El Santo del día
7 de septiembre
San Columbano
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Oración a San Columbano
San Columbano. Heraldo intrépido de la fe y la verdad, que dejaste tu tierra para llevar la luz del Evangelio, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Guíanos en nuestros viajes espirituales y físicos, inspíranos a proclamar la Palabra con valentía. Que en medio de las adversidades encontramos fuerza en Cristo, y en cada encuentro, seamos portadores de esperanza. San Columbano, ejemplo de abnegación y compromiso, ayúdanos a vivir con fervor ya seguir los caminos de Dios. Ruega por nosotros ante el Altísimo, para que podamos seguir tu legado y propagar la fe con amor.
Amén.
Aunque el rey de Borgoña, Teodorico, sentía un gran respeto y admiración por él y le había cedido el terreno y financiado la construcción de un monasterio en Fontaine, el abad Columbano mantenía su independencia y lo reconvenía cuando con su vida personal daba mal ejemplo a sus súbditos, sin que el monarca tomara represalias en su contra. Pero el cántaro se rompió el día en que el clérigo le negó la bendición a los cuatros hijos del monarca, habidos, con igual cantidad de concubinas. Entonces Teodorico montó en cólera lo expulsó de su reino y lo envió de regreso a su país, pero una fuerte tempestad aventó el barco en que viajaba contra las mismas costas francesas en las que Columbano y sus compañeros –asumiendo que era una señal divina–, desembarcaron y luego de pasar por París, llegaron a la corte del rey Teodeberto, que lo recibió con los brazos abiertos y le proporcionó los medios para que se adentrara en Suiza, y cerca del lago Constanza encontró un oratorio abandonado, que en poco tiempo convirtió en convento y desde allí extendió su labor apostólica que incluyó a la actual Austria.
Columbano (nacido en Irlanda más o menos en el año 543), miembro de una familia acaudalada, era un joven apuesto, fornido y educado por los mejores preceptores de Leinster, lo que le auguraba un brillante futuro político, pero inclinado a la oración, al retiro y al silencio, optó por ingresar a un monasterio –en el norte de su país–, dirigido por el sabio abad Sinell, que lo condujo en su formación espiritual y de su mano se especializó en Sagradas Escrituras y teología. Al término de ese ciclo de preparación entró al cenobio de Bangor, con cuyo virtuoso y ascético abad, Comgal conoció la rigurosidad de la vida conventual a la luz de las reglas de san Benito y pronto se destacó en la práctica de las mismas con un celo admirable. Luego de ser ordenado sacerdote, redobló su austeridad, la severidad de su mortificación corporal, el ayuno, el silencio y la oración. No obstante el misionero que dormía en su interior, no le dejaba conciliar el sueño y veinte años después –cuando contaba 45–, obtuvo permiso para evangelizar en Europa.
Al llegar con 12 compañeros a Francia, en el 590, Columbano encontró que el cristianismo se había convertido en un recuerdo, pero tuvo la fortuna de que el rey Gontram, de Borgoña, le concediera un terreno en Annegray, en el que construyó un monasterio que al cabo de algunos meses ya no daba abasto y por eso al poco tiempo abrió otro en Luxeuil, que se convirtió en su campamento base para emprender misiones por todo el país y a medida que se adentraba en territorio galo, iba construyendo nuevos conventos, sanando milagrosamente enfermos, realizando toda suerte de prodigios y cosechando conversiones y enemigos, porque no le guardaba agua en la boca a los gobernantes, como le sucedió cuando fue expulsado por el rey Teodorico y más adelante le aconteció lo mismo en Suiza; entonces Columbano cruzó los Alpes y como su fama de santidad llegó primero a Milán, al arribar a esta ciudad, el rey Agilulfo lo recibió con los brazos abiertos, le regaló una iglesia en ruinas y su terreno circundante, en donde erigió el imponente monasterio de Bobbio.
Como ya la salud de Columbano empezaba a decaer debido a la rigurosidad de sus ayunos y a las penitencias que se autoimponía, se quedó allí y envió a sus monjes a fundar monasterios en Italia, Alemania, Francia y expandió un estilo de vida eremítica que se impuso en la Europa medieval y con ello logró rescatarla del paganismo, de las herejías y del boato en el que había caído el clero de todo el continente. El 22 de noviembre del 615 se retiró a una cueva cercana a orar y allí sus hermanos lo encontraron muerto al otro día. Por eso hoy 7 de septiembre, día oficial de su festividad, pidámosle a san Columbano que nos dé fortaleza, para exhortar con firmeza a los que se alejan de Dios.