su propio hijo, lo formó a los pies de la Santísima Virgen, le inculcó una profunda devoción por la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo y al cumplir los 13 años, lo envió a Roma para que adelantara en el célebre Colegio Romano sus estudios de humanidades, retórica y filosofía, coyuntura que él aprovechó para perfeccionar su espiritualidad en los oratorios de san Felipe Neri y del padre Caravita, en los que afirmó su vocación religiosa que se hizo realidad en 1697, cuando a los 21 años, cambió su nombre por el de Leonardo de Porto Maurizio y vistió el hábito franciscano en el noviciado de Ponticelli, en donde se distinguió por su rigurosa austeridad, obediencia incondicional y total entrega a sus estudios, lo que le allanó el camino hacia la ordenación sacerdotal acaecida el 23 de septiembre de 1702 y dada su brillantez intelectual, sus superiores le asignaron la cátedra de filosofía en el mismo noviciado pero al cabo de algún tiempo, atacado por la tuberculosis, fue enviado de regreso a su casa porque el benévolo clima de Porto Maurizio, era el ideal para su recuperación; no obstante la persistente enfermedad no cedió y solamente luego de prometerle a la Santísima Virgen, que dedicaría su vida a las misiones, se curó milagrosamente y en 1709 se reincorporó en calidad de guardián, –es decir prior–, al convento de san Francisco del Monte de Florencia, al que le devolvió el genuino espíritu franciscano. Cumplida esa tarea, pudo por fin darle vuelo al anhelo de toda su vida: las misiones.
Por mandato de sus superiores y en cumplimiento de la promesa hecha a la Virgen –cuando estuvo enfermo de tuberculosis–, Leonardo de Porto Maurizio se dedicó a predicar, tanto en las grandes ciudades (Roma, Milán, Florencia, Génova, en la conflictiva Córcega, en donde logró apaciguar el espíritu de sus belicosos habitantes y sembrar la paz entre ellos), como en pueblos, aldeas, zonas rurales y armado solamente de cruz y cilicio, recorrió durante más de 40 años, 12 mil kilómetros descalzo y realizó 339 misiones; dado que las iglesias no daban abasto, copaba las plazas porque con su inefable elocuencia lograba reunir en promedio a 20 mil personas, en cada sermón.
En el Año Santo de 1750, Leonardo de Porto Maurizio introdujo la celebración del viacrucis en el Circo Romano (que aún se efectúa allí todos los viernes santos) y dejó erigidas las 14 estaciones del viacrucis en 576 parroquias, hecho por el que se señala a san Leonardo de Porto Maurizio, como el gran impulsor de esta devoción en el mundo. Fiel a su ideal: “Morir en misión con la espada en la mano contra el infierno”, apuró el paso, tras su última cruzada en Bolonia y desfallecido llegó a Roma, a tiempo, para expirar en su retiro de San Buenaventura, el 26 de noviembre de 1751. Fue canonizado por el papa Pío IX, en 1867. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a san Leonardo de Porto Maurizio, que nos ayude a quitarnos la máscara del pecado, delante de Dios.