En este tiempo de Cuaresma, la liturgia nos trae textos bíblicos que son un verdadero tesoro para todos, entre ellos se destaca el pasaje del Hijo Pródigo (Lc 15, 11-32) o como muchos han querido llamarlo recientemente, del Padre Misericordioso. Un nuevo título que podríamos agregar a esta parábola es el de Los Hijos Pródigos, porque se miramos a fondo, descubrimos que ambos hijos del Padre se fueron, el primero al pedir su herencia e irse a un país lejano y el segundo porque al ver la misericordia de su progenitor reclama lo que ya tenía, en un claro gesto que también lo aleja del Padre aún permaneciendo en casa. El primero se va hacia afuera, el mayor se va hacia adentro, a las lejanías de su egoísmo.
Los dos en países lejanos y sin embargo el Padre, esperando con ansias su regreso. Tal vez la imagen más bella es la que nos describe Jesús cuando nos habla de ese padre que desde el hogar otea, esperando y esperando, mirando desde zaguán, incluso desde las afueras de casa el menor indicio de su llegada para correr a abrazarlos.
Puede ser que también nosotros estemos en un país lejano, que no nos demos cuenta y que ni siquiera seamos capaces de reconocer nuestro error, nuestro pecado, como sí lo hizo aquel hijo pródigo que preparó un discurso para decirle a papá: He pecado contra el cielo y contra ti. Quizás no tengamos esa conciencia de que en casa lo teníamos todo. Por eso siempre en nuestra oración debemos agregar una súplica desde el fondo del corazón: Padre si me encuentro en un país lejano y no soy capaz de regresar por mis propias fuerzas, por favor, ve por mí. De todo país lejano, vuélveme a traer, Señor
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Por: Alejandro De Jesús Morales