El Santo del día
24 de noviembre
San José de Pignatelli
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Oración a San José de Pignatelli
Oh San José de Pignatelli, modelo de fe y devoción, te honramos en este día y te pedimos tu intercesión. Tú que dedicaste tu vida a servir a Dios ya los demás, danos la gracia de imitar tu caridad y tu compromiso con la fe. Ayúdanos en nuestras luchas y dificultades, y guíanos por el camino de la virtud y la entrega desinteresada. San José de Pignatelli, ruega por nosotros y alcánzanos la gracia de vivir una vida consagrada al servicio de Dios y nuestros semejantes.
Amén.
Apoyado sobre la carcomida baranda de la cubierta, el padre José Pignatelli permaneció largo rato mirando a su querida Tarragona y recordando el cálido transcurso de su noviciado jesuítico en ella. Cuando el puerto se perdió atrás del horizonte, volvió a la realidad y reanudó el trabajo de consuelo y asistencia a sus compañeros que apiñados en todo el desvencijado barco no dejaban espacio ni para caminar entre ellos y a la par que les repartía comida, consuelo y amor, oraba pidiéndole a Dios que aliviara sus penurias y las de los otros 531 jesuitas, que repartidos en el convoy de 12 bajeles, que seguían el suyo, apenas empezaban –ese 3 de abril de 1767–, una penosa travesía al garete, porque en la mayoría de los puertos en los que pidieron asilo, no les permitieron desembarcar y en unos pocos, los aceptaron temporalmente. Se dieron casos en los que tuvieron que aguantar en sus embarcaciones fondeadas en los muelles, durante varias semanas y ello naturalmente melló la salud de los más viejos y algunos, murieron sin tocar tierra.
En este periplo, el padre Jose Pignatelli se convirtió en el ángel de la guarda de todos, labor que se apechó con mayor celo y amor, cuando por fin la flota arribó al puerto de Sestri, el 22 de septiembre de 1768 y desde allí encabezó la marcha a pie de los exiliados –que duró tres semanas– hacia el corazón de los Estados Pontificios, en donde ya lo esperaba una legión de cinco mil jesuitas, expulsados, principalmente, de Francia y de los dominios de España –incluso de los de ultramar– y con mucha dificultad, el padre José Pignatelli logró ubicarlos en distintos conventos de la compañía en Roma y en otras ciudades cercanas, sin descuidar el espíritu ni la práctica de la regla de san Ignacio.
José Ignacio Pignatelli (nacido el 27 de diciembre de 1737, en Zaragoza, España), quedó huérfano de padre y madre, antes de cumplir los diez años, pero sus hermanos mayores Joaquín y María Francisca, que se hicieron cargo de él y de su hermano menor, Nicolás, los matricularon en el colegio jesuita de Zaragoza, en el que José se destacó por su piedad precoz, su devoción a la Santísima Virgen y su decidida entrega a los estudios básicos, lo que le abrió de par en par las puertas del noviciado de la Compañía de Jesús, en Tarragona, al que ingresó cuando contaba 16 años, en 1753; dos años después continuó en Manresa, su preparación en retórica, lenguas griega y hebrea; de ahí pasó a Calatayud, en donde terminó filosofía y volvió a Zaragoza, para completar su formación teológica y recibir la ordenación sacerdotal en 1762. Dada su precaria salud, le permitieron, quedarse allí como profesor de gramática latina, pero el padre José Pignatelli no se olvidó de su verdadera vocación: el amor por los desvalidos y se puso al servicio de los enfermos y los presos, en el hospital y en la cárcel de la ciudad.
Cuando comenzó en 1767, la persecución contra los jesuitas en España y Francia, por razones políticas e instigación de la francmasonería de ambos países, José Pignatelli permaneció firme y salió con todos sus compañeros hacia el exilio, en el que encarnó el liderazgo espiritual que requería la situación y mucho más después de que el papa Clemente XIV –presionado por Carlos III de España y Luis XV de Francia–, suprimiera oficialmente la Compañía de Jesús, el 21 de julio de 1773, medida que dejó desamparados y proscritos a 24 mil jesuitas en todo el mundo. Afortunadamente una lucecita quedó encendida en Rusia en donde la emperatriz, Catalina la Grande, se negó a cumplir esta bula y permitió que allí los jesuitas siguieran viviendo en comunidad, ejerciendo su apostolado y acogió a muchos exiliados.
Entonces José Pignatelli aprovechó y por esta rendija coló a los novicios que fueron recibidos en los conventos rusos y mantuvo la llama ignaciana encendida, porque atendía a los desvalidos, visitaba las ciudades en las que vivían como seglares abandonados, los proveía, acompañaba, animaba y luchaba ante todas las instancias para la restauración de la Compañía de Jesús y tanto esfuerzo empezó a dar resultado a principios del siglo XIX, cuando el papa Pío VII, flexibilizó la posición de la Iglesia y cautelosamente enfrentó la oposición de Napoleón y de otros monarcas que insistían en la supresión, pero el tiempo no le alcanzó a san José Pignatelli, para ver rehabilitada la Compañía de Jesús, porque murió en Roma, el 15 de noviembre de 1811 y tres años después el 7 de agosto de 1814, el mismo papa, Pío VII, oficializó el restablecimiento de la Compañía de Jesús en todo el mundo. El papa Pío XII, lo canonizó el 12 de junio de 1954 y lo reconoció como el “Restaurador de la Compañía de Jesús”. Por eso hoy, 24 de noviembre, día de su festividad, pidámosle a san José Pignatelli que conserve nuestra fe, cuando creamos que todo se ha perdido.