El Santo del día
24 de enero
San Francisco de Sales
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Oración a San Francisco de Sales
San Francisco de Sales, doctor de la Iglesia y guía espiritual, Tu corazón rebosaba con amor y compasión, Enseñaste con paciencia y verdad, con lo divinal, Con sabiduría y humildad, ofreciste dirección. Tu gentileza y palabras llenas de bondad, Conquistaron corazones en la senda espiritual, En el camino de la devoción y la verdad, Guiaste con amor, ejemplo sin igual. Oh San Francisco de Sales, maestro de caridad, Patrono de escritores y comunicadores de luz, Enseñaste el camino de la paz con claridad, En el amor a Dios, una vida de virtud. Intercede por nosotros en nuestras luchas diarias, Que en la serenidad y amor, encontremos redención, Que sigamos tus enseñanzas extraordinarias, Buscando a Dios con fervor y devoción.
Amén.
Como ya era su costumbre, después de deslizar –durante todo el día– por debajo de las puertas, los últimos escritos redactados por él (en los que pregonaba la verdadera fe y refutaba con mansedumbre y amor los postulados protestantes de los calvinistas), Francisco de Sales se adentró en el bosque esa noche decembrina de 1594 y se acomodó entre las estrías de la raíz de un árbol frondoso para resguardarse un poco del frío. Comenzó a orar fervorosamente, mas vencido por el cansancio, se sumió en un ligero sueño que al cabo de unos minutos fue interrumpido por los aullidos de una manada de lobos, inmediatamente se incorporó y trató de treparse, pero mientras más lo intentaba, más resbaladizo se tornaba el tronco recubierto de nieve cristalizada y cuando la jauría estaba a punto de abalanzarse sobre él, inexplicablemente retrocedió atemorizada y se alejó gañendo; entonces Francisco de Sales pudo subir sin apuros, se amarró con su cinto a una robusta rama y allí permaneció el resto de la noche dándole gracias a Dios. A la mañana siguiente unos campesinos que pasaban por el lugar lo bajaron aterido y lo llevaron a una casa cercana en la que tardó varios días en recuperarse, lapso que aprovechó Francisco de Sales para catequizar con la dulzura de sus sermones a los admirados lugareños, que se encargaron de esparcir la noticia sobre la extraña huida de los temibles lobos y encomiar la inigualable bondad del santo, rumor que le abrió todas las puertas y así logró la conversión masiva de los reticentes labradores calvinistas de toda la región de Chablais.
Francisco Buenaventura de Sales (nacido el 21 de agosto de 1567, en el castillo de Sales, en Saboya), tomado de la mano de su madre desarrolló desde muy temprano una profunda devoción a la Santísima Virgen, lo que de hecho fortaleció su precoz vocación religiosa, pero como su padre esperaba que mantuviera el prestigio de la familia en la administración pública, lo envió a París, en donde adelantó su instrucción básica en el colegio jesuita, de allí pasó a la universidad de Padua en la que se doctoró en Derecho Canónico y Civil; a la par y discretamente, se graduó en teología y perfeccionó sus conocimientos sobre los escritos de santo Tomás de Aquino y de san Agustín. Aunque con esa formación ya era apto para ser ordenado sacerdote, retornó a la casa paterna, acató la voluntad de su progenitor y durante algún tiempo ejerció su profesión de abogado, pero se negó a aceptar el cargo de senador y rechazó un ventajoso matrimonio que su padre le había concertado; en cambio, accedió a la dignidad de Deán de la catedral de Chambery, nombramiento que significaba, tácitamente, su ingreso oficial a la vida religiosa, decisión que su padre cuestionó, pero su resistencia fue vencida por la tenacidad de Francisco de Sales, quien poco después –en 1593– recibió la unción sacerdotal.
Desde ese momento Francisco de Sales comenzó a destacarse como un profundo orador que con el imán de sus palabras sencillas atraía a los indiferentes y redondeaba la faena con la mansedumbre, dulzura y humildad de su personalidad: jamás juzgaba a nadie, comprendía a todos, su sonrisa permanente era un bálsamo para los espíritus rebeldes y los enemigos de la Iglesia se rendían mansamente ante sus amorosos y sólidos argumentos doctrinales. Justamente por eso Francisco de Sales se ofreció como voluntario para catequizar a los agresivos calvinistas de Chablais, quienes en principio no solo lo rechazaron sino que en dos ocasiones intentaron asesinarlo, en vista de lo cual Francisco de Sales se dedicó a escribir afectuosas exhortaciones que deslizaba bajo los pórticos de las casas (fue en esa época en la que se salvó de los lobos).
Poco a poco las puertas se abrieron y terminó convirtiendo a todos los habitantes de ese territorio, labor que aprovechó el obispo Garnier, para nombrarlo su coadjutor y tras la muerte de éste, Francisco de Sales fue elegido obispo de Ginebra. A pesar de que esa ciudad estaba dominada por los calvinistas, se las arregló para administrar, reorganizar, fortalecer su diócesis, socorrer a los desvalidos, reverdecer la fe de sus sacerdotes y recuperar a los fieles perdidos en la herejía. En ese período Francisco de Sales conoció a santa Juana de Chantal, de quien era su director espiritual y aprovechando el liderazgo de esta baronesa viuda, le encomendó la fundación de la Orden de la Visitación.
Esa ingente labor apostólica de Francisco de Sales, se alimentaba con la oración y la meditación y de ellas extrajo su portentosa obra en la que se destacan entre otros textos: Controversias, una recopilación de los folletos con los que combatía doctrinalmente a los calvinistas y que metía bajo las puertas de Chablais; Coloquios espirituales, una compilación de las charlas que Francisco de Sales dictaba a las religiosas de la Visitación; Introducción a la vida devota (también conocida como Cartas a Filotea), que era un compendio de la correspondencia que sostuvo con su prima política la señora de Charmoisy; El tratado del amor de Dios, considerada su obra maestra y que a decir del papa Benedicto XVI, es toda una “Summa”, por su profundidad teológica.
Además de esta admirable producción, dejó una valiosa colección de sermones y cartas apostólicas, pero no le alcanzó el tiempo para redondear su pensamiento, porque la muerte sorprendió a san Francisco de Sales, a los 55 años, el 18 de diciembre de 1622. Fue canonizado en 1665, por el papa Alejandro VII, declarado Doctor de la Iglesia por el papa Pío IX, en 1877 y desde que san Juan Bosco le consagró su obra, los miembros de su congregación adoptaron el apelativo de salesianos. Por eso, a partir de hoy 24 de enero, día de la festividad de san Francisco de Sales, apliquemos en nuestra vida diaria su frase más sabia y hermosa que dice: “La medida de amar a Dios, consiste en amarlo sin medida”.