El Santo del día
17 de enero
San Antonio Abad
Oración a San Antonio Abad
Oh San Antonio Abad, ermitaño venerable, Guía de los que buscan el camino espiritual, En la soledad del desierto, encontraste lo invaluable, La paz en la comunión con lo divino, celestial. Tu vida de renuncia, ejemplo de humildad, Abandonaste el mundo por la gloria celestial, En la oración y penitencia encontraste la verdad, El camino hacia Dios, lo más esencial. Protector de los animales, amor inigualable, Tu compasión abarcaba toda creación, En tu sabiduría, nos enseñas lo admirable, El amor por toda vida, sin distinción. San Antonio Abad, ejemplo de rectitud, Ruega por nosotros, en nuestra senda espiritual, Que en la paz interior encontremos la virtud, Y sigamos tu ejemplo de amor y paz celestial.
Amén.
Ya mediaba la estación seca y los cocodrilos que infestaban el canal de Arsínoe estaban listos para aparearse y por eso su agresividad crecía, en la misma medida en que aumentaba la cantidad de machos que cortejaban a las pocas hembras disponibles y para obtenerlas se enzarzaban en sangrientas e interminables luchas, de ahí que quienes intentaran cruzar por ese campo de batalla serían inexorablemente despedazados por los temibles pretendientes. Así las cosas, los avezados barqueros se negaban a transportar a los viajeros por muy urgidos que estuvieran, pero la tenaz resistencia de los boteros, no detuvo esa tarde estival Antonio Abad, que ignorando las reiteradas advertencias de los experimentados navegantes, se adentró en el estrecho a paso firme y mientras caminaba sobre las aguas, comenzaron a cercarlo los feroces cocodrilos, mas cuando estaban a punto de abalanzarse sobre él, Antonio Abad los atajó con su mano e instantáneamente se aquietaron y le hicieron calle de honor hasta que alcanzó la otra margen. Una vez a salvo en la orilla y sin mirar atrás, Antonio Abad continuó su viaje hacia el monasterio cercano en el que debía instruir a unos monjes novicios; entretanto, los frenéticos galanes reanudaron la batalla campal.
Antonio Abad (nacido en Egipto, en el 251), provenía de una acomodada familia campesina, cuyos padres murieron antes de que cumpliera 20 años y por lo tanto heredó una considerable fortuna que repartió entre los pobres (luego de escuchar aquel texto del capítulo 19, versículo 21, del evangelio de Mateo, en el que Jesús dice: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; después, ven y sígueme”) y la parte correspondiente a su pequeña hermana, se la entregó en fideicomiso a la superiora de un convento cercano, para que se encargara de su protección y educación; luego emprendió el camino hacia el silencio, la soledad y la oración en un yermo de la periferia del pueblo y allí comenzó a frecuentar a un anciano ermitaño que le enseñó a leer, lo introdujo en las Sagradas Escrituras, lo instruyó en las bases de la contemplación, la oración, el ayuno y la mortificación corporal; cuando consideró que su aprendizaje era suficiente se alejó aún más, se enclaustró en un cementerio abandonado, dormía en un sepulcro y durante mucho tiempo permaneció encerrado allí. Cuenta su biógrafo san Atanasio, que en ese lapso libró una dura batalla contra el maligno que lo castigaba físicamente, le tendía toda suerte de trampas, trataba de seducirlo con la aparición de hermosas y seductora mujeres, le ofrecía dinero, poder y cuando no cedía a sus instigaciones lo apaleaba, arrastraba y lo dejaba al borde de la muerte, pero Antonio Abad, nunca cedió un palmo de su fe y confianza en Dios.
Más adelante se mudó a un escarpado fortín abandonado en el corazón del desierto, tapió su puerta y en los siguientes veinte años, Antonio Abad no tuvo contacto con ningún ser humano y solo recibía una exigua porción de pan que un conocido suyo le lanzaba por encima del muro cada tanto; más su paz se vio turbada por un creciente grupo de jóvenes que deseaban imitarlo y desde afuera le pedían a gritos que los dirigiera espiritualmente y de tanto escucharlos decidió aceptarlos, salió de su cubil, les permitió construir sus propias celdas en las cercanías de su fortín, los reunía semanalmente para instruirlos y así se convirtió en el padre del movimiento monacal, pues en cuestión de pocos años el desierto quedó sembrado de austeros monasterios dirigidos por Antonio Abad y el modelo de vida y las reglas instauradas por él rigieron los destinos de todos los conventos medievales y fueron el referente de las constituciones y reglamentos de las principales congregaciones y órdenes religiosas fundadas desde entonces. A pesar de su senectud, tuvo arrestos para saltar a la palestra de Alejandría, en la que combatió con denuedo y argumentos sólidos a los arrianos que por entonces empezaban a abrir brechas en las trincheras cristianas, convirtió a muchos de ellos y retornó a su fortín del monte Kolzim, cerca del Mar Rojo, en el que murió el 17 de enero del año 356, cuando contaba 105 años. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Antonio Abad, que nos dé paciencia y fortaleza para perseverar en la oración.
Antonio Ababd. Un santo de ejemplo y su gran fortaleza en la paciencia, desprendimiento de lo material y entrega a la fe.
Es un santo de admirar.