Encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas
“Acerquémonos cada día al misterio de Dios para que queme la maleza de nuestro orgullo y de nuestra ambiciones desmedidas y nos haga humildes compañeros de viaje de las personas que se nos encomiendan”
El papa Francisco desde el inicio de su pontificado ha tenido un tema central y transversal en todas sus intervenciones, el pueblo; cómo ser un pastor para un rebaño confundido y no un recolector de indulgencias que “administra bienes terrenales”, y en este discurso que dio en el encuentro con los sacerdotes, religiosas, diáconos y seminaristas no fue distinto, hay algunas frases que impactaron y que dejaron entrever las distintas problemáticas que permean a una sociedad tan golpeada como lo es la de Sudán del Sur.
Una de las frases iniciales del Papa para describir a este pueblo de África ecuatorial fue, “un pueblo que puede rezar junto al salmista, junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar”, solamente pensando en las precarias condiciones con las que tienen que lidiar estas personas a diario, ya nos da para pensar que el mensaje del pontífice no solamente va ligado a la parte espiritual, sino a la física también, donde el sacerdote no puede hacer de la vista gorda ante las injusticias sociales.
“Las aguas del gran río recogen en efecto el llanto de vuestra comunidad, el grito de dolor por tantas vidas destrozadas, el drama de un pueblo que huye, la aflicción del corazón de las mujeres y el miedo impreso en los ojos de los niños, pero al mismo tiempo, las aguas del gran río nos evocan la historia de Moisés y por eso son signo de liberación y salvación”, así es como Francisco interpreta en su discurso el verdadero significado del sacerdocio y la religiosidad, en esta y en todas las regiones del mundo, es interesante lo que plantea más adelante, y es que si bien el consagrado debe dar su vida por esta causa noble de la Iglesia, no debe vanagloriarse de esto, pues así como Moisés deberá “experimentar el amargo significado del fracaso”, y aún así seguir firme ante la idea de defender a sus hermanos.
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Foto tomada de: Vatican Media
La excesiva autoconfianza, y la complacencia en el estatus quo de las cosas es duramente criticada en este discurso del papa Francisco, lo dijo así: “Ante el buen pastor comprendemos que no somos los jefes de una tribu sino pastores compasivos y misericordiosos (…) No somos una organización mundana que administra bienes terrenos sino la comunidad de los hijos de Dios”, el Papa en su sabiduría nos propone, sentarnos a pensar y elaborar acciones que den cuenta de esa Iglesia que vuelve a lo que Jesús predicaba en el inicio de esta confesión, un apoyo al pueblo desde la parte social, religiosa y, por supuesto, desde la comunidad que si sufre en soledad duda de lo divino y lo terrenal, lo material y lo inmaterial, de todo, pues la falta de empatía con el que sufre hace que se zanjen las relaciones de una organización que debería estar unida.
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Foto tomada de: Vatican Media
Aquí Francisco hace un llamado a unir a la Iglesia, donde las necesidades del pueblo sean las que comanden la agenda de los sacerdotes, obispos y en general ministros de la Iglesia, pues a veces las mismas jerarquías marcadas de nuestra religión hacen más difícil la cooperación entre unos y otros, ¿y quién se afecta más de estas relaciones disparejas y controladas por cosas mundanas? Ciertamente, el pueblo, en este caso el de Sudán del Sur, una de las regiones del mundo que, para nadie es un misterio, la palabra “sufrir” es parte de su vida diaria.
Para ir cerrando este tema, el Papa nos deja esta frase tan cierta como las mismas heridas de Jesús en su crucifixión, “ahí donde una mujer o un hombre son heridos en sus derechos fundamentales se ofende a Cristo”, las llagas nunca dejarán de supurar, ni de sangrar, si el pueblo sigue siendo vulnerado y ultrajado por intereses que solo benefician a individuos inescrupulosos, que solamente tienen en sus vidas poder y cosas materiales, donde la palabra comunidad no existe, y lo vital de la existencia que es servir al otro, nunca cruza por sus cabezas.
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Foto tomada de: Vatican Media
El llamado entonces que hace al finalizar su discurso el papa Francisco es que, en especial, los consagrados a la vida en Cristo deben procurar ser intercesores, “interceder no quiere decir simplemente rezar por alguien, como casi siempre pensamos, etimológicamente significa dar un paso al medio, o sea, dar un paso para ponernos en medio de una situación; interceder es por tanto, descender para ponerse en medio del pueblo”, esta palabra descender, el pontífice la usa de manera maravillosa, propone a estos ministros de la Iglesia que vivan entre el pueblo, que, como Moisés, alcen sus brazos a Dios para orar, suplicar y pedir consejo, pero jamás alejados del pueblo, siempre “dando la pelea a Dios” por ese otro que me acompaña en la vida, que me sugiere con su presencia y su compañía que necesita de mi apoyo moral, espiritual y comunitario para sobrevivir a las injusticias, que un pueblo perdido en las cosas mundanas, ha procurado para unos cuantos, perdiendo así el significado del amor de y en Cristo.
En conclusión, aunque este discurso estuviera dirigido en su momento a los sacerdotes, religiosas y en general, a los consagrados de la Iglesia católica, no puede ser ajeno para nosotros como pueblo católico este mensaje, pues mal haríamos si como feligreses de una religión que dice ser para la comunidad, le dejaramos todo el trabajo a otros que también hacen parte del mundo, que habitan la casa común y que sufren, más que nadie, de la soledad y el silencio que su vida en Cristo les acarrea. Consideremos entonces intercesores y quedémonos con esta frase tan significativa del papa Francisco, “sostener con la oración ante Dios las luchas del pueblo, atraer el perdón, administrar la reconciliación como canales de la misericordia de Dios que perdona los pecados, esa es nuestra tarea como intercesores”.