El Santo del día
15 de septiembre
Nuestra Señora de los Dolores
Oración a Nuestra Señora de los Dolores
Santa María de los Dolores, Madre compasiva y llena de gracia, que compartiste los sufrimientos de tu Hijo por amor, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. En tus momentos de dolor y angustia, te mantuviste firme en tu fe y confianza. Te pedimos que nos ayudes a encontrar consuelo en ti, ya enfrentar nuestras pruebas con valentía y esperanza. Que en tus lágrimas encontramos fortaleza, y en tu intercesión, encontramos el camino a la gracia. Santa María de los Dolores, Madre de ternura y compasión, acoge nuestras plegarias y ruega por nosotros.
Amén.
Aunque podía ver su rostro tumefacto y su cuerpo convertido en una masa sanguinolenta, la Virgen María permanecía oculta entre la multitud, porque sabía que si Jesús la veía, su pena sería mayor, pero cuando escuchó la sentencia de su muerte, el dolor y la angustia de madre estallaron en su interior y estuvo a punto de desmoronarse. No obstante guardó con estoicismo su sufrimiento y aunque las lágrimas surcaban su rostro, se revistió de fortaleza, y en compañía de Juan, María Magdalena, María Salomé y María de Cleofás, se adelantó para ubicarse en un sitio estratégico del recorrido desde el que pudiera acercarse a Jesús y cuando éste llegó adonde ella estaba, intercambiaron una dulce mirada plena de amor, de aceptación del destino de ambos, de confianza y mutuo aliento. Cuando Jesús con su cruz a cuestas se perdió de su vista, la Santísima Virgen se desmayó; una vez repuesta, gracias a su invencible fuerza maternal, apuró el paso y llegó al Gólgota a tiempo para ver la ejecución. Y éste fue apenas uno de los siete indecibles dolores que en su vida tuvo que soportar la Santísima Virgen María.
Este inventario de dolores, comenzó desde el momento mismo del nacimiento del Salvador, pues el solo hecho de venir al mundo en una pesebrera en condiciones infrahumanas, flanqueado por animales y parcialmente expuesto a la intemperie, agrietó el corazón de María y por eso ella es el consuelo de las madres que a lo largo de la historia han enfrentado circunstancias similares. Luego en la presentación en el templo –cuando el infante cumplió los cuarenta días–, el justo Simeón le dio la medida de lo que habría de ser su calvario, pues su vaticinio no dejó lugar a dudas, cuando le dijo: “Este niño está destinado en Israel para que unos caigan y otros se levanten; será signo de contradicción para que sean descubiertos los pensamientos de todos; y a ti, una espada atravesará tu corazón”.
Tal premonición empezó a hacerse patente cuando en medio de la noche y por indicación del Ángel del Señor, la sagrada familia tuvo que huir a Egipto, debido a la persecución desatada por Herodes contra el niño que amenazaba su trono; es por ello que la Santísima Virgen, con conocimiento de causa, aboga por los desplazados del mundo. A su regreso, cuando el Niño Dios contaba 12 años, fue llevado a Jerusalén y al retornar a Nazaret, José y María, notaron que no estaba en la caravana, se devolvieron y tras tres días de angustiosa búsqueda, lo encontraron disertando sobre las Sagradas Escrituras dentro del templo, con los rabinos más encopetados de la ciudad; por eso la Madre de Dios es el consuelo de las mujeres que pierden a sus hijos, ya sea por culpa de la violencia o de las desapariciones forzadas.
Con estos dolores a cuestas, María ya estaba lista para sufrir lo que ninguna madre de la historia, pues la continua zozobra a la que se vio sometida durante la vida pública de Jesús, se hizo patética cuando fue apresado, procesado injustamente, condenado a muerte y mientras era conducido al Gólgota para su ejecución, con su alma transida –no pudo arrimarse para besar a su hijo en el trayecto–, apenas logró intercambiar esa conmovedora mirada plena de amor. Ya en el calvero durante su agonía, Jesús, más que por su dolor físico, apesadumbrado por el abandono en que quedaba su madre, la puso bajo la protección del apóstol Juan y a Juan le asignó su rol de hijo, aún así, la soledad de la Santísima Virgen María no tiene parangón en la historia. Esa desolación alcanzó su culmen cuando –una vez bajado de la cruz– lo recibió en su regazo y lo envolvió con su cálido y maternal abrazo, como tal vez nunca antes se había aferrado a él, fundiéndose así para siempre con su hijo amado y por extensión con todos nosotros que también somos sus hijos dilectos. Por eso hoy, 15 de septiembre, día de Nuestra Señora de los Dolores, entreguémosle nuestros miedos, que ella nos acogerá y aliviará nuestras angustias.
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