El Santo del día
30 de septiembre
San Jerónimo
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Oración a San Jerónimo
San Jerónimo, Erudito y traductor de las Escrituras, que dedicaste tu vida a conocer y enseñar la Palabra de Dios, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos la gracia de amar y comprender las Sagradas Escrituras, inspíranos a buscar la verdad y vivir según ella. Que en cada lectura encontramos la guía divina, y en cada reflexión, el camino hacia la santidad. San Jerónimo, Doctor de la Iglesia y maestro de la fe, ayúdanos a crecer en nuestro conocimiento y amor por Dios. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos vivir como discípulos fieles de Cristo.
Amén.
San Jerónimo ya había sido desterrado por orden del emperador Valentiniano I, porque lo reprendió en una carta diciéndole: “Ese freno de oro en la boca de tu caballo, ese aro de oro en el brazo de tu esclavo, esos adornos dorados en tus zapatos, son señal de que estás robando al huérfano y matando de hambre a la viuda. Quienes después de tu muerte pasen ante tu gran casa, dirán: con cuántas lágrimas construyó ese palacio, cuántos huérfanos se vieron desnudos, cuántas viudas se vieron injuriadas, cuántos obreros recibieron salarios injustos y así ni siquiera la muerte te librará de tus acusadores”. El pueblo que se sintió defendido por él, le exigió al emperador que lo repatriara y una vez de regreso, Jerónimo volvió a la carga esta vez contra las nobles a las que acusaba de utilizar tantos afeites que sus caras parecían de ídolos y que “fingen timideces de doncellas en medio del tropel de sus nietos” y al clero le reprochaba que: “Todas sus ansiedades se hallan concentradas en sus ropas y más parecen novios que clérigos; no piensan en otra cosa más que en los nombres de las damas ricas, en el lujo de sus casas y lo que hacen dentro de ellas”. Como todos se sentían aludidos, regañados y acusados, tras la muerte de su protector el papa Dámaso I –del que era secretario–, se vinieron lanza en ristre contra él, entonces Jerónimo optó por retirarse a Tierra Santa.
Cuando Jerónimo de Estridon (nacido en la ciudad de Estridón, en el año 340), cumplió doce años, fue enviado por sus acaudalados padres a estudiar a Roma, con la esperanza de que se abriera camino en la burocracia imperial y empezó a instruirse en latín de la mano del mejor gramático de su tiempo Elio Donato, con quien estuvo hasta los 20 años y en ese lapso, impresionado por las historias de los mártires y apóstoles que recogía en las catacumbas, aceleró su catecumenado, decidió bautizarse y luego viajó a Tréveris, en donde tradujo las obras de san Hilario de Poitiers y de allí pasó a Aquileya e hizo amistad con el obispo Valeriano, quien se convirtió en su mentor espiritual.
Sediento de Dios, Jerónimo viajó posteriormente a Antioquía, perfeccionó sus conocimientos de los idiomas: griego y hebreo; luego recaló en Calquis, una remota región de Siria, en la que permaneció varios años como ermitaño, hasta que sintió que era más útil a la Iglesia, haciendo lo que sabía: escribir y traducir, pero humildemente aceptó que todavía le faltaba preparación y por eso viajó a Constantinopla en donde se sumergió en las Sagradas Escrituras al lado de san Gregorio Nazianceno. Cuando estuvo listo, Jerónimo retornó a Antioquía y con Paulino, el obispo de la ciudad, se desplazó a Roma para asistir en calidad de intérprete a un concilio convocado por el papa Dámaso I. Al término del mismo, el pontífice, ordenó sacerdote a Jerónimo, lo retuvo como secretario y en el año 382, le encomendó la traducción de los 46 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento, tomando como base, La Septuaginta, que era en ese momento la versión bíblica más reputada y estaba escrita en griego, pero sin descartar otras fuentes más antiguas redactadas en hebreo. Tras la muerte de Dámaso I, Jerónimo, abandonó a Roma, para siempre.
Jerónimo se refugió en una cueva en las inmediaciones de Belén y allí permaneció escribiendo los últimos 35 años de su vida y en ese lapso completó esa obra monumental conocida como La Vulgata, –que significa de uso común– y fue la Biblia oficial de la Iglesia Católica hasta 1979. Además le alcanzó el tiempo para salirle al paso a todas las herejías, con demoledores argumentos y escribió un sinnúmero de tratados y comentarios exegéticos sobre la perpetua virginidad de María, las cartas de Pablo, los profetas mayores y menores, el Eclesiastés, los Salmos, El Cantar de los Cantares y un cronicón de la historia universal, entre otros.
Jerónimo, consumido por el ayuno, la oración, la meditación y su despiadado ritmo de trabajo, murió el 30 de septiembre del 420 y tras ser elevado a los altares, fue declarado Doctor Principal de la iglesia, el 20 de septiembre de 1295, por el papa Bonifacio VIII. Por eso hoy 30 de septiembre, día de su festividad, pidámosle a san Jerónimo, que nos conduzca por los caminos de la Biblia.