El Santo del día
15 de marzo
Santa Luisa de Marillac

En 1652, Francia estaba sumida en una cruenta guerra civil, en la que el primer ministro, Julio Mazarino, enfrentaba a todos los nobles galos que lo veían como un intruso por el hecho de ser italiano y con esa excusa tenían sitiada a París. Esta enconada confrontación había cobrado la vida de miles de soldados y dejado sin hogar a 200 mil pobres que famélicos y enfermos deambulaban por las calles de la capital francesa; cada día, muchos –especialmente los niños y los ancianos– morían de inanición, pero las Hijas de la Caridad redoblaban sus esfuerzos para atenderlos a todos y a su fundadora Luisa de Marillac, se le veía en todas partes dirigiendo a sus hermanas, consolando, estirando la capacidad de sus albergues y haciendo milagros pues nadie se explicaba de dónde obtenía alimentos (dado que en la ciudad no había) y por eso, el 21 de junio de ese año san Vicente de Paúl, escribió admirado: “Las Hijas de la Caridad, hacen y distribuyen todos los días la comida, a 1.300 pobres vergonzantes, y en el barrio de Saint Denis, a 800 refugiados; sólo en la parroquia de san Pablo, cuatro o cinco de estas Hermanas dan de comer a 5.000 pobres, además de los sesenta u ochenta enfermos que tienen que atender”.
Luisa de Marillac (nacida el 12 de agosto de 1591, en París), era hija de un noble de la región de Auvernia, que encargó a una hermana suya –abadesa del monasterio de Poissy– de su formación y educación, proceso en el que dio muestras de su inclinación a la vida religiosa y por eso tras la muerte de su padre, ocurrida cuando ella contaba 13 años, quiso ingresar a la orden de las Capuchinas, pero no fue admitida por su frágil salud, entonces continuó bajo el cuidado de su tía hasta que ésta falleció y otro tío, Michel de Marillac –que más adelante sería canciller de Francia– se convirtió en su tutor y se la llevó a París en donde la introdujo en la corte y concertó para ella, en 1613, un ventajoso matrimonio con Antonio Le Grass (que a la sazón se desempeñaba como secretario privado de la reina madre, Catalina de Médicis) y aunque fue una esposa amante y devota, se mantuvo aferrada a la oración, el ayuno y la penitencia, alimentando el secreto anhelo de convertirse en religiosa, oportunidad que comenzó a cristalizarse al quedar viuda en 1625 y conocer ese mismo año, a san Vicente de Paúl, encuentro providencial que los unió para cambiar sus vidas y la suerte de millones de desvalidos del mundo entero.
En esa época, una organización llamada las Señoras de la Caridad, fundada por san Vicente –compuesta por damas de la nobleza– aportaban dinero para atender a los más pobres y aunque algunas de ellas ejercían tal apostolado, no eran consistentes con su trabajo, entonces san Vicente le pidió a la Señora de Grass –como se le conocía en los medios cortesanos– que se apersonara de esa asociación y Luisa de Marillac emprendió con inusitada energía y capacidad organizativa la reestructuración de la obra y al poco tiempo todo marchaba sobre ruedas, pero Luisa de Marillac entrevió que para cumplir con su cometido se requería de la consagración de cuerpo y alma a la causa para redimir a los desvalidos y con tres voluntarias fundó en 1633, la orden de las Hermanas de la Caridad, a las que puso bajo la dirección de san Vicente y con él escribió estas sencillas reglas: “Por monasterios tendrán las casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por clausura tendrán las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción será la obediencia. Puerta y muro de defensa será el temor de ofender a Dios. Como velo protector tendrán la modestia y la castidad”.
Fiel a estos postulados, Luisa de Marillac preparó a sus hijas como maestras y enfermeras y su labor despertó tal entusiasmo que en poco tiempo ya tenía suficientes Hermanas de la Caridad para atender escuelas, talleres, asilos, dispensarios para familias vergonzantes, hospitales, orfanatos, hogares de mujeres abandonadas y casas de enfermos mentales, en 30 ciudades de Francia, Polonia, Alemania e Italia y además instalaban hospitales de campaña en los que asistían a los heridos que ellas mismas recogían en los campos de batalla y para que todo esto fuera posible, Luisa de Marillac –no obstante su frágil salud–, supervisaba todas las casas, escribía documentos místicos, obtenía recursos en todas partes, era la mano derecha de san Vicente de Paúl y le alcanzaba para orar, ayunar y hacer penitencia. Aunque se resistía a abandonar ese ritmo frenético, la edad y los achaques la vencieron en París el 15 de marzo de 1660. Fue canonizada por el papa Pío XI, en 1934. Por eso hoy, día de su festividad pidámosle a santa Luisa de Marillac que nos enseñe a sentir el dolor de los desvalidos, como si fuera nuestro.