El Santo del día
10 de noviembre
San León Magno
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Oración a San León Magno
Dios todopoderoso y eterno, Hoy nos acercamos a Ti en oración en honor a San León Magno, un fiel pastor de tu Iglesia y un valiente defensor de la fe. Te agradecemos por su vida dedicada al servicio de tu Palabra y la guía de tu rebaño. San León, doctor de la Iglesia y guardián de la fe, te pedimos que intercedas por nosotros. Inspíranos a seguir su ejemplo de sabiduría y valentía en la defensa de la verdad. Concédenos la gracia de crecer en nuestro entendimiento de tu Palabra y vivirla con amor y fidelidad. Que, como San León Magno, podamos ser portadores de tu verdad y amor en el mundo, guiando a aquellos que buscan tu luz. Que nuestra vida refleje tu gracia y misericordia.
Amén.
Había pasado un año desde la humillante derrota sufrida por sus tropas en los campos Cataláunicos a manos del general romano Flavio Aecio y por lo tanto para Atila ya era hora de ajustar cuentas, máxime que el jefe de su vencedor, Valentiniano III, aún tenía en su poder a la princesa Honoria, hermana de ese emperador que –como parte del tributo convenido tiempo atrás a cambio de no atacar a Roma– debía entregársela en matrimonio, pero luego de cerrar el acuerdo, le incumplió. Por eso se puso en marcha con su temible ejército en la primavera del año 452 y como una aplanadora fue aplastando todo a su paso: incendió Aquilea, saqueó a Milán y Pavía y continuó su camino hacia Roma, en donde estaba refugiado Valentiniano. Las autoridades romanas, que estaban tan aterrorizadas como el pueblo, buscaron como salvavidas al papa León Magno, que no dudó en salir al encuentro de Atila. Al hallarlo junto a la ciudad de Peschiera, cuando intentaba cruzar el río Mincio, lo enfrentó enarbolando la cruz y el rey de los Hunos se apeó de su cabalgadura y ambos parlamentaron brevemente. Culminada la entrevista, “El azote de Dios” –así se le apoda históricamente a Atila–, desistió de la invasión y nunca se supo qué le dijo León Magno, para que volteara la grupa, sin reclamar a Honoria.
El papa León I, nacido en Roma en el año 390, pertenecía a una prestante familia toscana y fue educado en consonancia con su status. A diferencia de los de su clase que llevaban una vida disipada, se destacó por una acendrada piedad que unida a su notable inteligencia y a su amor por los pobres, llamó la atención del papa san Celestino I, quien después de conferirle el diaconado lo convirtió en su mano derecha, más adelante lo ungió sacerdote y su sucesor san Sixto III, que lo retuvo a su lado, lo envió –dado su talante diplomático– como delegado suyo a mediar en las diferencias que sostenían los generales romanos Aecio y Albino en las Galias; estando allí, le comunicaron que había sido nombrado papa y tuvo que retornar a marchas forzadas para asumir el cargo el 29 de septiembre del año 440.
De entrada le tocó a León Magno lidiar con varios brotes heréticos que cuestionaban la naturaleza divina y humana de Jesús y estaban socavando la Iglesia con el enfrentamiento entre los patriarcas de Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, azuzados por los emperadores romanos de oriente y occidente: Teodosio II y Valentiniano III, que pretendían minar la autoridad del papa. Así las cosas, León Magno descalificó varios sínodos en los que los jerarcas eclesiásticos de esas ciudades se sacaban los trapitos al sol y se excomulgaban mutuamente. Para ponerle coto al asunto, realizó el Concilio de Calcedonia en el 451 y con uno de los documentos más brillantes de la historia de la Iglesia aclaró todas las dudas sobre la naturaleza de Jesús, a tal punto, que al terminar su lectura, los 630 padres conciliares exclamaron: “Esta es la fe católica: san Pedro acaba de hablar por la boca del papa León”; desde ese momento el contenido de esta declaración se convirtió en la doctrina oficial de la Iglesia en esta materia y aún está vigente.
Con estas acciones afirmó para siempre la autoridad del obispo de Roma sobre la iglesia universal, y para que no quedaran dudas, le agregó a la figura del papa el título de “Pontífice Máximo”, que antes ostentaban los emperadores. A la par, el papa León Magno desplegó una febril evangelización en la decadente Roma, depuró el clero, reglamentó la ordenación sacerdotal para que los escogidos fueran hombres probos y maduros en la fe. Salvó a Roma de las garras de Atila y aunque no pudo detener a Genserico, rey de los vándalos en el 455, sí logró de él, que no incendiara la ciudad ni asesinara a los habitantes y respetara los templos católicos. Al terminar el pillaje, reconstruyó la ciudad.
Como si eso fuera poco, mientras enfrentaba todas estas vicisitudes, León Magno escribía sus sermones con un estilo impecable y de ellos se conservan 96, más 173 trascendentales documentos papales, que aún son objeto de estudio. A causa de tan febril labor, fue perdiendo la salud y murió santamente el 10 de noviembre del 461. El papa Benedicto XIV, lo canonizó, lo declaró Doctor de la Iglesia y le otorgó el título de “Magno”, en 1754. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a san León Magno, que nos dé valentía para enfrentar a los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo.