El Santo del día
20 de noviembre
San Roque González de Santa Cruz

Oración a San Roque González de Santa Cruz
Oh San Roque González de Santa Cruz, misionero valiente y mártir por la fe, te recordamos con gratitud y devoción. Intercede por nosotros ante Dios Todopoderoso, para que podamos seguir tu ejemplo de entrega y sacrificio. Que tu valentía al llevar el mensaje de Cristo a tierras lejanas nos inspire a ser fieles testigos de la fe en nuestro propio entorno. San Roque González, ruega por nosotros y ayúdanos a vivir con valentía y amor en nuestra vida diaria. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Los encolerizados indígenas de Río Grande Do Sul, aún no saciaban su venganza, y hechizados, contemplaban con fascinación cómo las llamas devoraban la madera y los cadáveres de los dos sacerdotes a los que ellos, luego de asesinarlos, habían lanzado a esa pira, que era lo que quedaba de la rústica capilla de troncos, en la que se acababa de celebrar la misa de fundación de la “Reducción Indígena” de Caaró, Brasil. De pronto de entre el rescoldo surgió una voz clara y fuerte que les dijo a los asesinos: “Aunque me maten, no muero, porque voy al cielo”. Y agregó: “Yo los perdono e intercederé por la salvación de sus almas”. Los criminales, desconcertados, buscaban de dónde provenían esas palabras y descubrieron con sorpresa que el mensaje salía del cuerpo calcinado del padre Roque González de Santa Cruz, que humeaba entre los tizones. Como dedujeron que el sonido no lo pudo emitir su cabeza cercenada, que reposaba al lado de ellos, sacaron sus restos de las brasas, lo abrieron y encontraron su corazón intacto y brillante, entonces se lo arrancaron, lo traspasaron con una flecha, lo lanzaron de nuevo a las ascuas y huyeron del lugar. Su corazón incorrupto permaneció en Roma por más de tres siglos y a partir de 1960, reposa en la capilla de los mártires, del colegio Cristo Rey, de Asunción.
Roque González de Santa Cruz (nacido en Asunción, Paraguay, en 1576), pertenecía a una poderosa familia criolla, en la que la devoción y la piedad eran una forma de vida inalterable, lo que le facilitó una esmerada formación católica básica de la mano del obispo fray Alonso de Guerra. Luego ingresó al recién fundado colegio jesuita de Asunción, en donde se distinguió por su aplicación a los estudios, su entrañable devoción mariana, su comunión diaria y el trato cálido que le daba a los sirvientes –que regularmente eran los indios guaraníes–, de los que aprendió fluidamente su idioma nativo. Luego de completar sus estudios de filosofía y teología, Roque (de 22 años) y su hermano Pedro, formaron parte de la primera camada de sacerdotes ordenados en Asunción, por el obispo Hernando de Trejo y Sanabria, en 1598. Inmediatamente encaminó su vocación hacia la redención de los indígenas y se fue a evangelizarlos en la encomienda de Mbaracayú, una de las más grandes de Paraguay, en la que los nativos eran menos que esclavos, pero sus dueños, incómodos, se lo quitaron de encima haciéndolo transferir al cargo de párroco de la catedral de Asunción y en los nueve años que estuvo al frente de la iglesia más grande e importante del país, transformó las costumbres religiosas de la ciudad y por sus méritos, el nuevo obispo Reinaldo de Lizarraga quiso nombrarlo vicario general de su diócesis, pero el padre Roque González de Santa Cruz, que añoraba las misiones, rehuyó tal honor e ingresó a la Compañía de Jesús, en 1609.
Tras completar su ciclo de novicio, Roque González de Santa Cruz fue enviado a conquistar a los feroces indios guaicurúes a los que amansó con el poder de su palabra evangelizadora y su dulzura. Ellos a su vez, le ayudaron a domesticar a los bravos paranáes y de ahí en adelante se dedicó a fundar en cuatro naciones: Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil –entre el delta del Río de la Plata y los nacimientos de los ríos Paraná y Uruguay–, las “Reducciones Jesuitas”, que eran ciudadelas en las que concentraban a los indios, los catequizaban, les enseñaban a leer y a escribir en guaraní y español, los instruían en técnicas de agricultura, construcción y salud; pero por encima de todo, los trataban como seres dignos, libres e hijos de Dios.
Así le dio vida a las comunidades de Itapuá, Santa Ana, Yaguapoá, Concepción, San Nicolás, San Francisco Javier, Yapeyú, Candelaria, Asunción de Yjuhí y Todos los Santos de Caaró, en donde el 15 de noviembre de 1628, cuando después de oficiar la misa mayor, Roque González de Santa Cruz intentaba con algunos indios paranáes, poner la campana en la rústica capilla que acababa de levantar como centro de la nueva “Reducción”, en territorio brasileño, el cacique Caarupé, por orden de su belicoso jefe el cacique Ñezu –que temía perder su poder con los jesuitas– aprovechó el momento y le asestó (con un hacha de piedra llamada itaizá), un mandoble en su cabeza con el que se la cercenó y san Roque González de Santa Cruz, murió en el acto. A continuación, los asesinos, hicieron lo propio con el padre Alfonso Rodríguez, su compañero, que acudió en su ayuda. Luego le prendieron fuego a la ermita y lanzaron sus cadáveres a las llamas. Fue canonizado por san Juan Pablo II, en 1988. Por eso hoy, 20 de noviembre, día de su festividad,