El Santo del día
12 de enero
San Arcadio
Oración a San Arcadio
Oh Dios Todopoderoso, te pedimos por la intercesión de San Arcadio, mártir fiel. Te rogamos, que sigamos su ejemplo de amor y fidelidad a pesar de las adversidades. Fortalécenos, oh Señor, para que podamos resistir valientemente las pruebas y desafíos de nuestra vida diaria. Inspíranos a mantenernos firmes en nuestra fe, aunque enfrentemos dificultades y tentaciones. San Arcadio, modelo de coraje y amor a Dios, ruega por nosotros para que, a ejemplo tuyo, podamos amar y seguir a Cristo incluso en los momentos más difíciles. Concédenos la gracia de una fe inquebrantable y un amor ardiente por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Nadie estaba a salvo en Cesarea (capital de Mauretania), porque los esbirros de Diocleciano obligaban a sus habitantes diariamente a realizar sacrificios en los altares paganos y quienes no cumplían con esa obligación eran presentados inmediatamente ante los tribunales que arbitrariamente los torturaban para confirmar o desechar la sospecha de que fueran cristianos y si los detenidos afirmaban su fe en Cristo, redoblaban los suplicios y luego los ejecutaban brutalmente. Como a idólatras y creyentes los medían con el mismo rasero, la mayoría de los habitantes se escabullía de la ciudad.
Eso fue lo que hizo Arcadio, ante la constante vigilancia a la que lo tenían sometido los espías estatales por su inveterada ausencia de los templos infieles a los que con mayor razón debía acudir él (dada la alta alcurnia de su familia) para dar ejemplo a los demás ciudadanos. Su desaparición causó un enorme revuelo entre los impotentes persecutores, que al no encontrarlo –después de buscarlo calle por calle–, tomaron como rehén a uno de sus familiares más cercanos con el fin de presionar su presentación en los tribunales y tal medida produjo el efecto esperado porque Arcadio, temeroso de que a su pariente lo torturaran por su culpa, regresó a Cesarea y encaró temerariamente a sus perseguidores, que sin perder tiempo descargaron sobre él, toda su sevicia.
Arcadio (nacido a mediados del siglo III, en Mauretania, actual Marruecos), pertenecía a una familia de la aristocracia local que tenía gran influencia en la administración romana provincial, pero luego de recibir una educación esmerada y desencantado de las tradiciones religiosas paganas decidió curiosear las Sagradas Escrituras; al encontrar en ellas las respuestas que buscaba, se hizo cristiano y discretamente comenzó una fructífera labor evangélica que se vio truncada cuando el emperador Diocleciano, desató en el año 304, la más feroz persecución –de toda la historia–, contra los cristianos. Entonces, aconsejado por sus propios familiares, Arcadio abandonó a Cesarea, se refugió en el desierto, pero sus correligionarios lo mantenían al tanto de lo que ocurría en la ciudad.
Por eso, cuando se enteró de que a su tío lo habían capturado en su lugar y estaban a punto de martirizarlo con el fin de que revelara su ubicación, resueltamente acudió ante el amañado tribunal, cuyos magistrados lo emplazaron para que ofreciera un sacrificio a los dioses paganos y Arcadio, no solamente se negó, sino que intentó convertir a los jueces idólatras que enfurecidos ordenaron a los verdugos que tras azotarlo y apalearlo, lo descuartizaran lentamente, ominosa tarea que el 12 de enero del año 304, cumplieron meticulosamente: lo ataron –cuenta el historiador Dom Rinart en su libro Actas sinceras de los mártires– y con afilados cuchillos empezaron a rebanarle los músculos de brazos, espalda y piernas, mientras Arcadio alababa y bendecía a Dios. Luego cercenaron con hachas, poco a poco: dedos, manos, brazos, antebrazos, pies, pantorrillas, muslos y aunque de su cuerpo sólo quedaba el torso, continuó durante un buen rato, entonando himnos de alabanza y dándole gracias al Señor por concederle el privilegio de morir en su nombre, falleció después de perdonar a sus ejecutores. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Arcadio que nos mantenga firmes en la defensa de nuestra fe.