El Santo del día
25 de enero
Conversión de San Pablo
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Oración
Oh Dios, que en tu infinita misericordia transformaste el corazón de Saulo en el camino a Damasco, convirtiéndolo en el apóstol San Pablo, modelo de conversión y entrega a tu voluntad. En su encuentro con la luz de tu verdad, cambiaste su vida y lo guiaste hacia el amor y la redención. Te pedimos, oh Señor, que así como transformaste a San Pablo, renueves nuestros corazones y nos concedas la gracia de una conversión sincera y profunda. Fortalécenos en nuestra fe, así como fortaleciste a San Pablo en su misión de proclamar tu Palabra al mundo. Permítenos experimentar la profundidad de tu amor y seguir fielmente tu voluntad en nuestras vidas. Que la conversión de San Pablo sea para nosotros un recordatorio de tu poder transformador y una inspiración para seguir tus caminos con humildad y entrega total. Por intercesión de San Pablo, concédenos la gracia de convertirnos cada día más a tu amor.
Amén.
Aunque sumergido en la oscuridad por la ceguera, desfilaban ante los velados ojos de Saulo las imágenes de los furibundos integrantes del tribunal y sus esbirros, lanzando piedras al desnudo Esteban, cuyas ropas le habían entregado en custodia, escuchaba los insultos proferidos en contra del diácono y la andanada de guijarros que impactaban en su cuerpo desmadejado y se avergonzaba de su impasibilidad ante la crueldad del espectáculo; sentía remordimiento por la saña con la que durante mucho tiempo persiguió a los cristianos a quienes sacaba a rastras de sus casas y metía en la cárcel; lo atormentaba el recuerdo de los dignos rostros de mujeres, niños y ancianos que firmemente se proclamaban seguidores de Cristo y soportaban estoicamente los juicios amañados a los que eran sometidos y en los cuales él, actuaba como acusador; desconcertado y confuso veía discurrir una y otra vez el momento en que quedó ciego en el camino a Damasco y se aferraba a la oración y al ayuno a la espera de que le fuera devuelta la luz a sus ojos.
Poco antes y con el fin de perseguir a los cristianos y apresar a cuantos pudiera para llevarlos ante el tribunal de Jerusalén, en donde debían ser juzgados por los sacerdotes del templo –que le habían encomendado tan cruda misión en vista de que era el enemigo más fanático del cristianismo–Saulo de Tarso avanzaba hacia la ciudad de Damasco, cuando en sus cercanías y al filo del mediodía, según lo cuenta el mismo Saulo, en el capítulo 26 de los Hechos de los Apóstoles: “Vi en el camino, una luz venida del cielo, más brillante que la del sol, que me envolvió a mí y a los que iban conmigo. Todos caímos a tierra, y yo oí una voz que me decía en hebreo: Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues? Duro es para ti dar coces contra el aguijón. Yo dije: ¿Quién eres tú, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie; que me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a mostrar. Te voy a librar de tu pueblo y de los paganos, a quienes te enviaré a abrirles los ojos, para que pasen de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios; para que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los consagrados”.
Como el potente resplandor lo dejó ciego, Saulo debió ser conducido por sus compañeros a Damasco y por orden del Señor fue llevado –tres días después–, ante el venerable Ananías, que le impuso sus manos y al instante, Saulo recobró la vista, vio la luz de su propia salvación, se hizo bautizar, cambió su nombre por el de Pablo y se convirtió en el apóstol de los gentiles, porque desde entonces el incipiente cristianismo que estaba circunscrito a los fieles de extracción judía, adquirió dimensión universal de la mano de san Pablo, quien llevó la Buena Nueva a Corinto, Tesalónica, Éfeso, Colosas, Salamina, Pafos, Perge, Antioquía, Pisidia, Galacia, Iconio, Listra, Derbe, Panfilia, Atalia, Filipos, Macedonia y Malta.
A varias de las iglesias fundadas por él –en algunas de estas ciudades– les dedicó san Pablo sus famosas cartas apostólicas que están contenidas en el Nuevo Testamento. Definitivamente san Pablo sí cumplió a cabalidad, –según los versículos 19 y 20 del capítulo 28 del evangelio de san Mateo–, la orden dada por Jesús Resucitado en su aparición de Galilea: “Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”. Por eso hoy, 5 de enero, día de la festividad de su conversión, pidámosle a san Pablo, que nos muestre el camino de la salvación.