El Santo del día
10 de septiembre
San Nicolás de Tolentino

Oración a San Nicolás de Tolentino
Hombre de humildad y servicio, que encontraste alegría en el servicio a los necesitados, te pedimos que intercedas por nosotros ante Dios. Danos tu corazón generoso para amar a todos, inspíranos a ayudar a quienes están en dificultades. Que en cada gesto de caridad podamos reflejar el amor divino, y en cada acto de compasión, llevar esperanza a otros. San Nicolás de Tolentino, ejemplo de entrega y sacrificio, ayúdanos a vivir con humildad y generosidad. Ruega por nosotros ante el Padre Celestial, para que podamos seguir tus pasos y ser luces en la oscuridad.
Amén.
Al padre Nicolás de Tolentino le dolían los huesos, ardía de la fiebre, soportaba una sed abrasadora y presa de atroces sufrimientos, se revolvía en su camastro desde hacía varias semanas, por lo que su superior, preocupado, lo puso en manos de los mejores médicos –que no daban con el mal que padecía– y por eso todos coincidían en que tenía sus días contados, pero entretanto el padre Nicolás, en medio de su dolor, arreciaba en sus oraciones y mansamente le decía a Dios que dispusiera de él, como a bien tuviera. Una mañana en la que agradecía al Señor por sus dolores –a los que consideraba un gran privilegio–, se le apareció “envuelta en un admirable resplandor” la Santísima Virgen –según contó él mismo, mucho tiempo después– y le dijo: “Nicolás, envía a alguien a pedir un pan fresco para ti, en el nombre de mi hijo Jesucristo, al primero que pase por la plaza; cuando lo tengas en tu poder, bendícelo, remójalo en agua, cómelo y recobrarás la salud”. Así lo hizo y al instante sanó. Desde entonces el padre Nicolás de Tolentino institucionalizó la bendición de los panes que con esa finalidad mandaba a hornear semanalmente y los repartía entre los enfermos que inmediatamente se curaban. Así nació la añeja devoción de los panes (o bizcochos) de san Nicolás, que en el monasterio de Tolentino y posteriormente en los conventos agustinos de todo el mundo, se siguen amasando, bendiciendo y regalando a los enfermos crónicos.
Nicolás de Compagnone (nacido en Sant’Ángelo in Pontano, Italia, en 1245), recibió su nombre en agradecimiento a san Nicolás de Bari, al que sus padres, de avanzada edad, se encomendaron para que les concediera un hijo y por eso fue criado en un piadoso ambiente cristiano que lo permeó profundamente porque cuando apenas contaba siete años ya era acólito, a los 14 ingresó al convento agustino de su pueblo y a los 16 formuló sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Por ser un estudiante sobresaliente, –en gramática, retórica, oratoria, humanidades, filosofía y teología–, además de aplomado, devoto, humilde y riguroso en el cumplimiento de sus obligaciones, recibió la ordenación sacerdotal, antes que sus compañeros, en 1271; en principio fue maestro de novicios y ejerció su apostolado en Valmanente, Recanati, Fermo y Sant’Elpidio, antes de recalar definitivamente en Tolentino, en donde permaneció hasta su muerte.
Muy pronto la humildad de Nicolás de Tolentino fue rebasada por la fama de su santidad, porque no daba tregua a su actividad, pues del confesionario solo salía para predicar en las calles de Tolentino, bendecir a los enfermos que invariablemente sanaban en el acto, pedir limosna para repartirla inmediatamente entre los más desvalidos y celebrar la Eucaristía, (especialmente por las almas del purgatorio de las que es su abogado). Por las noches Nicolás de Tolentino oraba en su estrecha celda hasta el amanecer y luego de descansar a lo sumo dos horas, volvía a la carga con un vigor inusitado, a pesar de las múltiples dolencias que siempre lo acompañaron.
Mantuvo ese frenético trajín durante treinta años, al cabo de los cuales su salud comenzó a menguar y murió el 10 de septiembre de 1305. San Nicolás de Tolentino fue canonizado por el papa Eugenio IV, el 5 de junio de 1446 y en ese proceso –que lo convirtió en el primer santo agustino de la historia–, le fueron comprobados 301 milagros, sostenidos por las declaraciones de 371 testigos. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Nicolás de Tolentino, que nos enseñe a confiar plenamente en la misericordia de Dios.