El Santo del día
5 de noviembre
San Celestino V
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Oración a San Celestino V
Dios eterno y misericordioso, En esta oración, recordamos la vida de San Celestino V, quien, a pesar de su humildad, asumió la responsabilidad de liderar tu Iglesia en un momento crucial. Le agradecemos por su valentía y su búsqueda de tu voluntad. San Celestino, patrón de los papas, te pedimos que intercedas por nosotros y por la Iglesia. Inspíranos a seguir tu ejemplo de humildad y obediencia a la voluntad divina. Concédenos la sabiduría y el coraje para tomar decisiones justas y benevolentes. Que, como San Celestino V, estemos dispuestos a escuchar tu llamado y a responder con amor y dedicación. Que nuestra vida sea un testimonio de tu gracia y misericordia.
Amén.
Desde muy temprano corría el rumor por la ciudad y los napolitanos se fueron congregando alrededor del Castello Nuovo, en el que se reuniría al mediodía de ese 13 de diciembre de 1294, el consistorio convocado por el papa Celestino V. Aunque el rey Carlos II, de Nápoles –que lo manipulaba a su antojo–, trató de disuadirlo para que no tomara tan espinosa determinación, todo fue en vano, porque llegada la hora, el Santo Padre ingresó al recinto luciendo las galas propias de su dignidad y con su trémula voz octogenaria, leyó el texto de su renuncia al trono de san Pedro. La decisión que se veía venir, generó cierto alivio en el bando de los cardenales que con su ascenso habían perdido el control de la Iglesia y causó desazón e impotencia entre sus partidarios que veían esfumarse la feliz oportunidad de cambiar el boato y la soberbia de la estructura eclesial imperante por la genuina fuente de la espiritualidad de los primeros tiempos de la cristiandad. Sin esperar las reacciones de los dos bandos, Celestino V se despojó de sus vestiduras pontificias y con estupor, los asistentes vieron emerger de debajo de sus ropajes, el entrañable, raído y tosco sayal de ermitaño que siempre lo caracterizó, a continuación recogió su burdo cayado, sacudió sus sandalias, abandonó majestuosamente el recinto y en medio del llanto de los napolitanos salió de la ciudad en busca de su anhelada soledad.
Pietro Angeleri di Morone (nacido en 1210, en Isernia, Italia) era un niño muy reservado y entregado a la oración, que siempre le repetía a su madre que él sería el hijo santo con el que ella tanto había soñado y para lograrlo comenzó a alejarse de todo y de todos mediante extenuantes ayunos y largas jornadas de oración; por eso a los 17 años, le fue fácil partir sin mirar atrás: pasó fugazmente por la comunidad de los benedictinos en la que estudió los fundamentos de la filosofía y la teología; a instancias de sus maestros viajó a Roma y una vez ordenado sacerdote, en 1235, emprendió el camino del ascetismo que lo llevó a una cueva del monte Morone, en cuyo interior permaneció cinco años orando, comiendo sólo los domingos y sometiendo su cuerpo a la más extrema disciplina, según el espíritu de la regla benedictina.
Cuando empezaron a deforestar los alrededores de su cubil, se internó en el monte Magella y se refugió en una oquedad en la que apenas cabía de pie o acostado; la fama de su santidad se regó por toda la región y muchos jóvenes ascendieron a la montaña para seguir sus huellas y aunque Pedro Morone sentía que eran intrusos tuvo que doblegarse, aceptarlos y fundar una congregación, que al final de sus días, ya contaba con 36 monasterios ocupados por 600 monjes y su congregación conocida como Los Celestinos –que seguían la regla benedictina–, fue aprobada por el papa Urbano IV en 1264, pero luego de darles vida e identidad, huyó de nuevo a un lugar más agreste y años más tarde, retornó al monte Morone, adonde llegaron los delegados del cuerpo cardenalicio para comunicarle que era el nuevo papa de la Iglesia Católica.
Su elección fue el resultado de dos años de amargas deliberaciones de los soberbios cardenales que se disputaban ferozmente el trono de san Pedro, pero presionados por toda la cristiandad, tuvieron que hacer una tregua y para aplacar los ánimos nombraron en julio de 1294, al reconocido ermitaño, Pedro Morone, que a juicio de ellos moriría pronto. Entonces el venerable anciano tomó el nombre de Celestino V, y fue llevado a Nápoles adonde entró montado en un burro –como Jesús a Jerusalén– flanqueado por el rey y los purpurados, en medio de la aclamación de 200 mil personas. Lo instalaron en el palacio de Castello Nuovo, al que los cortesanos intrigantes acudían diariamente y el ingenuo papa Celestino V, que no entendía lo que pasaba, les concedía todo lo que le pedían y por eso la administración de la Iglesia se desgreñó.
Abrumado por la sofocante corte, renunció al cabo de cinco meses y huyó de la ciudad en busca de la refrescante soledad y de la oración reparadora, pero no llegó muy lejos, porque su sucesor, Bonifacio VIII, temeroso de que los revoltosos napolitanos le restituyeran el cargo, lo mandó a encarcelar en una estrecha celda del castillo de Fumone, cerca de Agnani, en la que san Celestino V, murió el 19 de mayo de 1296, a los 86 años. Fue canonizado por el papa Clemente V, en 1313. Por eso hoy día de su festividad, pidámosle a san Celestino V que nos ayude a renunciar al mundo para la gloria de Dios.