El Santo del día
19 de noviembre
San Odón, Abad

Oración a San Odón, Abad
Oh San Odón, abad de gran virtud y sabiduría, Tú que guiaste a tus hermanos monjes con amor y disciplina, Rogamos por tu intercesión ante Dios. Enséñanos a buscar la santidad en nuestra vida diaria, A vivir con humildad y devoción, ya amar a Dios sobre todas las cosas. Ayúdanos a encontrar el equilibrio entre el trabajo y la oración, y a cultivar una vida de paz y serenidad en medio de las dificultades. San Odón, modelo de vida monástica y espiritual, intercede por nosotros para que podamos seguir tu ejemplo y crecer en nuestra relación con Dios. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
El abad san Odón retornaba extenuado después de un largo viaje. El crepúsculo se cernía sobre el camino y aún le faltaba un buen trecho para llegar al monasterio de Cluny, entonces retomó su habitual meditación sobre la pasión de Cristo y embebido en ella no vio al individuo que con la cara embozada avanzaba hacia él y solo se percató de su presencia cuando su cabalgadura frenó en seco ante el sujeto que inmediatamente asió las riendas y le ordenó que se apeara, lo cual hizo dócilmente el monje, que se quedó mirándolo y permaneció en silencio cuando el ladrón se montó en el caballo y se alejó. Odón se terció la alforja, reanudó la marcha y su reflexión, llegó al claustro ya entrada la noche, siguió derecho a su celda en la que oró un largo rato y luego se durmió beatíficamente. Al día siguiente, después de maitines los frailes que trabajaban en el campo salieron a sus faenas y al llegar a un recodo encontraron al cuatrero paralizado sobre el lomo del corcel. Al verlos, les pidió auxilio y después de confesarles lo sucedido, les contó que el jamelgo se ranchó en ese sitió y él quedó atado a la montura. Entonces los monjes lo cabestrearon hasta el convento, en el que el abad ya lo estaba esperando y sólo en su presencia, se pudo desmontar; en vez de enviarlo a prisión, Odón lo abrazó y le pagó cinco monedas de plata “por haberle cuidado tan bien a su caballo, durante toda la noche”.
Odón de Cluny nació en Maine, Francia, en el año 879, después de que sus padres –que eran de edad avanzada– le prometieran al Niño Jesús, que si les obsequiaba un hijo lo consagrarían a la vida religiosa y por eso desde muy pequeño encargaron de su educación a un reconocido sacerdote del que recibió una impecable formación cristiana. No obstante cuando ya era un joven, se dejó arrastrar por el ambiente mundano que imperaba en su círculo social, pero luego de sufrir durante tres años de un fuerte dolor de cabeza inexplicable e incurable –según los médicos–, desesperado, le pidió a la Santísima Virgen, que lo curara y a cambio abrazaría la vida religiosa. Una vez sanado milagrosamente, Odón se preparó debidamente: a los 19 años recibió la tonsura y adelantó estudios de filosofía y teología en París y durante algún tiempo se desempeñó como canónigo de la iglesia de san Martín de Tours, a la par que se formaba musicalmente con Remigio de Auxerre, pero atraído por la regla benedictina que estudió a fondo, decidió ingresar en el año 909, al convento de Baume y por la estricta observancia de los preceptos de san Benito, por su total entrega a la oración y al ayuno, por su lúcida inteligencia y conocimiento de las Sagradas Escrituras, su superior el abad Berno, lo ordenó sacerdote y lo puso al frente de la escuela de novicios de la recién fundada abadía de Cluny y al sentir cercana la muerte lo eligió como su sucesor.
Asumió el cargo de prior en medio de la insatisfacción de muchos monjes que veían amenazadas sus confortables y laxas vidas, pero Odón se ganó el respeto, la admiración y el cariño de todos, con el ejemplo, dado que era el primero en levantarse, el último en acostarse, el más riguroso en la observancia de las rígidas reglas, el más generoso con los pobres, el más cálido y afectuoso con sus monjes y el más severo a la hora de corregir. Su mano se notó enseguida porque sus frailes impregnados de su santidad, comenzaron a imitarlo en todo y al poco tiempo el monasterio estaba lleno de religiosos comprometidos y entonces se dedicó a implantar la regla benedictina en todos los cenobios que le fueron entregados para su administración (el papa le había concedido mediante bula, la potestad de intervenir en los conventos que lo requirieran independientemente de la orden a la que pertenecieran y solo rendía cuentas al pontífice, de quien, además era consejero) y llegó a tener más de mil monjes bajo su dirección.
Desde entonces y durante toda la edad media, el espíritu cluniasence –que Odón revitalizó y lideró– imperó en el movimiento monacal europeo y su influencia desvirtuó a la fastuosa Iglesia que entretenida en la búsqueda del poder temporal se había olvidado de su grey y contaminado del boato, del lujo y el hedonismo de las cortes medievales. Agotado de recorrer a Europa de punta a punta, enfermó estando en Roma y pidió que lo llevaran a Tours para morir allí y ser enterrado junto al sepulcro de su santo patrón san Martín de Tours. Y se cumplió su voluntad: llegó a la ciudad, justo, en la fecha en que se celebraba la fiesta de su santo y el 19 de noviembre del 942, tres días después, falleció en paz. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Odón que transforme nuestros corazones para la gloria de Dios.