El Santo del día
9 de enero
San Eulogio de Córdoba
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Oración a San Eulogio de Córdoba
Oh San Eulogio de Córdoba, valiente testigo de la fe en tiempos difíciles, te pedimos tu intercesión y fortaleza en nuestros días. Tú, que diste tu vida por proclamar y defender la fe cristiana, ayúdanos a ser fieles en nuestro compromiso con Dios y con nuestros semejantes. Concede, oh santo mártir, tu valentía y perseverancia a aquellos que enfrentan desafíos por su fe. Inspíranos a ser testigos auténticos del amor de Cristo, incluso en medio de las dificultades y persecuciones. Que tu ejemplo de fidelidad a Dios y de amor por la verdad sea un faro de esperanza para quienes buscan la rectitud y la justicia. San Eulogio, ruega por nosotros, para que podamos vivir con coraje y convicción nuestra fe, siguiendo el camino de la verdad y el amor.
Amén.
Como una sombra, Leocricia, la joven muladí (denominación que se les daba a los hijos de padre musulmán y madre cristiana, que por ley debían profesar la fe islámica), se deslizó al amparo de la noche por la puerta entreabierta de la casa del nuevo obispo metropolitano de Toledo, Eulogio –recién elegido, mas no consagrado oficialmente– que la recibió con los brazos abiertos, la escondió en su propia celda y desde ese momento se convirtió en su tutor y director espiritual, dado que la doncella había huido de su hogar en el que la tenían castigada porque, además de convertirse al cristianismo, catequizó a varios criados de la casa paterna e intentó convencer a su papá, que escandalizado, la confinó en un cuarto y luego la denunció ante la corte del califa Mohamed I, que mandó por ella y al no encontrarla en su casa, ordenó la búsqueda de Lucrecia –nombre hispanizado con el que la Iglesia la reconoce como mártir–, por toda la ciudad.
Al cabo de algunos días de intensas pesquisas, los sabuesos del califa siguieron su rastro hasta la residencia de Eulogio, que sin rodeos les salió al paso y admitió que la muchacha estaba bajo su protección e inmediatamente ambos fueron apresados y conducidos ante el tribunal encargado de juzgar a quienes hacían proselitismo cristiano (pues consideraban que Eulogio, era el responsable de la evangelización de Lucrecia, y a ella la acusaban de cristianizar a los esclavos de su familia) y ese delito se castigaba con la pena de muerte.
Eulogio (nacido en el año 800, en Córdoba, España), formaba parte de una prestigiosa familia mozárabe (así se les denominaba a los cristianos que mantenían viva su fe a pesar de vivir en territorios dominados por los árabes), y su abuelo le infundió el amor a Cristo y en consonancia con su piedad confió su educación a los sacerdotes de la iglesia de san Zoilo, quienes además de instruirlo en cultura griega, latín, literatura, retórica, gramática, matemáticas y música, despertaron en él, un intenso amor por las Sagradas Escrituras, en cuyo estudio lo perfeccionó más adelante el sabio abad del monasterio de Santa Clara Spera-in-Deo, que se encargó asimismo de abrirle las puertas de la filosofía y la teología, sellando su preparación para alcanzar el sacerdocio, cuando contaba 25 años.
Una vez ungido, Eulogio comenzó un intenso apostolado mediante una agresiva predicación contra el profeta Mahoma y sus enseñanzas y a estos sermones les agregaba la balsámica invitación a seguir a Cristo fuente de amor y salvación; así reverdeció la lánguida fe de los católicos cordobeses que aunque podían profesar sus creencias (pero se les prohibía tajantemente evangelizar), debían pagar por ello al califato un oneroso tributo que trataban de evitar, u ocultando su condición de cristianos, o renunciando a ella, y Eulogio le dio vuelta a la torta al lograr que muchos de esos tímidos fieles se enfrentaran con coraje a las prohibiciones y se convirtieran en mártires voluntarios, lo que preocupó a las autoridades moriscas que lo detuvieron y lo encerraron en una cárcel en la que Eulogio se dedicó a catequizar infieles, a consolar a los cautivos católicos y a escribir el Memorial de los mártires, que era un elogio de los mártires caídos y una invitación a sacrificar la vida si fuera necesario por amor a Cristo.
Al cabo de algunos meses fue liberado y entonces quiso peregrinar a Tierra Santa, pero como los litigios fronterizos, tan comunes en esa etapa de la edad media, le impidieron llegar a su destino, deambuló por distintos monasterios de la península ibérica de los que retornó varios años después con las mejores obras literarias, filosóficas y teológicas que puso al servicio del tibio clero y la curiosa comunidad cristiana de la ciudad de Toledo, en donde se radicó y desde la que siguió instando a los católicos del califato a defender su fe, aunque tuvieran que perecer en el intento. Sus arengas despertaron tal entusiasmo, que muchos fieles avanzaban alegremente hacia la muerte entonando himnos y alabando a Dios, pero eso sí los activos verdugos no se atrevían a tocar a Eulogio, por su prestigio y ascendencia entre la comunidad católica y con mayor razón le rehuían cuando ante la muerte del obispo, el pueblo y el clero lo aclamaron como nuevo titular de la diócesis de Toledo, en el 858; sin embargo no se pudo posesionar porque el califa Mohamed I –sucesor de Abderramán II–, impuso su derecho al veto y no lo dejó acceder al episcopado. Sin inmutarse, Eulogio continuó con su pertinaz trabajo apostólico hasta que fue encontrada en su casa la joven Lucrecia, a la que detuvieron y los esbirros de Mohamed aprovecharon esa coyuntura para justificar la detención del aguerrido predicador y su posterior enjuiciamiento, en el que pregonó que Jesús era su único Señor y Salvador y de paso se fue lanza en ristre contra el profeta Mahoma, a quien tildó de impostor; esa acusación que los jueces consideraron blasfema, fue suficiente para condenarlo a muerte y a mediados de marzo del año 859, fue decapitado. Por eso hoy, 9 de enero, día de su festividad, pidámosle a san Eulogio de Córdoba, que no nos deje intimidar por los enemigos de la Iglesia católica.