El Santo del día
21 de febrero
San Pedro Damián

Cuando entró con aire majestuoso y mirada grave, enmudecieron los prelados y los nobles que flanqueaban el salón presidido por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Enrique IV, y sin tomar asiento ni previo aviso, el cardenal Pedro Damián, (enviado plenipotenciario del papa Alejandro II), le espetó al monarca un firme y sesudo discurso sobre la imposibilidad de divorciarse de su esposa Berta de Milán (con la cual había contraído matrimonio en 1066), porque la Iglesia jamás lo aceptaría –por la indisolubilidad matrimonial– y porque ello sería un funesto precedente para sus nobles y súbditos, que probablemente intentarían lo mismo. Además le puso de presente, que dicho acto precipitaría su excomunión y por extensión ningún sacerdote u obispo podría administrar los sacramentos y celebrar la eucaristía en su reino, lo que ni más ni menos significaría para todo el imperio, la condenación eterna.
Al terminar su disquisición, los presentes visiblemente incómodos permanecieron en silencio a la espera de la reacción del soberano que hasta entonces tenía una pétrea expresión y guardaba un áspero mutismo. Al cabo de unos segundos –que parecieron eternos– Enrique IV, se puso de pie, se adelantó hasta la mitad del recinto en donde el cardenal continuaba impasible pero alerta y ante la sorpresa general, humildemente le pidió perdón al príncipe de la Iglesia y le prometió que no se divorciaría. Todos suspiraron con alivio, porque con ello se evitaba la guerra entre las dos potencias dominantes del siglo XI.
Pedro Damián (nacido en el año 1007 en Rávena, Italia), quedó al garete antes de cumplir cinco años porque al perder a sus padres se vio sometido a la caridad pública hasta que un hermano mayor lo recogió, pero lo mandó a vivir entre los cerdos de su granja a los que debía cuidar y alimentar, hasta que su otro hermano, el arcipreste de Rávena, llamado Damián (del que tomó su nombre, como apellido, en señal de agradecimiento), se hizo cargo de él y deslumbrado por su dedicación a la oración, precoz devoción a la Santísima Virgen y aguda inteligencia, lo matriculó en una prestigiosa escuela de Faenza y al término de su formación básica, lo envió a la universidad de Parma, en donde antes de concluir sus estudios superiores ya era el mejor profesor, pero primaba en su corazón el deseo de retirarse a un monasterio y a los 25 años, Pedro Damián ingresó al convento camaldulense de Fonte Avellana, se especializó en Sagradas Escrituras y en 1035 fue ordenado sacerdote; al poco tiempo murió el prior y aunque opuso mucha resistencia, fue nombrado en su reemplazo.
Entonces reorganizó el convento, fundó cuatro más y con sus escritos (entre ellos el Libro gomorriano, en el que hacía una descarnada descripción de la disoluta sociedad de la época a la que comparaba con Sodoma y Gomorra), comenzó a sacudir la conciencia de la Iglesia que atravesaba por una deplorable crisis moral, porque la simonía y la vida licenciosa del clero, eran el denominador común. En esa época conoció al rudo defensor de la pureza de la fe, el monje Hildebrando –futuro Gregorio VII–, con quien hizo causa común contra ese flagelo.
En adelante, Pedro Damián, con sus prolíficos, doctos y contundentes escritos, se convirtió en la brújula de la Iglesia y a él acudieron en busca de consejo los papas Gregorio VI; Clemente II; León IX; Víctor II; Nicolás II; Alejandro VII, Esteban IX (que lo obligó –so pena de excomunión– a recibir el capelo cardenalicio y el arzobispado de Ostia); Nicolás II y Alejandro II. Como legado de algunos de ellos, Pedro Damián cumplió difíciles misiones: enfrentó y depuso al antipapa Honorio II, que había sido impuesto por el emperador Enrique IV, el mismo al que disuadió del divorcio; recuperó para el papado, el gobierno de la iglesia de Milán, que se debatía entre la simonía y la molicie del clero.
Al volver de su última misión en su ciudad natal, Rávena, (a la que fue enviado por el papa Alejandro II, a reconciliar con el papado a sus habitantes, que reclamaban el levantamiento de una excomunión que pesaba sobre ellos por culpa del arzobispo de esa ciudad, que había muerto expulsado de la Iglesia), Pedro Damián tuvo un violento ataque de fiebre y en el monasterio de Santa María de los Ángeles en Faenza, murió a los 65 años la noche del 21 de febrero de 1072; fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia en 1828, por el papa León XII. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Pedro Damián, que nos dé valentía para combatir los errores que se cometen contra la fe.