El Santo del día
15 de abril
San Ezequiel, Profeta

Después de tantas viscisitudes, ya era justo que llegara la restauración y por eso Dios le dijo a Ezequiel: “Voy a tomar la vara de José, que está en la mano de Efraín y de las tribus de Israel que están con él, y la voy a unir con la vara de Judá, de forma que, unidas en mi mano, sean una sola cosa. Yo recogeré a los israelitas de entre las naciones y haré de ellos un solo pueblo en mi tierra”. Con estas palabras el Señor renovó su pacto con Israel, le devolvió la esperanza y abrió la puerta de la reconstrucción de su templo y de la ciudad de Jerusalén –destruida por las fuerzas de Nabucodonosor–, que era hasta ese momento, una quimera para los israelitas. Pero esa misma profecía anunciaba la Buena Nueva del Mesías, seiscientos años antes de que otro José (el primero, fue el patriarca cuya descendencia permaneció esclavizada en Egipto y este segundo era el de Nazaret), también fuera el portador de una vara florecida que lo identificaba como esposo de María y padre adoptivo de Jesucristo, quien con su sacrificio restableció la paternidad universal de Dios sobre todos los hombres.
Este Ezequiel que en el 597 antes de Cristo, había sido deportado a Babilonia con sus compatriotas, por escogencia expresa de Yahvé, se convirtió en su voz y a través de él, Dios reconvenía al pueblo que desesperanzado se relajaba moralmente, se apartaba de los caminos trazados por Moisés y adoraba a otros dioses; le anunciaba los castigos que sobrevendrían por su conducta contumaz, pero al mismo tiempo le reafirmaba su amor y eterna fidelidad. Así mismo Ezequiel, por mandato del Señor, profetizaba contra los enemigos de Israel, a los que les notificaba como habría de ser su destrucción, lo que siempre se cumplía al pie de la letra.
La fogosidad de Ezequiel y su estricta observancia de los mandatos de Yahvé, le merecieron el respeto de todos y por consiguiente se convirtió en la autoridad indiscutible a la que los israelitas acataban sin discusión; y a pesar de que de tanto en tanto recaían en sus conductas reprochables, siempre volvían al cauce, de la mano de este profeta y se puede decir que fue él, quien mantuvo unidos a los cautivos durante el exilio y así salvó la identidad nacional de los judíos. Las directrices dadas por Dios sobre la reconstrucción de Jerusalén y su templo –consignadas en el libro de Ezequiel–, fueron la guía minuciosa de la que se sirvieron, tras su repatriación, los restauradores encargados de ejecutar la reedificación de la ciudad santa. Con razón es considerado como el “Reconstructor de Israel” y se le compara con Moisés y Elías.
Para nosotros los católicos, san Ezequiel es el arquetipo de la fidelidad y de la obediencia incondicional a Dios; por eso hoy, 15 de abril, día de su festividad, pidámosle al profeta san Ezequiel, que nos enseñe a reconocer la voluntad del Señor, para que podamos ser sus voceros, aunque no entendamos sus razones.