El Santo del día
1 de septiembre
San Gil
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Oración a San Gil
Glorioso San Gil, bendito mensajero de la divina misericordia, hoy nos postramos ante tu santa imagen con corazones humildes y llenos de fe. En este primer día de septiembre, tu presencia ilumina nuestras almas y nos llena de esperanza en la bondad de Dios. Oh querido San Gil, testigo del amor incondicional del Creador, te rogamos que intercedas por nosotros ante el trono celestial. Tú, que conoces nuestras debilidades y anhelos más profundos, acoge nuestras súplicas con dulzura y preséntalas ante el Todopoderoso. En tus manos confiamos nuestras preocupaciones y necesidades, confiados en que tu intercesión obtendrá para nosotros las gracias que tanto necesitamos. Que tu ejemplo de caridad y entrega inspire nuestras acciones diarias, guiándonos hacia la práctica de virtudes que nos acerquen a Dios. Oh amado San Gil, te imploramos que, a lo largo de esta novena devota, derrames tus bendiciones sobre nosotros y nos concedas la gracia especial que con fervor esperamos alcanzar. A través de tu poderosa intercesión, que nuestras vidas sean transformadas por el amor divino y podamos avanzar en el camino de la salvación. Rogamos, en humilde oración, que nos guíes en la búsqueda de la santidad y nos acompañes en cada paso que demos hacia el reino celestial. Glorioso San Gil, protector de almas y consuelo de los afligidos, escucha nuestras plegarias y alcánzanos las gracias que necesitamos para seguir a Cristo con devoción y fidelidad.
Amén.
Con su vestido nuevo, Gil salió muy ufano de la iglesia después de escuchar el sermón en el que el sacerdote hacía énfasis en la misericordia que derramó Jesús a lo largo de su vida pública e instaba a los fieles a practicarla siempre y con todos. Iba pensando en ello, cuando le llamó la atención un paralítico que tirado en el atrio, temblaba de frío y recordando las palabras del predicador, Gil no dudó un instante en quitarse su costosa capa y con ella envolvió al aterido tullido que inmediatamente se levantó y corriendo gritaba: ¡milagro! ¡milagro! y señalaba al elegante caballero que lo cubrió con su manto. Gil, al ver que la turba lo seguía, tuvo que escabullirse por entre los callejones de Atenas y al llegar a su casa, consciente de que Dios lo había escogido, se dedicó a estudiar las Sagradas Escrituras, pero ante el permanente acoso de los enfermos, hizo un inventario de sus pertenencias, las repartió discretamente entre los pobres y huyó de la ciudad en la que la fama ya lo perseguía sin tregua.
Gil (nacido en Atenas, en el año 640), creció en medio del ambiente intelectual de la capital griega y gracias a la fortuna que sus acaudalados padres –Teodoro y Pelagia– le dejaron de herencia, pudo estudiar humanidades, latín, gramática, retórica y literatura, lo que le permitió destacarse por su aguda inteligencia y fácil palabra en la sociedad ateniense, hasta que curó milagrosamente al paralítico y como no lo dejaban en paz se escapó de la urbe y en la travesía hacia Francia, Gil salvó con sus oraciones el barco que estaba a punto de naufragar. Ya en tierra, los demás pasajeros esparcieron el rumor sobre el nuevo prodigio y el confundido Gil, entonces, atravesó el Ródano y se escondió en un bosque en el que se encontró con un sabio ermitaño llamado Veredimo, con quien se sumió en un largo período de oración, ayuno y formación espiritual. Pero al cabo de varios años los lugareños supieron quién era y empezaron a acudir en masa para que les hiciera los milagros a su medida y Gil, con dolor en el alma, abandonó a su mentor y se perdió en la espesura de la Provenza francesa, en donde encontró una cueva mimetizada entre la frondosa arboleda y por un buen tiempo tuvo paz.
En medio del silencio, la oración, el ayuno y la contemplación transcurría la vida de Gil, alimentado únicamente por una hermosa y mansa cierva que lo proveía diariamente de leche y queso, pero en el 673, el visigodo Flavio Wamba, que reinaba sobre esa parte de las Galias, llegó a cazar en ese bosque. En medio del ajetreo se le cruzó un imponente venado sobre el que emprendió una feroz persecución y cuando estaba a punto de cazarlo, la presa se perdió en una gruta a la que la jauría no quiso entrar, entonces uno de sus arqueros disparó un venablo, a continuación el rey ingresó a la cueva y encontró a Gil atravesado por la flecha y la cierva a sus pies. Cuando se enteró de quien se trataba, le pidió perdón, lo hizo curar y le ofreció muchas riquezas pero Gil las rehusó y a cambio le pidió que construyera un monasterio en ese paraje a lo que accedió Wamba, con la condición de que aceptara ser su abad y Gil no pudo negarse.
Cuando la construcción terminó y la gente se enteró de que Gil estaba en el Monasterio del Valle Flaviano, acudieron peregrinos de todas partes y los milagros no se hicieron esperar. A la par, una gran cantidad de monjes ingresaron al convento y se sometieron a las estrictas reglas de san Benito y a la bondadosa pero férrea autoridad de Gil, que lo dirigió hasta su muerte acaecida el 1° de septiembre del 721. Fue inscrito en el libro de los santos por el papa Urbano IV, en 1263. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Gil, que nos ayude a hacer el bien y a rehuir el agradecimiento.