El Santo del día
15 de octubre
Santa Teresa de Jesús

Oración a Santa Teresa de Jesús
Oh Santa Teresa de Jesús, luminosa y sabia, Tus palabras y pasión nos guían día tras día, En la contemplación, hallaste la vía, Para amar a Dios con fuerza y alegría. Mujer de coraje y profundo amor, Fundadora de reformas, alma de fervor, En tu camino espiritual, eres faro y fulgor, Rogamos tu intercesión, oh santa de gran valor. Santa Teresa, guía nuestra oración, Llévanos hacia la divina unión, Que en cada paso en nuestra vocación, Reflejemos tu amor y devoción.
Amén.
El pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana de Ahumada, revoloteaba en los alrededores de la construcción que habría de ser la casa de sus padres, mientras que su madre instalada bajo la sombra de un árbol, lo seguía con la mirada pero no daba tregua al bordado que realizaba, cuando de pronto la sacudió un ensordecedor estruendo que agitó su corazón maternal y lo aceleró mucho más el hecho de comprobar que uno de los muros del edificio se había desmoronado en el sitio en el que minutos antes jugaba el chiquillo. Se levantó como un resorte y salió en su búsqueda pero la polvareda levantada por el derrumbe de la pared la cegaba, entonces pidió auxilio y algunos trabajadores de la obra –cuando se disipó la nube de polvo–, empezaron a remover los escombros hasta que encontraron su cadáver. Doña Juana, transida de dolor, mandó a llamar a su hermana, Teresa, que acudió presurosa, tomó al infante entre sus brazos se retiró y a prudente distancia, se arrodilló, lo depositó en el suelo, comenzó a orar fervientemente a la Santísima Virgen y al cabo de un rato –según consta en su proceso de canonización–, el niño despertó tosiendo y poco después regresó a sus travesuras, como si nada hubiera sucedido.
Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada (nacida en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515), creció escuchando los relatos de su madre sobre las vidas de los mártires y como quería imitarlos, cuando contaba siete años, convenció a su hermano, Rodrigo, para que se fugaran a territorio musulmán con la idea de dar su vida en el nombre de Jesús, pero en el camino los encontró un tío suyo quien los devolvió a sus padres, entonces optaron por construir una celda en la parte posterior de la casa a la que se retiraban a orar días enteros. Aunque la vida religiosa era un imán para ella, tras la muerte de su madre, tuvo sus devaneos, lo que impulsó a su padre a internarla en el convento de las agustinas (en donde estudiaban las niñas de las familias pudientes), pero por una grave enfermedad fue devuelta y durante la convalecencia, se dedicó a leer Las cartas de san Jerónimo, con las que reforzó su deseo de convertirse en monja y aunque su papá se opuso, vistió en 1535, el hábito de las Carmelitas de la Encarnación y adoptó el nombre de Teresa de Jesús, pero otra extraña dolencia la envió de nuevo a casa, en donde permaneció tres años, al cabo de los cuales volvió al convento. Con altas y bajas en su fe, encaró esta etapa de su vida, hasta que en 1554 –cuando contaba 39 años–, la visión de la imagen de un Cristo ensangrentado y la consecuente meditación sobre su pasión, operó en la hermana Teresa de Jesús, un cambio profundo, radical e irreversible.
Convencida de que su Orden –que había relajado sus reglas debía ser revaluada, santa Teresa de Jesús, decidió reformarla contra viento y marea, pues la oposición de sus propias compañeras, las Carmelitas Calzadas y de un sector de la jerarquía eclesiástica, se dio con tal encono que inclusive fue denunciada ante la Inquisición y perseguida por ella, pero no por eso cejó en su empeño y en 1562, abrió el convento de san José –en la construcción en donde había resucitado a su sobrino– y con cuatro monjas comenzó la Orden de las Carmelitas Descalzas, que propendía por tener en sus claustros menor cantidad de monjas y una rigurosa observancia de las reglas originales. El éxito obtenido con su primera fundación se replicó por toda España, país en el que en 20 años, estableció 17 monasterios e impulsó con san Juan de la Cruz, la rama masculina de los Carmelitas Descalzos. Con ello reverdeció el movimiento monástico que se encontraba de capa caída en toda Europa.
A su febril actividad de fundadora sumó una exuberante vida espiritual en la que los éxtasis y levitaciones eran diarios y hasta recibió la transverberación (es decir: fue traspasada por el amor de Jesús y tras su muerte, le encontraron en el corazón una profunda cicatriz, que ratificaba este milagro); al mismo tiempo, dio rienda suelta a su proverbial inspiración como escritora y produjo entre otras obras maestras: El libro de la vida –autobiografía–, Camino de perfección, Meditaciones sobre el Cantar de los Cantares, El castillo interior, Exclamaciones, Fundaciones, Apuntaciones, Desafío espiritual y cientos de poemas místicos. Por el contenido de esta monumental producción, el papa Pablo VI, la declaró Doctora de la Iglesia.
Cumplida su misión, murió beatíficamente en el monasterio de Alba de Tormes, el 4 de octubre de 1582 y fue enterrada –léase bien–, al día siguiente, 15 de octubre. Este extraño hecho se dio, porque esa misma noche, entró en vigor el nuevo calendario gregoriano que suprimió los once días que mediaban entre estas dos fechas. Fue canonizada por el papa Gregorio XV, en 1622. Por eso hoy 15 de octubre, día de su festividad, pidámosle a santa Teresa de Jesús, que nos enseñe el Camino de la perfección.