El Santo del día
16 de septiembre
Santos Cornelio y Cipriano, Mártires

Oración a los Santos Cornelio y Cipriano, Mártires
Amados Santos Cornelio y Cipriano, En medio de la persecución y el sufrimiento, mantuvisteis firmes vuestro compromiso con Cristo. Hoy, acudimos a vosotros buscando vuestra intercesión, para que fortalezcáis nuestra determinación y fe. Vosotros, que supisteis enfrentar los desafíos con valentía, interceded por nosotros en nuestras luchas diarias. Que en nuestra vida, la verdad sea nuestra guía, y el amor sea nuestra constante motivación. En el cielo, contempla la gloria eterna de Dios, pero en la Tierra, sigue siendo faros de esperanza. Santos Cornelio y Cipriano, rogad por nosotros, y ayudadnos a ser fieles discípulos de Cristo en todo momento. Con confianza en tu intercesión, decimos: Santos Cornelio y Cipriano, rueguen por nosotros.
Amén.
La enconada persecución desatada por el emperador Decio contra los cristianos en el 250, logró que muchos de ellos –incluidos algunos sacerdotes y obispos–, ofrecieran sacrificios a los dioses paganos por lo cual recibían un certificado y quedaban rehabilitados como ciudadanos romanos, pero luego algunos trataron de volver al seno de la Iglesia, y un presbítero llamado Novaciano se opuso, argumentando que quienes así habían obrado, no podían ser recibidos de nuevo, porque consideraba que la apostasía era un pecado imperdonable. Entonces el papa Cornelio, apoyado por la mayoría de los prelados y especialmente por Cipriano de Cartago, el más prestigioso obispo de la cristiandad en ese momento, determinó que en aras de la misericordia, después de cumplir una penitencia, los que se habían alejado tenían derecho al perdón; entonces a Novaciano, que se proclamó papa, lo declararon antipapa y lo excomulgaron en el sínodo del 251. Pero el hecho de que el papa Cornelio lograra el retorno masivo de los fieles, recrudeció el odio del emperador que lo desterró a Civitavecchia, desde donde mantuvo una prolífica y enriquecedora correspondencia con el obispo Cipriano.
La vida de estos mártires se cruzó en una época especialmente difícil para los cristianos. Ambos nacieron a principios del tercer siglo: Cornelio era romano y por pertenecer a una familia profundamente cristiana, se acostumbró desde muy pequeño al acoso permanente de las hostiles autoridades que siempre estaban persiguiendo a la nueva religión, pero eso no lo arredraba y tras ser ungido sacerdote, se convirtió en uno de los líderes más prominentes de la Iglesia. Cuando el papa Fabián fue martirizado por orden del emperador Decio, la sede se mantuvo vacante 18 meses, puesto que ningún obispo se le quería medir al trono de san Pedro, por miedo, entonces se fijaron en Cornelio, que fue coronado en el 251 y valientemente se puso al frente de los destinos de la Iglesia.
Con su carácter dulce pero decidido, animaba constantemente a sus fieles para que se mantuvieran firmes en la fe y acogió con benevolencia a los que por temor habían apostatado y deseaban retornar a la Madre Iglesia; enfrentó con valentía los desafueros de las autoridades, por lo cual fue considerado enemigo público y luego de ser sometido a toda clase de vejaciones, lo desterraron a Civitavecchia, en donde murió el 14 de septiembre del 253, a causa de las secuelas de las torturas recibidas.
Cipriano, miembro de una familia culta y adinerada de Cartago (África), recibió una esmerada educación y se especializó en filosofía, oratoria y retórica, asignaciones de las que fue profesor y por sus disertaciones era uno de los hombres más respetado y acatado de su ciudad, pero nunca se dejó envolver por la banalidad de la alta sociedad cartaginesa y esa insatisfacción lo llevó a convertirse a la fe católica cuando contaba 45 años. Tras ser bautizado por el presbítero Cecilio –su maestro–, formuló votos de castidad, repartió sus bienes entre los pobres, se dedicó a estudiar teología y a orar en un lugar apartado; dada su preparación fue ordenado sacerdote y ejerció su apostolado con tal celo y devoción, que cuando murió el obispo de Cartago, fue aclamado por el clero y el pueblo como su sucesor.
Desde ese momento Cipriano se transformó en el prelado más reconocido de la cristiandad, por su sabiduría, por la profundidad de sus escritos y por la valentía con la que enfrentaba a los herejes y a los perseguidores de la Iglesia. Aunque por exigencia de sus amigos más próximos, Cipriano estuvo escondido un tiempo, pero agobiado por el destino de su grey, decidió volver a Cartago para enfrentar las acusaciones del procónsul Galerio Máximo, quien en principio trató de disuadirlo para que volviera a los dioses romanos, pero al negarse tajantemente, Cipriano fue condenado a la decapitación, el 14 de septiembre del 258. Antes de morir, perdonó a su verdugo y le regaló 25 monedas de oro por hacer bien su trabajo. Por eso hoy, día de la festividad de estos mártires, pidámosles a san Cornelio y a san Cipriano –que murieron en la misma fecha, pero en diferente año– que nos ayuden a ser firmes en nuestra profesión de fe.