El Santo del día
29 de noviembre
San Gregorio Taumaturgo
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Oración a San Gregorio Taumaturgo
Oh San Gregorio Taumaturgo, santo poderoso y obrador de milagros, te honramos y te invocamos en este día. Tú que fuiste un valiente predicador del Evangelio, convirtiendo a multitudes al cristianismo y manifestando el poder de Dios a través de tus milagros, ruega por nosotros para que podamos encontrar la fe y el asombro en las maravillas de Dios. Ayúdanos a crecer en nuestra devoción y servicio a Dios ya compartir la Buena Nueva con los demás a través de nuestras palabras y acciones. San Gregorio Taumaturgo, ruega por nosotros y alcánzanos la gracia de experimentar la presencia viva y transformadora de Dios en nuestras vidas.
Amén.
Antes de cada eucaristía, ya estaba llena la iglesia y los fieles que quedaban por fuera pugnaban por entrar a como diera lugar. Por eso el obispo Gregorio Taumaturgo, preocupado por la situación, comenzó a buscar un sitio más amplio para construir un nuevo templo pero los mejores terrenos, o pertenecían a terratenientes que no estaban dispuestos a cederlos o eran públicos, y las autoridades, hostiles a los cristianos, en vez de adjudicarle un lote baldío, lo amenazaban con expulsarlo de la ciudad, porque su labor evangélica había desocupado los lugares sagrados de los paganos y las constantes quejas de sus sacerdotes tenían en ascuas al prefecto de Neocesarea, que no se atrevía a tomar cartas en el asunto por temor a una insurrección popular; pero dadas las circunstancias, intrigó a más no poder para que nadie le diera un palmo de tierra pues de esa manera podía quitárselo de encima, sin consecuencias, mas el prelado no dio su brazo a torcer y a fuerza de insistir, un latifundista movido más por la mordacidad que por la generosidad, le regaló un picacho inaccesible en el que era imposible edificar algo. Sin embargo el obispo Gregorio lo recibió de buena gana, congregó a sus fieles en las cercanías del risco y en un sentido sermón les recordó que en el evangelio de Marcos (versículo 23 del capítulo 11), Jesús afirmó: “Os aseguro que el que sin dudar interiormente lo más mínimo, sino creyendo que se cumplirán sus palabras, diga a ese monte: Quítate de ahí y échate al mar, lo alcanzará”. A continuación oró fervorosamente y le ordenó al pico que se abajara e inmediatamente un temblor de tierra derrumbó la cresta y quedó la explanada perfecta en la que posteriormente construyó su anhelada iglesia. Ese día, los únicos que no se convirtieron fueron el Prefecto y su plana mayor.
Teodoro (nacido aproximadamente en el 213, en Neocesarea del Ponto, en la actual Turquía), formaba parte de una acaudalada familia cuyos nexos con el imperio romano les auguraba a sus hijos una exitosa carrera en la administración pública y en consonancia con ello recibieron una completa formación básica. Al morir su padre, Teodoro y su hermano Atenodoro, fueron enviados por su madre a la Universidad de Beirut, en donde estudiarían derecho, pero de camino hacia esa ciudad debían acompañar y entregar su hermana a su futuro esposo, el nuevo gobernador de Palestina, que la esperaba en Cesarea, capital de esa provincia en la que –luego de cumplir la misión– prolongaron su estadía para visitar sus lugares más atractivos. En ese recorrido se encontraron la famosa escuela catequética que dirigía Orígenes y después de escucharlo, quedaron prendados de la filosofía y teología que enseñaba el maestro alejandrino, entonces se olvidaron de la jurisprudencia y de su mano descubrieron a Nuestro Señor Jesucristo.
Al recibir el bautismo, Teodoro cambió su nombre por el de Gregorio, se convirtió en el discípulo más aventajado de Orígenes y durante cinco años sorbió su conocimiento y el de las Sagradas Escrituras. Una vez terminados sus estudios en el 238, retornó con su hermano a su patria en la que pronto se ganó el respeto de sus coterráneos por su humildad, vida austera, constante oración y ayuno, pero especialmente porque de su carisma se desprendían milagros a granel y esa condición fue determinante para que se le apodara Gregorio el Taumaturgo, y Fedimo, el obispo de Arnasca, lo consagrara como el primer obispo de Neocesarea.
A pesar de que esa ciudad era populosa (porque allí convergían varios caminos por los que llegaban comerciantes de todo el imperio que mezclaban sus culturas y religiones paganas), Gregorio Taumaturgo, con su celo apostólico, la elocuencia de su palabra, su abnegado compromiso con los pobres y sus constantes milagros (fue en esa época en la que el picacho se derrumbó y así pudo construir su iglesia soñada), bautizó a la mayoría de sus habitantes y de hecho Neocesarea del Ponto, se convirtió en una floreciente comunidad cristiana a la que acudían fieles de todas partes para buscar su consejo, sanar sus cuerpos mediante curas milagrosas y sus almas con el bálsamo de sus predicaciones.
Precisamente por su santidad y popularidad, Gregorio Taumaturgo fue objeto del acoso constante de las autoridades romanas, pero sus enemigos fallaban siempre a la hora de su aprehensión como ocurrió cuando el emperador Decio desató una cruel persecución contra los cristianos en el año 250 y un espía de los persecutores denunció que Gregorio Taumaturgo estaba escondido en un bosque en el que fue buscado palmo a palmo y aunque pasaron por su lado no pudieron encontrarlo, a pesar de que el delator que sí lo veía, se los señalaba.
En esos vaivenes continuó su apostolado hasta que después de realizar –poco antes de morir en el año 270– un censo sobre cuántos paganos quedaban en su diócesis y enterarse de que eran apenas 17, san Gregorio Taumaturgo, exclamó satisfecho: “Es el mismo número de creyentes que encontré al llegar”. Unos días más tarde, falleció rodeado de sus fieles que lo lloraron profusamente y al mismo tiempo, sus enemigos celebraron el acontecimiento porque al fin la muerte se los había quitado de encima. Por eso hoy, 29 de noviembre, día de su festividad, pidámosle a san Gregorio Taumaturgo, que nos enseñe a tener la fe que mueve montañas.