El Santo del día
6 de enero
La Epifanía o Visita de los Reyes Magos
Oración
Oh Dios nuestro, en este día de la Epifanía celebramos la visita de los Reyes Magos, quienes buscaron y adoraron a tu Hijo recién nacido, Jesús, reconociéndolo como el Rey de reyes y Salvador del mundo. Te damos gracias por la revelación de tu amor a todas las naciones a través de este maravilloso evento. Concédenos, Señor, la sabiduría de los Reyes Magos para reconocer tu presencia en nuestras vidas, así como ellos reconocieron tu presencia en el Niño Jesús. Que podamos seguir la luz de la estrella que los guió, llevándonos hacia ti con fe y humildad. Que este día nos recuerde que tu amor y tu gracia se extienden a todos, sin importar la procedencia o la cultura. Que podamos, al igual que los Reyes Magos, ofrecerte nuestros dones y talentos en servicio a tu Reino. Guíanos, oh Señor, para que, como los Reyes Magos, podamos seguir buscándote con corazones abiertos y encontrar la verdadera alegría en la presencia de tu Hijo, nuestro Salvador Jesucristo
Amén.
Recostados en muelles cojines y abrumados por las melindrosas atenciones que ladinamente les prodigaban en ese suntuoso palacio, los tres reyes sabios pensaban que había valido la pena atravesar extenuantes desiertos, vadear tortuosos ríos, enfrentar serpientes y fieras, siguiendo la brillante estrella que desde hacía varios meses los conducía hacia el lugar en el que ya habría nacido el nuevo Rey de los Judíos, pero desconcertados por la desaparición de su fulgurante guía al llegar a Jerusalén, acudieron a Herodes, que los recibió con fingido alborozo y les brindó un suntuoso agasajo. Por eso en medio de la espléndida recepción, los magos se sentían agradecidos por la generosa bienvenida y su regocijo aumentó cuando el taimado gobernante les anunció (después de consultar a los maestros de la ley), que de acuerdo con las profecías, el pequeño debía estar en Belén, y con la condición de que a su regreso le indicarán el lugar exacto en el que se encontraba el infante, con el fin de rendirle –él también–, un homenaje digno de su realeza, les dio víveres suficientes y protección, para que pudieran llegar a su destino.
Al salir de Jerusalén, volvió a aparecer la rutilante estrella y su luminosidad los llevó sin tropiezo alguno hasta el sitio en el que el Niño Jesús descansaba junto a su madre y arrodillados ante Él, los tres Reyes Magos lo adoraron y cuando se disponían a cumplir su compromiso con el déspota, se les apareció un ángel, que luego de revelarles que Herodes fraguaba su asesinato, los encaminó por una ruta diferente hacia su lugar de origen. Entonces en represalia, el cruel tirano ordenó la muerte de todos los niños menores de dos años, que hubiese en Belén.
Según la tradición, los Magos (palabra que procede del griego “magoi” y significa hombres sabios), provenían de Persia, en donde su autoridad en cuestiones astronómicas era indiscutible, pero la aparición de una fulgurante estrella que contra toda lógica se desplazaba a una velocidad inusual, sin desviarse un ápice de su rumbo, los desconcertó de tal forma, que estudiaron todos los documentos existentes en los que no encontraron ninguna explicación, entonces acudieron a las Sagradas Escrituras y en el capítulo 24, versículo 17 de Números, que dice: “Es una estrella que sale de Jacob, un rey que se levanta en Israel”, encontraron la respuesta y convencidos de su filiación celestial, los reyes magos se pusieron en camino; durante varios meses siguieron a la estrella que los condujo a Belén, en donde al reconocerlo como a rey, le brindaron oro; como a Dios, lo adoraron ofreciéndole incienso; y como a redentor, le obsequiaron mirra, ungüento que habría de preservarlo de los estragos de la muerte hasta su resurrección, cumpliéndose así la profecía del antiguo testamento, vaticinada por el profeta Daniel.
Las nutridas especulaciones en torno a cuántos eran (porque san Mateo, omitió este detalle en su evangelio), fueron zanjadas en el siglo III, por Orígenes, quien concluyó que –por lógica–, el número de reyes magos tenía que ser igual a la cantidad de regalos obsequiados; esa teoría fue aprobada doscientos años más tarde y oficialmente incluida en la liturgia por el papa León I, “El Magno”. Ello dio lugar a la búsqueda de sus nombres y aunque en el siglo IV, ya figuraban como Melchor, Gaspar Baltazar, en el Evangelio Armenio de la Infancia de Jesús y desde el siglo VI, aparecían con esos apelativos en el frontis del templo de San Apolinar Nuovo de Rávena (Italia), apenas fueron aceptados oficialmente por la iglesia en el siglo IX y esta decisión se tomó (para contrarrestar los mitos surgidos en torno a ellos), porque su popularidad se había extendido en todo el mundo católico, alimentada por las leyendas medievales que elevaban el número de reyes magos hasta doce, ubicaban sus orígenes en sitios distintos y les concedían rango de reyes para que –alegóricamente–, representaran al mundo conocido de entonces: Europa, Asia y África.
Por eso comenzaron a personificarlos con rasgos propios de cada uno de esos continentes y de allí nació la idea de que, por ejemplo, Baltasar, era negro. La tradición cuenta que santa Elena –la madre del emperador Constantino–, encontró sus restos y los trasladó a Constantinopla, de donde fueron llevados a Colonia, en el siglo XII, por Federico I Barbarroja, quien los depositó en una capilla sobre la que se construyó la fastuosa catedral de Colonia, en donde millones de peregrinos que acuden de todo el mundo, continúan venerando sus reliquias. Por eso hoy 6 de enero, día de La Epifanía, pidamosles a los santos Reyes Magos, que nos muestren el camino que conduce al amor de Dios.