El Santo del día
14 de enero
San Félix
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Oración a San Félix
Oh Dios, que en tu infinita bondad nos has dado el ejemplo de San Félix, mártir valiente que prefirió morir antes que renunciar a su fe en Cristo. Te pedimos, por su intercesión, que nos concedas la fuerza y la valentía para ser fieles en nuestra vida cristiana. San Félix, testigo intrépido de la fe en tiempos difíciles, ruega por nosotros para que podamos enfrentar con determinación y firmeza los desafíos que se presenten en nuestro camino. Concede, por tu intercesión, que podamos perseverar en la fe y la virtud, siguiendo el ejemplo de amor y fidelidad a Dios. Que su valentía y su amor por Cristo sean un modelo para nosotros en momentos de dificultad y tentación. San Félix, mártir fiel, ruega por nosotros para que podamos vivir nuestra fe con fervor y dedicación, siempre en comunión con el amor divino.
Amén.
Cuando Máximo, el anciano obispo de Nola, supo que Decio había ordenado su captura, consciente de sus limitaciones y exhortado por sus feligreses emprendió la huida, se refugió en el desierto y en su lugar quedó encargado de sus deberes diocesanos, el presbítero Félix, que además de ser su mano derecha, era el sacerdote más respetado de la comunidad por su piedad, vocación de servicio y vida ejemplar. Como los esbirros del cruel emperador no pudieron encontrar al prelado, apresaron a Félix, lo azotaron, apalearon, aherrojaron con pesadas cadenas y lo lanzaron a una lóbrega mazmorra cuyo suelo cubierto de afilados trozos de vidrios le impedían recostarse, sentarse o tenerse en pie sin agregar nuevos dolores y cortaduras a las que por culpa de las torturas previas ya sufría; pero una noche –tras varias jornadas de insomnio en medio de este suplicio–, mientras Félix alababa a Dios y le daba gracias por concederle el privilegio de padecer en su nombre, se iluminó la celda y descendió ante él, un ángel, que lo consoló e instó a cuidar a su obispo agonizante y de acuerdo con el relato del poeta Prudencio –uno de sus biógrafos– el mensajero celestial desató sus cadenas, abrió las puertas de la prisión y lo condujo a la ramada en la que Máximo yacía inconsciente; entonces Félix se apersonó de la situación y aunque le prodigaba todos los cuidados con abnegada misericordia, oraba constantemente y velaba a su lado, el anciano no reaccionaba hasta que al cabo de algunos días, apareció un misterioso racimo de uvas, del que Félix tomó unas cuantas e invocando la gracia divina, las exprimió sobre sus labios, al instante despertó el obispo y milagrosamente recuperó sus fuerzas.
Félix (nacido en Nola, Italia, a principios del siglo III), era hijo de un militar sirio al servicio del imperio romano, pero en contraste con su padre pagano, él abrazó el cristianismo cuando aún era adolescente y en esa comunidad pronto se destacó por su asistencia incondicional a los pobres, su probada piedad y su dedicación al estudio de las Sagradas Escrituras, preparación que le permitió –siendo muy joven– ser ordenado sacerdote por Máximo, obispo de esa localidad, quien consciente de su valía lo convirtió en su secretario y le delegó buena parte de la administración diocesana, tarea que desempeñó con aplomo y pulcritud, lo que de hecho lo perfiló como el sucesor natural del prelado. Por eso, una vez en marcha la persecución decretada por el emperador Decio en el año 250 y la consecuente huida del anciano obispo, a Félix le tocó recoger el cayado pastoral, lo que hizo con valentía porque visitaba a los presos, asistía a las viudas, enterraba a los mártires muertos y ese protagonismo no pasó inadvertido para los persecutores que frustrados por la fuga de la cabeza visible del movimiento cristiano, enfilaron sus baterías contra Félix, lo detuvieron y luego de torturarlo fue conducido a un calabozo del cual –con la ayuda de un ángel– salió en pos de su venerable pastor; luego de curarlo milagrosamente, continuó escondido y volvió a Nola.
Tras la muerte del tirano, pero aunque la persecución había cesado, su carisma e influencia entre los cristianos eran consideradas altamente peligrosas por las autoridades, que no tardaron en reanudar sus hostigamientos y Felix se vio obligado a refugiarse en un pozo seco durante seis meses, al cabo de los cuales pudo retornar y dado que a los pocos días falleció Máximo –su mentor– fue aclamado por el pueblo como su nuevo obispo, pero aunque prefirió declinar el ofrecimiento –porque según él, no era digno de tal privilegio– su santidad, ejemplo, elocuencia y generosidad para con los más desvalidos le otorgaron la autoridad moral y doctrinal que todos –incluido Quinto, el prelado elegido en su lugar– consultaron y acataron sin cuestionamientos hasta su muerte acaecida el 14 de enero del año 260. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Félix de Nola, que no nos deje abatir por el miedo cuando tengamos que defender nuestra fe católica.