Día segundo
Consideración para el día segundo: El prójimo, imagen viva de Cristo
Ya tenía la indígena el dinero necesario para mandar hacer la imagen: setenta reales en moneda de la época. Pero supo que a un padre de familia lo llevaban a la cárcel porque le debía a un usurero precisamente la suma de setenta reales. Y el dinero ahorrado para comprar el crucifijo sirvió más bien para dar la libertad a aquel hombre. La mujer había entendido aquello del evangelio: “Estuve preso y se interesaron por mí… pues todo lo que hicieron por uno de mis hermanos más humildes a mí me lo hicieron” (Mateo 25,36.40). En verdad, importa más la libertad de un ser humano que la posesión de una imagen. Así nos dio aquella indígena una gran lección, porque la fe venera las imágenes que nos recuerdan el amor de Dios, pero antes debe vivirse en el amor y el servicio al hermano, sobre todo el más necesitado. El amor fraterno es el sello de la autenticidad de nuestra fe cristiana. Como dijo Jesús: “Si se aman unos a otros, todo el mundo conocerá que son discípulos míos” (Juan 13,35).
– Meditemos estas palabras del evangelio, mientras contemplamos en la imagen la herida del costado.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (ayudarle a una persona necesitada, dar un buen consejo a alguien, etc..).
Día tercero
Consideración para el día tercero: El Cristo de las aguas
La indiecita siguió lavando ropa en las aguas del Guadalajara, que entonces corría por donde hoy está la torre de la Ermita. Un día, entre las espumas del río, la mujer observa un objeto brillante; era un pequeño crucifijo. Emocionada lo toma en sus manos. Lo lleva a su choza, lo coloca en una cajita de madera y empieza a venerarlo con su sencilla piedad de mujer del pueblo. Si antes había reconocido la imagen de Jesús en el prisionero; ahora recoge como recompensa la imagen que tanto deseaba.
También nosotros hemos encontrado a Cristo en las aguas, pues por las aguas del bautismo se imprime en nosotros la imagen viva de Jesucristo. “Todos ustedes, que fueron bautizados para unirse a Cristo, se encuentran revestidos de él” (Gálatas 3,27). Las aguas bautismales nos hacen hijos de Dios. “Por medio del bautismo fuimos sepultados con Cristo, para ser resucitados y vivir una vida nueva” (Romanos 6,4).
– Meditemos estas palabras de san Pablo, mientras contemplamos las manos del Señor de los Milagros.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (leer y meditar un párrafo de los evangelios, confortar a una persona que tiene un duelo, etc.).
Día cuarto
Consideración para el día cuarto: Una imagen vale más que mil palabras.
La imagen de Jesucristo crucificado que presidía la choza de la indígena era para ella todo su tesoro. No sólo era el “retrato hablado” del Nazareno que había predicado el Reino de Dios, Reino de justicia, amor y paz, sino también el inicio para ella de una nueva vida en Cristo. Aquella imagen no era una invención humana; era un regalo que Dios había querido hacerle a ella y a todo su pueblo.
La mujer indígena no pretendía atrapar en una representación visible al Dios invisible, sino entrar en comunión con Jesús, imagen perfecta del Padre, que por la encarnación se había hecho cercano, tocable. Sabía que un retrato no es la persona, pero la representa, la recuerda; y eso le bastaba. Quería sentirse como los primeros discípulos y poder repetir: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, eso que hemos visto y oído, eso les anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros, ya que estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo” (1 Juan 1,1-3).
– Meditemos este texto bíblico, mientras contemplamos el rostro del Señor de los Milagros.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (hablar de Jesucristo con alguna persona, regalar alguna estampa o imagen de Jesús, etc.).
Día quinto
Consideración para el día quinto: Crecimiento en Cristo
Una noche la indiecita oyó que la caja, dentro de la cual había colocado el crucifijo, traqueteaba y crujía con extraño ruido. Se acercó y comprobó que la imagen había crecido y reventado la madera de la caja. Era ahora una imagen casi de tamaño natural, tal como se encuentra aún hoy en el camarín de la Basílica y de donde sale únicamente cada siete años con motivo de las Rogativas. Enterados de aquel hecho extraordinario, los vecinos comenzaron a reunirse con fervor en torno a la imagen, convirtiendo la choza de la indígena en la primera capilla para veneración del Crucificado.
Cuando Jesús vivió en esta tierra, “crecía en edad y sabiduría delante de Dios y de los hombres” (Lucas 2, 52). Y cuando los hombres inicuos pretendieron quitarlo de en medio matándolo y sepultándolo, fue el momento en que creció con más gloria y esplendor por su maravillosa resurrección. “Por eso, Dios le dio el más alto honor y el nombre sobre-todo-nombre” (Filipenses 2,9).
El crecimiento de la imagen nos recuerda, además, que nosotros crecemos como personas y como cristianos. Lo dice bellamente san Pablo: “Dios preparó a los suyos para hacer su trabajo de servicio, para hacer crecer el cuerpo de Cristo… Así seremos personas maduras, desarrolladas conforme a la estatura completa de Cristo” (Efesios 4,12-13).
– Meditemos esta Palabra de Dios, mientras contemplamos en la imagen los pies del Señor de los Milagros.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (no comer a deshoras, hacer ejercicio físico, etc..).
Día sexto
Consideración para el día sexto: El Cristo Vencedor
Los portentos de la imagen se regaron como pólvora por el contorno y mucha gente de los alrededores de Buga quiso conocer y venerar la santa imagen. Era una devoción descontrolada e indiscreta. Algunos arañaban la imagen para llevarse trocitos como reliquias, y de esa forma afearon horriblemente el crucifijo. Tanto que un visitador eclesiástico (en el año 1605) ordenó quemar esa imagen tan desfigurada. En una ceremonia oficial, arrojaron la imagen a las llamas. Pero no se quemó; antes bien, empezó a sudar y a renovarse. De este hecho maravilloso y de los milagros que se siguieron al tocar a los enfermos con los pañuelos empapados en el sudor aceitoso de la imagen quedaron documentos juramentados.
La autoridad eclesiástica, al constatar el crecimiento de la devoción a aquella imagen del crucificado, se vio obligada a autorizar el culto y a acompañarlo en las grandes festividades con algún sacerdote. Tal vez sea un recuerdo de esta prueba de fuego la fabricación de los rayos de luz que despide la cruz del Señor de los Milagros. La victoria de la imagen sobre el ímpetu del fuego destructor recordaba la victoria más gloriosa de Jesús crucificado, vencedor del pecado y de la muerte con su resurrección. Decía san Pedro: “a este Jesús que crucificaron, Dios lo resucitó de entre los muertos; él es la piedra angular que ustedes desecharon” (Hechos 4,10-11). Y san Pablo escribe: “Lo cierto es que Cristo fue resucitado de entre los muertos; él es el primer fruto de la cosecha de los que vencen la muerte” (1 Corintios 15,20).
– Meditemos esta Palabra de Dios, mientras contemplamos los rayos luminosos de la cruz del Señor de los Milagros.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (crear mejor ambiente en el hogar, perdonar las ofensas, etc..).
Día séptimo
Consideración para el día séptimo: El Cristo que atrae multitudes
La prueba de fuego significó un gran crecimiento en la afluencia de devotos ante la imagen del Señor de los Milagros. En las crónicas del santuario se habla de un minero peruano que vino a Buga en 1622. Desde entonces, cada peregrino que se postra ante la imagen ve con sus ojos un crucifijo, pero con la fe va más allá, hasta la presencia de Cristo resucitado, el que venció la muerte y sigue venciendo en nosotros toda clase de maldad. Ese Jesús victorioso es el que, como en su vida terrena, sigue atrayendo multitudes. Así se realiza lo que Él mismo había proclamado: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12,32). La cruz, que antes era patíbulo infame, se convirtió en imán que atrae corazones sedientos de verdad, porque Cristo, desde lo alto de la cruz, sigue convocando a todos los seres humanos para un encuentro de amistad.
La cruz gloriosa del Señor de los Milagros, que despide rayos de luz, es un claro signo de esa victoria de Jesucristo, que ha sido glorificado por el Padre Dios para la salvación del mundo. Ahora reconocemos como el centurión romano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15,39). Ahora sabemos que Él es el Verbo encarnado, la Palabra definitiva de Dios. Y recordamos que Jesús había dicho: “Cuando levanten en alto al Hijo del Hombre, entonces reconocerán que soy el que soy” (Juan 8,28).
– Meditemos estas palabras del evangelio, mientras contemplamos la corona del Señor de los Milagros.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (orar ante un crucifijo o hacer una visita a Jesús en el santísimo Sacramento, etc.).
Día octavo
Consideración para el día octavo: Cambiar de cauce
Cuando los vecinos de Buga quisieron construir un templo al Señor de los Milagros, tropezaron con la dificultad de que no podían levantarlo muy cerca del río, porque sus márgenes eran aún muy inestables. Y cuentan que, el día menos pensado, el río cambió de cauce hacia el sur, desviándose al lugar por donde hoy corren sus aguas. Entonces, sobre el lugar donde se suponía había sido hallada la imagen, se construyó la «Ermita», y, siglos más tarde, la actual Basílica.
El río cambió de cauce. Así mismo, el Señor nos exhorta a cambiar de ruta, a enderezar nuestros caminos, a buscar cada día mejores rumbos de vida. El cristiano no se puede estancar; tiene que seguir avanzando. Y, a veces, tiene que cambiar de cauce en su vida para realizarse plenamente como persona. Con esta invitación empezó Jesús su predicación del evangelio: “Cambien de actitud, y crean en el mensaje de salvación” (Marcos 1,14).
– Meditemos estas palabras del evangelio, mientras contemplamos la boca del Señor de los Milagros.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (meditar en el amor de Dios, hacer una revisión de vida para ver qué es lo que urge cambiar, etc.).
Día noveno
Consideración para el día noveno: El amor nos hermana en Cristo
Los devotos del Señor de los Milagros provienen de muchos lugares del país y del extranjero, como una inmensa fraternidad espiritual. Para todos ellos, recibir una gracia del Señor es sentirse en la obligación de agradecer y de hacer el bien a los demás. «Cumplir una promesa» no es tan sólo llegar hasta la santa imagen, depositar una limosna y rezar alguna devoción; es esto y mucho más. Es sentirse invitado a ser más cristiano y a formar comunidad, a ser más hermano de los demás.
El peregrino del Señor de los Milagros no puede olvidar el gesto de la indiecita que originó esta devoción. Sabe que no pide solamente para él y sus familiares, sino que implora del Señor salud, paz y prosperidad para todos. Así lo reconoció el apóstol Santiago: “Oren unos por otros para alcanzar sanación. La oración fervorosa de una persona buena tiene mucho poder” (Santiago 6,16).
– Meditemos estas palabras del apóstol, mientras contemplamos el rostro del Señor de los Milagros.
– Pidamos al Señor la gracia deseada.
– Hagamos un propósito concreto, así sea algo pequeño (cuidar la naturaleza, hacer una obra buena sin fomentar la mendicidad, etc.).