El Santo del día
23 de noviembre
San Clemente, Papa y Mártir
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Oración a San Clemente, Papa y Mártir
Oh San Clemente, Papa y Mártir, héroe de la fe y defensor de la Iglesia, te honramos y te invocamos en este día.
Intercede por nosotros ante el Señor, para que podamos encontrar fuerza en nuestra fe y perseverancia en tiempos de adversidad.
Guíanos en el camino de la verdad y la caridad, y ayúdanos a ser testigos valientes de Cristo en nuestro mundo de hoy.
San Clemente, ruega por nosotros y protege a la Iglesia universal.
Amén.
Mientras los guardianes disfrutaban del agua que era traída de una fuente que distaba diez kilómetros, los mismos prisioneros que la acarreaban sucumbían ante la sed abrasadora porque sus verdugos no les proporcionaban una sola gota y en los días precedentes ya habían muerto varios por esa causa y por las terribles condiciones en que trabajaban, las extenuantes jornadas y las vejaciones a las que eran sometidos. Desesperados, los presos acudieron al papa Clemente, quien desde que fuera condenado por el emperador Trajano a trabajos forzados en esa cantera de Quersoneso, en Crimea, era el padre amoroso que los guiaba, consolaba, cuidaba a los enfermos enterraba a los muertos y con su palabra esclarecedora y llena de esperanza, había logrado la conversión de cientos de sus compañeros y afianzado la fe de los que como él, estaban allí por ser cristianos y ahora todos le pedían que les calmara su sed. Entonces el Santo Padre clamó al cielo por agua y –cuenta Eusebio de Cesárea–, que al instante surgió de una roca un fresco manantial, que en adelante, apaciguó la resequedad de las víctimas y de los victimarios, la mayoría de los cuales fue bautizada por el papa Clemente, en la misma fuente.
Clemente nacido en Roma, varios años después de la crucifixión de Jesús, era hijo de un senador llamado Faustino, quien deseaba que fuera su heredero político y por eso recibió una educación acorde con su condición social que incluía el dominio del idioma griego, de la literatura latina, de la oratoria y de la jurisprudencia, materias que le eran necesarias para el futuro de su carrera pública. Sin embargo todo cambió cuando por influencia de algunos de los criados de su casa, se fue impregnando del mensaje evangélico y se mudó al cristianismo. Al llegar san Pedro a Roma, se convirtió en su seguidor incondicional, se nutrió de su bondad, su sabiduría y de la doctrina genuina recibida por el apóstol, directamente, del Salvador.
Al cabo de algunos años, san Pedro lo ordenó obispo y entonces de hecho, Clemente se ganó un lugar entre las figuras más prominentes de ese cristianismo en gestación e inclusive san Pablo –que ya esperaba su juicio en Roma–, lo reconoció como su coadjutor evangélico. Por eso, tras el martirio de los dos pilares de la Iglesia, Clemente incidió en las elecciones de los siguientes papas: san Lino y san Anacleto (segundo y tercero respectivamente en la línea de sucesión apostólica y que también fueron mártires) y a continuación, le tocó recoger el báculo de san Pedro, en el año 88, y de entrada tuvo que sofocar un conato de rebelión en la iglesia de Corinto, cuyo dominio se lo disputaban dos facciones clericales a las que les impuso su autoridad papal, mediante una memorable Carta a los Corintios, texto que de acuerdo con el parecer de algunos Doctores de la Iglesia, es el primer documento canónico de la historia eclesial, con carácter y consistencia de encíclica, al que aún se le considera como el fundamento primigenio de la primacía universal del papa.
En sus nueve años de pontificado, Clemente organizó la comunidad católica romana en siete distritos que eran regentados por igual número de diáconos; mandó a elaborar cuidadosamente las Actas de los mártires; restableció el sacramento de la confirmación, según lo estipulado por san Pedro, y ordenó que todas las oraciones fueran rematadas con la palabra: Amén. Al parecer, su influencia fue decisiva en la conversión de muchos nobles romanos, lo que despertó la furia del emperador Trajano, que lo condenó a trabajos forzados en Crimea, por lo que se vio obligado a renunciar (de hecho, san Clemente, es reconocido como el primer papa dimitente) y en su exilio, prosiguió su labor evangélica que alcanzó el culmen, cuando hizo brotar agua de la roca, milagro que le costó la vida, porque al ver los comandantes que sus subalternos se habían convertido al cristianismo y muchos desertaban, ordenaron que Clemente fuera lanzado al mar con un ancla atada al cuello para que su cuerpo no pudiera ser rescatado y tal orden se cumplió el 23 de noviembre del año 97, de nuestra era. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Clemente que reafirme nuestra fe, aun en medio del peligro.