El Santo del día
22 de abril
Santa María Egipciaca

Al año siguiente, tal como lo habían convenido, el sacerdote Zósimo llegó la noche del Jueves Santo, a la ribera del Jordán con un pequeño cáliz y la hostia consagrada, pero aunque no vio a nadie, siguió escudriñando pacientemente hasta que las nubes descorrieron su velo y dejaron al descubierto una esplendente luna llena que espejeaba en el río y así el monje pudo percibir que en la otra orilla se perfilaba la delgada silueta de María Egipciaca. Cuando ella lo avistó, bendijo el cauce, entró en él, lo atravesó caminando y al tocar tierra, levantó al ermitaño que había caído de rodillas ante el prodigio y le dijo que era ella quien debía prosternarse para recibir la preciada eucaristía, que esperaba con fruición desde hacía 365 días. Luego de comulgar, oraron juntos hasta el amanecer y al despedirse, María Egipciaca le pidió a Zósimo que volviera dentro de un año, pero al sitio en el que se habían visto por primera vez.
Ese lugar del que hablaba María, era un risco al que Zósimo había subido dos años antes, en busca de la soledad necesaria para adelantar su retiro habitual de Semana Santa; estando allí, observó una magra figura, que al verlo, huyó hacia una cueva cercana. El monje se fue en su búsqueda, pero desde adentro escuchó una voz que le decía: “Padre, soy una pecadora penitente y estoy desnuda, lánzame tu manto para cubrirme y entonces saldré para conversar contigo”. Ya arropada por la capa, emergió una mujer huesuda y envejecida, a la que el ermitaño le preguntó quién era; ella le dijo: “Oremos primero y luego te cuento”. Mientras rezaban, su cuerpo comenzó a irradiar una hermosa luz blanca y se elevó del suelo. Zósimo permaneció en silencio y maravillado; al cabo de un rato descendió y le contó que se llamaba María de Egipto y que desde los doce años se dedicó en Alejandría, a la prostitución, pero no por dinero sino por deleite carnal.
Cuando cumplió 30, se sumó –por curiosidad y placer– a un grupo de peregrinos que iban a adorar la Veracruz en Jerusalén y al llegar allí, trató de penetrar a la iglesia del Santo Sepulcro, pero una fuerza invisible la detuvo varias veces; entonces arrepentida de su vida pecaminosa se postró ante la imagen de una Virgen cercana y le prometió con todo su corazón, que si la dejaba entrar, se retiraría a orar y a hacer penitencia por el resto de sus días. En efecto, pudo ingresar y adorar la Santa Cruz; tras confesarse y comulgar, emprendió el camino y luego de vadear el Jordán, se adentró en el desierto y nunca más volvió a cruzarse con ser humano alguno, hasta que después de 47 años de desnudez, soledad, penitencia y silencio, se encontró con Zósimo, que le prometió volver en la Semana Santa venidera.
El Jueves Santo siguiente, que correspondió al año 421, Zósimo volvió con la Sagrada Eucaristía al risco en el que hablaron por primera vez y encontró el cadáver incorrupto de María Egipciaca (con ese nombre está inscrita en el Libro de los Santos), envuelto en la manta que él le había regalado y a su lado, escrito en la arena, un mensaje en el que le contaba que había muerto el Viernes Santo anterior, el mismo día de su despedida, y que por favor, devolviera su cuerpo a la tierra; mientras oraba por ella y pensaba en cómo podría cavar su fosa sin herramientas (dice Sofronio su biógrafo, que fue patriarca de Jerusalén en el siglo VI), apareció un león majestuoso que se acercó mansamente, lamió los pies de la santa y a continuación abrió con sus garras una fosa profunda en la que el monje pudo depositar a santa María Egipciaca. En poco tiempo su tumba se convirtió en lugar de peregrinación y de milagros a granel. Por eso hoy, 22 de abril, día de su festividad, pidámosle a santa María Egipciaca, que nos enseñe a arrepentirnos de corazón, para alcanzar la salvación.
Oración Santa María Egipciaca
Oh Santa María Egipciaca, tú que con tu fe y tu penitencia lograste redimir tus pecados y encontrar la gracia divina, te suplico que intercedas por mí ante nuestro Señor. Ayúdame a encontrar la fuerza para resistir las tentaciones del mal y a seguir el camino de la verdad y la virtud. Que tu ejemplo de humildad y sacrificio inspire en mí el deseo de crecer en mi vida espiritual y de servir a los demás con amor y compasión. Oh Santa María Egipciaca, te pido que me concedas la gracia de la perseverancia en la oración y la confianza en la misericordia de Dios. Que tu intercesión me ayude a obtener la paz y la felicidad que sólo Él puede otorgar. Te lo pido en el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador. Amén.