El Santo del día
13 de mayo
Nuestra Señora de Fátima
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Oración a Nuestra Señora de Fátima
Oh Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, te suplicamos humildemente que intercedas por nosotros ante tu Hijo, y nos concedas las gracias que tanto necesitamos. Nuestra Señora de Fátima, te encomendamos nuestras vidas, nuestras esperanzas y nuestras penas. Acoge nuestras súplicas con ternura y acompáñanos en nuestro camino de fe. Madre llena de compasión, escucha nuestras peticiones y guíanos hacia la paz y la salvación. Te confiamos a nosotros mismos y a todos aquellos que amamos, para que, por tu intercesión, seamos protegidos y fortalecidos. Oh Virgen de Fátima, tú que apareciste en Cova da Iria con tus mensajes de amor y esperanza, ruega por nosotros y por todo el mundo, y danos la gracia de vivir en la presencia de Dios y de caminar en la luz de tu Hijo Jesús.
Amen.
Los setenta mil peregrinos, empapados y embarrados, que continuaban absortos mirando hacia la encina sobre la que, supuestamente –porque ellos no podían verla–, se posaba la Virgen, mientras conversaba con los tres pastorcitos, Lucía, Jacinta y Francisco, ese 13 de octubre de 1917, no tardaron en percatarse de que la lluvia había amainado y las nubes se abrían para que un extraño sol plateado –que podía mirarse directamente, sin quedar encandilado–, emergiera recortado sobre un límpido e inefable cielo azul. El susurro del rosario que se extendía por la explanada y parecía el zumbido de un enorme enjambre de abejas, se fue acallando y el silencio se hizo tan denso como el vapor con olor a tierra, que se levantaba acompasado de las miradas dirigidas al cielo en el momento en que el sol, cual si fuera el faro de una ambulancia, comenzaba a girar sobre sí mismo y a irradiar luces de todos los colores que se reflejaban en los árboles, rocas y miles de rostros, demudados, primero por la estupefacción, y luego por el pánico, al notar que el astro rey descendía vertiginosamente y en zigzag, hasta quedarse suspendido a poca altura sobre sus cabezas. A los pocos minutos la estrella volvió a su lugar y los arrepentidos espectadores quedaron con las ropas tan secas, como enjugados sus pecados.
Esa era la culminación de un ciclo de apariciones marianas que había comenzado el 13 de mayo de ese año, cuando la Santísima Virgen se les presentó a tres pastorcitos (Lucía Dos Santos de 10 años y a Francisco y Jacinta Marto, de 9 y 7 años respectivamente), sobre una encina, en Cova da Iría, en Fátima (Portugal) y les pidió que volvieran allí en la misma fecha, cada mes, a rezar el Rosario con ella y que hicieran lo propio todos los días, difundieran la devoción a su Corazón Inmaculado y oraran por los pecadores del mundo. En principio nadie les creyó en la aldea, –incluidos sus padres–, pero a medida que se sucedían las manifestaciones, los lugareños pasaron de la curiosidad a la certeza y el séquito de los niños era cada vez mayor.
El 13 de julio, la Virgen les transmitió tres secretos que deberían entregarle al papa y sólo él, podría revelarlos cuando lo juzgara oportuno. En agosto no pudieron cumplir la cita porque fueron detenidos por las autoridades para que se desdijeran de sus visiones con el objetivo de calmar a la población –que según ellas– estaba histérica, pero entonces la Virgen los esperó hasta el 19 de ese mes. Ya en septiembre, los acompañaron 20 mil devotos. Ante el anuncio de que ocurriría un prodigio inenarrable, en octubre se reunieron 70 mil personas procedentes de toda Europa y para su cubrimiento llegaron reporteros de muchos periódicos del viejo continente. En efecto aquel día, la Santísima Virgen se despidió de los niños con esa danza del sol, fenómeno sin antecedentes en la historia de la humanidad.
Tal como la Virgen lo vaticinó, antes de dos años fallecieron Francisco y Jacinta, víctimas de la Influenza Hispana, una epidemia que causó la muerte de más de veinte millones de personas al finalizar la Primera Guerra Mundial, mientras que Lucía se recluyó con su mensaje secreto en un convento en donde murió a los 97 años, el 13 de febrero de 2005 y por eso tuvo el tiempo suficiente para ser testigo del atentado que casi le cuesta la vida a san Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1981, cuando fue baleado en la Plaza de San Pedro, (hecho que según el papa, fue el cumplimiento del tercer secreto) y del que lo salvó milagrosamente la Virgen de Fátima, como lo afirmó en 1991, al depositar en el altar del santuario de Fátima, una de las balas que lo penetró. Por eso, hoy 13 de mayo, día de su festividad, pidámosle a la Virgen de Fátima que nos ayude a difundir la devoción de su Inmaculado Corazón, para salvar al mundo.