El Santo del día
20 de septiembre
San Andrés Kim y Compañeros Mártires
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Oración a San Andrés Kim y Compañeros Mártires
San Andrés Kim y compañeros mártires, Modelos de fe y valentía en tiempos difíciles, que disteis vuestras vidas por Cristo, os pedimos que intercedáis por nosotros ante Dios. Danos la valentía para vivir nuestra fe sin temor, inspíranos a ser testigos de Cristo en todas las circunstancias. Que en tu entrega encontramos la fuerza para enfrentar desafíos, y en tu devoción, el amor para amar sin reservas. San Andrés Kim y compañeros, ejemplos de sacrificio y fidelidad, nos ayudan a vivir con pasión por el Evangelio. Rogad por nosotros ante el Trono Divino, para que podamos seguir tu ejemplo y glorificar a Dios.
Amén.
A pesar de que desde hacía muchos años no tenía sacerdote, la comunidad cristiana de Corea, mantenía intacta su fe y resistía con estoicismo la persecución sin tregua a la que la sometían las autoridades, porque sentían que era una amenaza para su cultura y religión ancestral y por eso había que extirpar a esa creciente comunidad que ya pasaba de diez mil prosélitos. Con el fin de ablandarlos, realizaban periódicas ejecuciones públicas en las que hacían gala de torturas tan atroces, que ni el mismo Diocleciano se habría atrevido a ponerlas en práctica, como sucedió con santa Ágata Kim, a quien después de negarse sistemáticamente a renegar de su fe (a pesar de ser apaleada, obligada a caminar sobre ascuas y pincharla con agujas por todo el cuerpo), fue atada por el cabello y las muñecas al travesaño de una cruz empotrada sobre una carreta tirada por briosos caballos, que azuzados con el látigo, emprendieron veloz carrera por un terreno pedregoso que hacía saltar el carruaje y cada brinco le arrancaba manojos de pelo con la piel adherida y a medida que su frágil cuerpo se iba descoyuntando, alababa a Dios con más vehemencia. Entonces los verdugos la descolgaron, la desnudaron y mientras uno de ellos le sostenía la cabeza, otro le asestó con la espada, varios tajos, hasta decapitarla.
Y uno de los que más animaba a los valientes cristianos era el padre Andrés Kim Tae-Go, nacido el 20 de agosto de 1821, en Corea, siete años después de que su bisabuelo Pius Kim Chin-Hu muriera en la cárcel a causa de la inanición y las torturas que le infligieron sus guardianes ante su negativa a volver a su religión ancestral y esta entereza del patriarca de la familia, más la entrega de su padre a la evangelización, se constituyeron en el mejor de los acicates para que Andrés se inclinara hacia la vida religiosa, sueño que logró cristalizar, cuando por invitación del padre Pedro Maubant, caminó mil 300 kilómetros hasta el seminario de la colonia portuguesa de Macao, en donde completó sus estudios con notas sobresalientes y en 1845 Andrés Kim Tae-Go fue ordenado sacerdote en Shangai (el primer coreano en alcanzar esta distinción) y acicateado por el martirio de su padre Ignacio, ocurrido durante su ausencia en 1839, regresó a su país con la idea de sentar las bases de una ambiciosa evangelización y de despejarle el camino a otros misioneros que llegarían más adelante.
Su liderazgo, su elocuente predicación y su abnegación para servir a los demás, pronto lo pusieron en evidencia ante las despiadadas autoridades que le siguieron sus pasos y lo capturaron a mediados de 1846, lo sometieron a toda clase de vejaciones y suplicios, pero en vista de que nada lo haría cambiar de opinión y por el contrario sus vigorosas predicaciones en la cárcel lograban copiosas conversiones entre sus compañeros de cautiverio –todos presos comunes–, aceleraron su condena y el 16 de septiembre de ese año, el padre Andrés Kim Tae-Go fue decapitado –cuando apenas contaba 25 años– y su cabeza exhibida como escarmiento en una plaza de Seúl.
El martirio de san Andrés Kim se sumó al de muchos otros que con valentía y temeridad sostuvieron la lámpara de la fe para iluminar al pueblo coreano y en ese mosaico encajó un laico de 45 años llamado Pablo Chon Ha-Sang, nacido en 1795, cuyos padres y hermanos murieron martirizados y por esta desgracia todo el patrimonio familiar se perdió. Sin embargo para Pablo Chon Ha-Sang, esa bancarrota fue un alivio porque, liberado de todos los bienes, pudo dedicarse de lleno a la evangelización y de hecho se convirtió en líder de la incipiente Iglesia coreana, para la que adelantó gestiones ante la Santa Sede con el fin de que enviara sacerdotes a esa comunidad olvidada, que desde hacía varios decenios no tenía clérigos, objetivo que logró en 1831, cuando el papa creó el Vicariato Apostólico de Corea y lo puso al cuidado de Lorenzo José Mario Imbert, un misionero que hacía su labor en China, y en Corea revitalizó el espíritu cristiano, pero no le alcanzó para ordenar sacerdote a Pablo Chon Ha-Sang, porque cuando estaba a punto de hacerlo (ya Chon, había terminado sus estudios y escrito Una carta al Primer Ministro, obra considerada como el primer tratado coreano de apologética), ambos fueron apresados, torturados salvajemente y decapitados con un día de diferencia. Pero ahí no paró la cosa porque ese mes de septiembre fue el más cruento, dado que a decenas de seguidores anónimos de Cristo: niños, ancianos, jóvenes y viudas, se les ejecutó sin miramientos. A estos cuatro y a otros cien mártires más, canonizó san Juan Pablo II, el 6 de mayo de 1984, en Seúl, en una ceremonia que congregó a más de un millón de personas. Por eso hoy, 20 de septiembre, día de su festividad, pidámosle a estos mártires que nos den la suficiente entereza para proclamar la Buena Nueva.