El Santo del día
31 de enero
San Juan Bosco
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Oración a San Juan Bosco
Oh San Juan Bosco, padre y maestro de la juventud, Guiado por la luz divina, fundaste un hogar de amor, Con caridad y devoción, mostraste el camino a la virtud, Enseñaste con bondad, dando esperanza y valor. Tu corazón rebosaba con el amor de Cristo, A los jóvenes llevaste la fe con dulzura y fervor, Enseñando con alegría, mostrando el camino listo, Inspirando con ejemplo, llenándolos de valor. Oh Santo de los jóvenes, modelo de caridad, Intercede por nosotros ante el Señor de verdad, Que tu legado nos guíe en nuestra vida y verdad, Enseñándonos a amar con bondad y lealtad. Que tu espíritu de compasión y entrega sin final, Guíe a las generaciones a un camino de luz, Siguiendo tu ejemplo, inspirando a cada cual, Que encuentren en Dios la paz y la virtud.
Amén.
Al llegar a la sacristía de la iglesia de san Francisco de Asís, en donde habría de celebrar la Eucaristía –ese 8 de diciembre de 1841–, observó apesadumbrado que el sacristán maltrataba a un jovenzuelo porque no asimilaba las indicaciones para ayudar en la misa como acólito y esa fue la única vez en su vida que Juan Bosco se salió de casillas: apartó al agresor, le arrebató el muchacho, lo cubrió con su cuerpo y le reprochó su actitud al arrepentido Francesco Comotti, que le pidió perdón a él y al maltratado joven, quien repuesto del castigo, realizó a medias su tarea de monaguillo en la misa que a continuación ofició Don Bosco y a cuyo término el adolescente le confesó que a pesar de sus 16 años no había recibido la primera comunión, no sabía nada del catecismo y no tenía familia.
Entonces Juan Bosco le dio las primeras lecciones de catecismo y luego de almorzar con él y hablarle de Dios, el resto del día, le pidió que volviera al domingo siguiente como en efecto lo hizo el joven Bartolomeo Garelli, pero esa vez acompañado de otros 20 chicos que estaban en sus mismas condiciones. Ese episodio fue el destello espiritual que iluminó al santo para abrir en Turín, el Oratorio de Don Bosco, que al terminar el año siguiente, ya acogía a 80 bulliciosos jóvenes con los que a falta de un sitio de acogida, cualquier parque, plaza o descampado, eran suficientes para dar rienda suelta a su ingenio educativo y a la algarabía juvenil que pronto inspiró temor a los turineses que veían a Don Bosco y su caótico grupo como el embrión de un movimiento anarquista que podría socavar el status quo de los burgueses anticlericales que explotaban laboralmente a esos mozalbetes ignorantes y abandonados.
Giovanny Melchiore Bosco (nacido el 16 de agosto de 1815, en I Becchi, población cercana a Turín, Italia), quedó huérfano de padre a los dos años y su madre Margarita Occhiena, una mujer piadosa y afectuosamente rígida, lo crió con firmes raíces cristianas que afirmaron su precoz vocación religiosa que alimentó con la oración constante y fundamentó en caminatas de 20 kilómetros diarios hasta la escuela en la que adelantó sus estudios básicos, a cuyo término, se vio en la imperiosa necesidad de mendigar y trabajar en diversos oficios (así aprendió pastelería, zapatería, sastrería, malabarismo, prestidigitación, teatro y música) para completar la mensualidad de 12 liras que debía pagar en el colegio de Chieri, en el que realizó su preparación secundaria de la que salió airoso con las mejores calificaciones.
Mas su rendimiento académico no le garantizó el acceso al seminario, y por eso pensó en hacerse franciscano, opción que no le costaría ni un céntimo, pero antes buscó el consejo del virtuoso padre José Cafasso –conocido suyo desde que era seminarista–, que lo disuadió de esa idea, lo tomó bajo su protección, le otorgó media beca y le consiguió la otra media, con el rector del Seminario Diocesano de Chieri, que le exigió a cambio sus servicios como sacristán, zapatero remendón y peluquero, oficios que Juan Bosco desempeñó con eficiencia, sin interferencia en sus estudios, que concluyó con tal brillantez, que al ser ordenado sacerdote, a los 26 años, en 1841, el padre Cafasso se llevó a Don Bosco para Turín y allí le costeó los tres años de posgrado en el Convictorio, que era uno de los más reputados centros de estudios superiores en filosofía y teología de toda Italia y mientras concluía su especialización, Juan Bosco acompañaba al padre Cafasso a las cárceles turinesas en las que conoció de primera mano la triste realidad que vivían los jóvenes que purgaban penas por delitos famélicos, ignorancia, abandono y por lo tanto eran más víctimas que victimarios.
En los cinco años siguientes Don Bosco lidió una manada trashumante de indómitos muchachos, hasta que en 1846 pudo reunir 350 francos y comprarle a Francesco Pinardi un terreno en el distrito turinés de Valdocco, que se convirtió en el eje de su vastísima obra y allí construyó la sede del anhelado Oratorio de Don Bosco, pero el esfuerzo hecho, casi le cuesta la vida. Afortunadamente se recuperó –afirmaba Don Bosco–, gracias a las oraciones de sus pupilos, a la milagrosa intervención de María Auxiliadora y a los abnegados cuidados de su madre, que se fue a vivir con él y se convirtió en la mamá de los 400 jovenzuelos que constituían la semilla de la familia salesiana, nombre que ya usaba Juan Bosco, porque le había encomendado su obra a san Francisco de Sales, reconocido como el Santo de la Amabilidad, cualidad que fue la base de su revolucionario método educativo llamado Sistema Preventivo (antítesis de la norma represiva imperante en la educación europea), consistente en una formación integral que combinaba la educación básica y el adiestramiento en diversos oficios, con la oración permanente, la preparación religiosa y periódicos retiros espirituales; todo ello enmarcado dentro de un profundo respeto por la dignidad de los muchachos y matizado por la afectividad y calidez en las relaciones interpersonales que reforzaba consiguiéndoles empleo en las fábricas de la naciente revolución industrial y exigiéndoles a los patrones –ante cualquier asomo de explotación laboral– un pago suficiente y justo.
La credibilidad que fue ganando su trabajo le permitió edificar un albergue en el que acogió a los más abandonados y complementó esta etapa con la adecuación de talleres de carpintería, metalistería, imprenta y sastrería. Y forjados por Juan Bosco comenzaron a salir de su Oratorio sacerdotes a granel (se calcula que en 34 años, fueron más de seis mil, los presbíteros educados por él) y con algunos de la primera camada fundó en 1854, la Sociedad de San Francisco de Sales, cuyos miembros son conocidos desde entonces como salesianos. No obstante su obra cojeaba porque hasta ese momento era una institución netamente masculina y en uno de sus famosos sueños, la Santísima Virgen le pidió que se ocupara también de las niñas abandonadas y tras varios años de buscar a una mujer idónea que se le midiera a esa misión encontró a una aldeana llamada María Doménica Mazzarello (que cuidaba y catequizaba a las jóvenes vulnerables de Mornese), con quien fundó la Comunidad de las Hijas de María Auxiliadora, en 1872.
Aunque siempre pendiente de toda su obra, Juan Bosco también tuvo tiempo para construir la iglesia del Sagrado Corazón de Roma y las magníficas basílicas de María Auxiliadora en Valdocco y de San Juan Evangelista en Turín. Publicó más de 40 libros teológicos y pedagógicos, entre los ellos, El joven instruido, del que se hicieron cincuenta ediciones y se vendió un millón de ejemplares en el siglo XIX. Extenuado por las exigencias de tan ingente labor, Juan Bosco expiró el 31 de enero de 1888, a los 72 años y cuando fue canonizado por el papa Pío XI, en 1934, los salesianos ya estaban presentes en 105 países y las Hijas de María Auxiliadora, en 75. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Juan Bosco, que nos enseñe a entender a los jóvenes y nos ayude a guiarlos por los caminos de Dios.
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