¿Qué ocurre cuando muere el Papa?

Cuando el cardenal Camarlengo llega al lecho del papa, luego de ser informado sobre su posible fallecimiento, toma un pequeño martillo de plata que reposa en el escudo de armas pontificio y con él golpea suavemente la frente del difunto, en tres oportunidades, al tiempo que -tras cada martillazo-, lo llama por su nombre de pila y le pregunta si está ahí. Al no recibir respuesta, proclama con voz solemne y estentórea: “El papa ha muerto”. Y de este anuncio, son testigos de excepción el maestro de ceremonias del finado papa y el Canciller de la Cámara Apostólica, quienes por legislación canónica tienen que estar presentes en ese acto. A continuación retira de su dedo el Anillo del Pescador (Sigillum Piscatoris), que representa la autoridad papal (porque en vida, el pontífice lacra con él todos sus documentos oficiales) y lo destruye con el mismo martillo de plata. Este ritual data de 1198, cuando Inocencio III, lo instauró para prevenir la falsificación de documentos del papado, que se había convertido en una próspera fuente de estafas. Al mismo tiempo, el papa es revestido con los ornamentos propios de su condición de obispo de Roma, tal como si fuera a presidir una solemne misa pontifical.  

 

Transcurridas estas ceremonias, y certificado su deceso oficialmente, el Camarlengo procede a realizar un inventario de sus pertenencias y de los documentos que se encuentren en los aposentos papales, así mismo abre su testamento -si lo hay- se entera de las últimas disposiciones del finado, y si es posible, las ejecuta inmediatamente. Después de realizar estas gestiones cierra y sella esas estancias, a las que solo podrá entrar el nuevo papa o una comisión nombrada por él, para la disposición de todo lo que queda adentro. Enseguida y para completar este proceso, el Camarlengo, toma posesión de los Palacios Apostólicos y de la Archibasílica papal de San Juan de Letrán, que es la verdadera cátedra del obispo de Roma. 

 

Desde el momento mismo en que se anuncia la defunción del papa, la administración de la Iglesia queda en suspenso: todos los funcionarios cesan en sus cargos a excepción del responsable de las relaciones con los gobiernos extranjeros y del ministro del Interior del Estado Vaticano -cuyo título es el de “Sustituto”-, ambos pertenecientes a la Secretaría de Estado; el Vicario de Roma o sea el cardenal que en nombre del papa regenta la diócesis romana; el Penitenciario Mayor; y el cardenal Camarlengo, que es de hecho, el administrador interino de la Iglesia durante la vacancia y por lo tanto se encarga de resolver aquellas cuestiones rutinarias y urgentes que no impliquen decisiones de fondo. En esa tarea es asistido por otros tres cardenales (uno por cada orden del cardenalato: Diáconos, Presbíteros y Obispos) que son elegidos al azar y rotados cada tres días. Esta congregación -así se le llama-, se ocupa del velatorio y del funeral del papa, de la preparación del cónclave y de la asignación de habitaciones para los cardenales en Casa Santa Marta y de sus necesidades específicas. Sin contar las del cielo que siempre están abiertas de par en par, en este interregno, las Llaves de San Pedro no pueden abrir ni cerrar ninguna puerta.  

 

Autor: Néstor Armando Álzate

 

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