El Santo del día
13 de enero
San Hilario
Oración a San Hilario
Oh Dios todopoderoso, te pedimos por la intercesión de San Hilario, obispo y doctor de la Iglesia, cuya valentía y sabiduría defendieron la fe en tiempos difíciles. Concédenos, te rogamos, la gracia de comprender y defender nuestra fe con fervor y claridad. San Hilario, valiente defensor de la verdad divina, muestra tu guía y fortaleza a aquellos que buscan la verdad y luchan por su fe. Inspíranos a seguir tu ejemplo de amor por la verdad y celo por la unidad de la Iglesia. Que tu legado de valentía y erudición en la fe sea una luz en nuestras vidas, guiándonos en la búsqueda de la verdad y en la defensa de nuestra fe. San Hilario, ruega por nosotros, para que podamos vivir nuestra fe con convicción y amor, siguiendo siempre el camino de Cristo.
Amén.
Como Hilario de Poitiers se abstuvo de participar en los dos concilios que presididos por los obispos arrianos Saturnino de Arlés –metropolitano de las Galias– y Majencio de Milán, condenaron y expulsaron de su diócesis a san Atanasio, obispo de Alejandría –que era el baluarte de la Iglesia católica oriental–, el emperador Constancio, instigado por sus correligionarios herejes apuntó su odio hacia él y lo apartó de su sede episcopal. Sin dejarse intimidar, Hilario realizó un sínodo con los obispos que eran fieles a la doctrina eclesial y tras varios días de deliberaciones esa asamblea, proclamó la inocencia de Atanasio, excomulgó a los prelados rebeldes, le exigió al emperador que restituyera en sus cargos a los mitrados católicos que por defender su fe habían sido destituidos y lo conminó a no intervenir en los asuntos eclesiásticos. Entonces el indeciso Constancio, autorizó su regreso al obispado de Poitiers, mas los sacerdotes arrianos preocupados por el cariz que tomaba la situación, redoblaron sus intrigas arguyendo que Hilario era mayor peligro para el imperio que para ellos y lograron que el pusilánime monarca lo desterrara a Frigia, en el Asia Menor.
Hilario (nacido en Poitiers, Francia en el 310), pertenecía a una familia aristocrática de su ciudad natal y fue educado por los mejores preceptores de la comarca, que le enseñaron gramática, literatura griega, retórica y oratoria, pero especialmente filosofía, materia que lo indujo a replantearse su concepción de la vida y el sentido de la suya. Esta reflexión lo llevó a cuestionar la caprichosa justicia de los dioses paganos y buscando respuestas se sumergió en las Sagradas Escrituras en las que –según el papa Benedicto XVI–: “llegó poco a poco al reconocimiento del Dios Creador y del Dios Encarnado, muerto para darnos vida eterna” y el descubrimiento de esa verdad inmutable lo condujo a la conversión en el 345. A partir de ese momento se dedicó a adquirir una sólida formación teológica, renunció a su fortuna de la que solo dejó una porción suficiente para la manutención de su esposa y de su hija Apra, que habían sido bautizadas con él y compartían sus ideales de servicio a los pobres, su piedad, su constante oración y ayuno.
Su ejemplo impactó tanto a la comunidad cristiana, que cuando quedó vacante la sede episcopal, fue aclamado como el nuevo obispo de Poitiers y aunque declinó en principio la elección, el pueblo lo obligó a aceptar; entonces asumió ese encargo humildemente pero con la firmeza y liderazgo que las circunstancias requerían para combatir el arrianismo que legitimado por Constancio, estaba socavando los cimientos de la Iglesia y lo hizo con tal sabiduría, firmeza y elocuencia, que el emperador intimidado (por la fuerte reprimenda que le dio Hilario por su intromisión en los asuntos de la iglesia), lo desterró a Frigia, región del Asia Menor, en la que durante cinco años, Hilario siguió rigiendo su diócesis de Poitiers a través de cartas apostólicas y desde allí continuó su defensa de la Iglesia con vigorosos y consistentes argumentos que los arrianos no podían refutar y con mayor razón después de escribir y publicar durante ese exilio su obra cumbre de doce tomos, llamada Sobre la Trinidad, que causó la desbandada de buena parte del clero arriano de Oriente hacia el seno de la Madre Iglesia y por eso los preocupados líderes de esa herejía le pidieron a Constancio que lo devolviera a occidente y el emperador no tuvo más remedio que reintegrarlo al obispado de Poitiers.
A su regreso en el año 360 Hilario volvió a la carga y metió en cintura a los arrianos mediante varios sínodos en los que por unanimidad fue ratificada toda la doctrina del concilio de Nicea. Así recuperó a buena parte del clero que se había inclinado hacia esa herejía; logró la excomunión de Saturnino, el obispo apóstata que era su más fuerte oponente, y tuvo arrestos para enfrentarse a Auxencio –el férreo prelado filoarriano que estaba atrincherado en la arquidiócesis de Milán–, quien temiendo su destitución obtuvo del emperador Constancio, que Hilario no pudiera salir de Poitiers y en vez de callarlo, esa determinación le dio libertad a su acerada pluma con la que Hilario completó su obra en la que se destacan entre otros textos: Contra Constancio, un libro en el que acusa abiertamente al emperador de ser el Anticristo; Comentario a San Mateo, que es un análisis exegético de este evangelio; Tratado sobre los misterios, que estudia las principales figuras del Antiguo Testamento y el Tratado sobre los Salmos, que se ocupa de explicarlos como anuncios evangélicos de la llegada del Mesías. Además compuso varios himnos que introdujo en la liturgia y por eso es considerado el pionero de esta forma de alabanza de la Iglesia católica. Embebido en esta ingente labor lo sorprendió la muerte en el año 367. Por la magnitud y trascendencia de su obra, fue declarado Doctor de la Iglesia, por el papa Pío IX, en 1851. Por eso, hoy 13 de enero, día de su festividad, pidámosle a san Hilario, que así como él lo pregonaba, nosotros también seamos capaces de: “Predicar la verdad, aunque tengamos que permanecer en el destierro”.