El Santo del día
21 de enero
Santa Inés
Oración a Santa Inés
Oh Santa Inés, virgen y mártir de pureza incólume, Tu fe inquebrantable ante la persecución, Ofreciste tu vida al Señor, con amor y plenitud, Modelo de virtud y consagración. En la tierna edad de la juventud, Defendiste tu fe con valor singular, Ante las amenazas y la adversidad en multitud, Permaneciste firme en tu amor sin par. Tu nombre, Agnus Dei, cordero de Dios, Ejemplo de humildad y fidelidad, En tu martirio, sellaste tu compromiso veloz, Tu vida nos inspira con tu entrega en verdad. Oh Santa Inés, intercede por nuestras almas, Que en la pureza y amor encontremos luz, Guíanos por el sendero donde tu virtud aflamas, En nuestra búsqueda de la fe, camino de la cruz.
Amén.
En vista de que ni los halagos ni las amenazas quebraron la voluntad de la virtuosa Inés, el prefecto romano, Sinfronio, padre del pretendiente rechazado, decidió confinarla en un prostíbulo con el fin de que los jóvenes sementales romanos pudieran disponer de su virginidad –que ella le había entregado a Cristo– y para lograr el privilegio de desflorar a la más hermosa y casta doncella de la ciudad, hicieron fila desde la madrugada y la puja por ser los primeros se convirtió en un problema de orden público al verla llegar solo vestida por su exuberante cabellera (que según las narraciones de san Ambrosio, san Dámaso y el poeta Prudencio, milagrosamente creció hasta cubrir todo su cuerpo, pues el desalmado funcionario la hizo desfilar desnuda por las calles romanas), rompieron la puerta del lupanar e ingresaron atropelladamente.
El primero que logró traspasar el umbral de la habitación en donde confinaron a Inés, salió demudado y lo mismo le pasó a los siguientes, pues –de acuerdo con las narraciones de estos cronistas–, todos se quedaban encandilados y paralizados por la hermosura de la joven que rodeada de un deslumbrante halo de luz, lucía una radiante túnica blanca con la que un ángel la había vestido, pero un osado mancebo que no se dejó intimidar por los relatos de sus compañeros, se abalanzó sobre ella e inmediatamente cayó muerto; mas Inés, apiadada de él, oró fervientemente y al instante el atrevido mozalbete resucitó. Aunque los presentes cayeron de rodillas ante este milagro, pudo más el odio del prefecto Sinfronio, que la condenó a muerte.
Inés (nacida en el año 291, en Roma), aunque de origen noble, se inclinó hacia el cristianismo a muy temprana edad estimulada por una criada que clandestinamente la catequizó y fue tal su piedad, que a los doce años hizo votos de castidad perpetua. Dada su hermosura, discreción y pulcritud, se posaron en Inés las miradas de los herederos de las familias más distinguidas de la ciudad, entre los cuales el hijo del prefecto de Roma, Sinfronio, quien al conocerla se enamoró perdidamente de ella y aunque trató de seducirla con regalos suntuosos, le propuso matrimonio, le ofreció palacios y le prometió una rica dote para sus padres, lo rechazó tajantemente y cuando su insistencia se le hizo insoportable, Inés le confesó que su virginidad le pertenecía solamente a Cristo. Entonces el frustrado pretendiente la acusó de ser cristiana, ante su padre (nombrado poco antes por Diocleciano, como el máximo ejecutor de la persecución decretada por el cruel emperador contra los seguidores de Cristo), que ni corto ni perezoso, la mandó a comparecer ante él, e intentó cautivar a Inés con riquezas y honores para que abjurara de su fe y se casara con su hijo más la valiente doncella se mantuvo firme.
Entonces el prefecto Sinfronio ordenó que fuera llevada al prostíbulo más famoso de Roma para deshonrarla, pero de allí, milagrosamente, Inés salió indemne. Como su popularidad se tradujo en un crecido número de conversiones y ello fortificaba al movimiento cristiano, el despiadado persecutor la envió a la hoguera cuyas llamas no le hicieron daño y al ver esto, la hizo decapitar el 21 de enero del año 304, cuando Inés apenas contaba 13 años.
Por el hecho de que fuera degollada y su nombre proviniera del término “agnus”, que en latín significa cordero, la comunidad cristiana tomó su martirio como la inmolación del cordero pascual y de este simbolismo nació la costumbre de bendecir el día de su festividad a los corderos de los que se esquila la lana con la que se tejen los palios que lucen el papa, los arzobispos y los patriarcas de la Iglesia católica. Por eso hoy, 21 de enero, pidámosle a santa Inés, que sostenga nuestra fe en los momentos de duda y confusión.