La fiestas de Pentecostés es  la representación del descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, que comienza cuando termina la Pascua “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran.” (Hecho de los Apóstoles 2, 1-4). 

Este suceso marcó el nacimiento de la Iglesia cristiana y por esta razón se hace en honor al Espíritu Santo y también a la Consagración de la Iglesia. Es el segundo domingo más importante del año y una de las fechas con mayor trascendencia para los creyentes, especialmente para un público juvenil.

La festividad no está desvinculada de la Pascua, no es solo una fiesta al Espíritu Santo, es el momento para celebrar la relación que hay entre la Resurrección, la Ascensión y la Venida del Espíritu Santo. 

Más que símbolos, es importante que los dones del Espíritu Santo se tomen como lo que son, algo propio que Él nos regala para aplicar en nuestras vida. No tiene sentido que vivamos la fiesta de Pentecostés, sin permitirnos interiorizar todo lo que nos es entregado. 

Pidámosle al Espíritu Santo que ilumine nuestros caminos y nos guíe en cada paso para que obremos siempre bajo la voluntad de Dios. 

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