El Santo del día
25 de septiembre
San Carlos de Sezze
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Oración a San Carlos de Sezze
San Carlos de Sezze, Hombre de profunda devoción y servicio, que encontraste a Dios en la sencillez de la vida, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Ayúdanos a descubrir la presencia divina en lo ordinario, inspíranos a vivir con gratitud y humildad. Que en cada acción encontramos la oportunidad de amar, y en cada momento, la gracia de Dios a nuestro alrededor. San Carlos de Sezze, ejemplo de espiritualidad y entrega, ayudanos a vivir con alegría ya encontrar a Dios en todas partes. Ruega por nosotros ante el Trono Celestial, para que podamos seguir tu ejemplo y glorificar a Dios en todo.
Amén.
Habían intentado alejarlos con campanas, tambores ruidosos, silbidos y hasta con chorros de agua, pero invariablemente los toros salvajes retornaban diariamente a la extensa huerta y mientras los asustadizos frailes huían, los astados se tomaban su tiempo para engullirse el heno cultivado para alimentar a los bueyes y las vacas del monasterio. Como el invierno se acercaba había que apurar el paso en la recolección de la cosecha, pues de lo contrario pasarían hambre sus animales durante la fría estación. Buscando una salida al problema, el prior recordó que el hermano lego Carlos de Sezze había sido durante mucho tiempo pastor y caporal antes de convertirse en franciscano y por eso dio por descontado que él sabría cómo alejar a las bestias; entonces le ordenó que las sacara y se las llevara lo más lejos posible. Con su obediencia puesta a prueba, el hermano Carlos de Sezze accedió sin chistar, pero sin saber qué hacer se postró ante la Santísima Virgen y oró durante toda la noche. Al otro día se paró en la mitad de la huerta: cuando los cimarrones llegaron, él los bendijo y los animales se le acercaron con mansedumbre, momento que aprovechó para enlazar al primero que se dejó cabestrear y con los demás siguiéndole, los llevó hasta el límite de la granja en donde los despidió con la promesa de que nunca les faltaría la comida fuera de la estancia. Y ambas partes respetaron el pacto.
Giancarlo Marchioni (nacido en el poblado de Sezze, Italia, el 22 de octubre de 1613), pertenecía a una familia muy pobre, por lo que desde muy pequeño empezó a trabajar como pastor y mayoral para ayudar a la economía familiar y escasamente aprendió a leer y escribir, pero en la soledad del campo dio rienda suelta a la piedad y devoción aprendida en su casa lo que estimulaba su deseo de abrazar la vida religiosa, sueño que hubo de aplazar hasta los 22 años cuando por fin pudo ingresar al convento franciscano de Nazzaro y después de superar las duras pruebas a las que lo sometieron vistió el sayal de san Francisco, el 18 de mayo de 1635. Un año más tarde, el 19 de mayo, hizo los votos perpetuos, adoptó el nombre de fray Carlos de Sezze y decidió permanecer como hermano lego el resto de su vida, porque no se consideraba digno de ser sacerdote.
En adelante la vida de san Carlos de Sezze transcurrió de convento en convento, desempeñándose como cocinero, hortelano, jardinero, portero, limosnero y sacristán, sin sobresalir en ninguno de esos cargos, por lo que sus superiores lo recriminaban constantemente, aunque le reconocían su acendrada devoción –que lo llevaba a permanecer orando día y noche en la capilla–, sus mortificaciones, su incuestionable humildad, su probada obediencia, su desbordada generosidad con los pobres y la veracidad de sus curaciones milagrosas. Esas cualidades vencieron la resistencia que generaba y sin dejar de cumplir con sus obligaciones, Carlos de Sezze tuvo cierta libertad para dedicarse a escribir y aunque su preparación era muy deficiente, sus escritos: Tres vías, El sagrado septenario, Los discursos sobre la vida de Jesús, Camino interno del alma, La grandeza de la Misericordia Divina y su Autobiografía, alcanzaron –dicen sus biógrafos que por inspiración divina–, un grado de perfección mística comparables con los de santa Teresa y san Juan de la Cruz.
Ya en su edad madura, Carlos de Sezze era todo un personaje al que acudían en busca de consejo, estadistas, sacerdotes, obispos, cardenales y hasta los papas Alejandro VII y Clemente IX. Con su merecida fama de hombre de Dios, murió en olor de santidad en el convento romano de San Francisco a Ripa, el 6 de enero de 1670 y fue canonizado por el papa Juan XXIII, en 1959. Por eso hoy, 25 de septiembre, día de su festividad, pidámosle a san Carlos de Sezze que nos enseñe a convertir nuestras limitaciones en fortalezas, para la gloria de Dios.