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Que brille en ellos la Luz que no se acaba
Conmemoración de todos los fieles difuntos
¿Qué pasa cuándo termina la vida?, ¿morimos o nos transformamos? ¿Entramos en un estado distinto? ¿Dónde están nuestros seres queridos cuando fallecen? ¿Existe el cielo? Y si existe, ¿Cómo es? ¿Qué serían entonces el purgatorio y el infierno?… Preguntas que rondan constantemente entre nosotros.
El 2 de noviembre tendremos la conmemoración de todos los fieles difuntos, un día especial para recordarlos y orar confiados en que entran en la presencia de Dios, en que el Señor los recibe en su paz. El mundo entero se une a esta plegaria con un mismo sentir, porque todos tenemos alguien en quien pensar que ya no está con nosotros. Indudablemente, la muerte nos sobrecoge, nos supera y nos hace considerar el valor de la vida misma. Cuando un familiar o un amigo fallece, nos quedamos con planes, ilusiones y encuentros pendientes. El café en la mañana ya no será juntos y se extraña su abrazo. Pero es una realidad ineludible, también nosotros, algún día, moriremos y moriremos incompletos, porque siempre habrá algo más por hacer, con pendientes que no alcanzaremos a cumplir. Todos, en cierto modo, morimos incompletos… el niño en el vientre, el joven de 16 años y el viejo de 95. Siempre tendremos más por vivir. Pero, entonces. ¿cuál es la esperanza que nos regala Jesús? La primera y más valiosa es que nos dice que el ya ha pagado el sacrificio por nosotros y entonces la muerte ya no tiene la última palabra. En el árbol de su cruz esta nuestra salvación. Dichosa culpa que mereció tal redentor. Pero luego Jesús nos da un atisbo de lo que es el cielo
No se turbe su corazón; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se los hubiera dicho; voy, pues, a preparar un lugar para ustedes.
Juan 14, 1-3
Cuán consolador resuenan estas palabras en las que se nos dice que habrá una morada para nosotros, preparada por el mismo Jesús. Habitada por Él. Así como nuestra vida está unida a Cristo, el cristiano une su muerte a la de Jesús, sabe que morir es como ir hacia el Señor y entrar en la vida eterna. Recordemos por ejemplo la bella oración que se pronuncia sobre el moribundo cuando recibe la extrema unción y a Cristo como alimento para el viaje:
El). «Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).
Sentir esto nos llena de una profunda paz. Lo que nos espera no es una fosa fría y oscura, tampoco la nada, nuestros seres queridos no están en el cementerio, ahora se encuentran resucitados con aquel que les resucitó. Son sus brazos amorosos, es esa habitación especial que ha dispuesto para nosotros, es su presencia, es su rostro. Un vivir para siempre con Cristo, eso es el cielo, en el que lo veremos tal cual es:
«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos […] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron […]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte […] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49).
Entonces, sólo tendremos una prueba final, aquella que nos recuerda el místico carmelita descalzo:
A la tarde, te examinarán del amor.
San Juan de la Cruz
Recordemos a nuestros familiares ya fallecidos, hagámoslo con esta certeza, de que son recibidos en los brazos amorosos de quien es la Vida. Porque, como afirmaba también San Ambrosio, donde está Cristo ahí está la vida, allí está el reino. Y no olvidemos una oración que les ayude en ese tránsito para que el Señor no tenga en cuenta sus pecados, sino sus buenas obras, así como la fe que fuerte o aún incipiente albergaron en su corazón, para que brille en ellos la luz que no se acaba y el mismo Señor los reciba en su paz.
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Por: Alejandro Morales