El Santo del día
3 de noviembre
San Martín de Porres

Oración a San Martín de Porres
Dios misericordioso y generoso, En este día, elevamos nuestra oración a San Martín de Porres, humilde servidor de tu amor y ejemplo de caridad. Te agradecemos por el don de su vida y su dedicación a ayudar a los más necesitados. San Martín, intercesor ante el trono divino, te pedimos que nos inspires a seguir su camino de compasión y servicio a los demás. Concédenos la gracia de amar y atender a nuestros hermanos y hermanas con humildad y generosidad, como él lo hizo. Que su ejemplo nos guíe en la búsqueda de la santidad y en la práctica de la caridad, recordándonos que cada acto de amor es un reflejo de tu amor. San Martín de Porres, ruega por nosotros.
Amén.
El viejo perro dormitaba plácidamente bajo el rellano de las escalas, pero fastidiado por el fétido olor que expelía el sarnoso, su propietario, el ecónomo del convento, ordenó que lo mataran. Los negros encargados de esa ominosa tarea lo sacaron a rastras, hasta el patio central del monasterio y aunque el indefenso gozque gañía lastimeramente, sin contemplación, lo ahogaron y cuando se disponían a arrojar su cadáver en el muladar, pasó por allí fray Martín de Porres, quien conmovido por la penosa escena le pidió a los ejecutores que se lo entregaran y con todo el cuidado lo llevó hasta su celda, se encerró con él y llorando oró fervientemente durante un buen rato, al cabo del cual, el perro abrió los ojos, se incorporó y lamiendo las manos de su bienhechor, batía la cola, ladraba con alegría y retozaba por toda la celda. A continuación se lo llevó al amo desalmado, le recriminó su crueldad y le recordó que esa criatura lo había acompañado fielmente durante 18 años y merecía su agradecimiento y protección. El ecónomo, arrepentido, le pidió perdón al santo y le prometió que lo cuidaría, mimaría con esmero y así lo hizo hasta que murió el viejo perro, cinco años después.
Martín de Porres (nacido en Lima, el 9 de diciembre de 1579), era hijo de un español y una negra liberta, que nunca pudieron casarse por la disparidad de sus orígenes y por ello estuvo marcado por la discriminación, no obstante recibió de sus padres una sólida formación cristiana que lo indujo a ingresar –cuando contaba quince años–, al convento de los dominicos que lo recibieron con ciertas reservas por su condición social, en calidad de “Donado”, lo que significaba que sería destinado a trabajar como criado y no alcanzaría la dignidad sacerdotal, pero dada su virtud, humildad, obediencia y sobre todo una inconmovible devoción que se reveló muy pronto con los prodigios que se suscitaban a su alrededor, nueve años después fue promovido a la condición de fraile en 1603. No obstante, conservó su preferencia por los oficios humildes que hasta ese momento desempeñaba: el toque puntual de las campanas, el aseo de todo el convento, el cultivo de las huertas, atención a las necesidades de sus compañeros y su permanente disposición para ayudar a los pobres y curar a los enfermos, lo que hacía con mucha habilidad y eficacia, dado que en su juventud había sido aprendiz de barbero (cirujano, dentista), herbolario y boticario.
Su bien ganada fama de santo, convirtió a Martín de Porres en el fraile más solicitado de Perú, porque a las puertas del convento llegaban desde el más humilde hasta el más encopetado, a todos los curaba milagrosamente y en algunos casos resucitaba muertos como al monje compañero, al que luego de fallecer lo hizo llevar a su celda y después de masajearlo y orar un buen rato por él, el fraile despertó tosiendo y al otro día estaba de regreso a sus oficios. Incluso se dieron casos en los que a Martín de Porres –gracias a su don de bilocación, pues nunca salió de Perú– se le veía sanando enfermos en México, Filipinas, Argel, China, Francia y llevándole alimentos a los misioneros en Japón. Ni qué decir de su capacidad para comunicarse con los animales y lograr que ellos le obedecieran como ocurrió cuando las ratas que invadieron el monasterio, comenzaron a diezmar la alacena y a roer los ornamentos de la capilla, entonces, Martín de Porres las conminó a salir y a permanecer en un descampado con la promesa de que les llevaría alimentos, pacto que ambas partes cumplieron meticulosamente.
Nadie se explicaba cómo podía repartir su tiempo porque a más de todas sus actividades, sólo dormía una hora, ayunaba todo el tiempo, se flagelaba y permanecía orando largas jornadas en las cuales se le veía levitar y mantenerse varias horas, suspendido ante un crucifijo alto y sólo bajaba cuando se lo ordenaban. En sus éxtasis, atravesaba muros; de su magra figura se irradiaba una extraña luminosidad y de su cuerpo emanaba un dulce perfume, que era el que le servía a sus compañeros para encontrarlo cuando Martín de Porres, se les desaparecía. Aunque desde 1630, su salud comenzó a deteriorarse, mantuvo su ritmo de trabajo sin quejarse; a punto de cumplir 60 años, fue atacado por el tabardillo (tifus), que cobró su vida el 3 de noviembre de 1639. Fue canonizado por el papa Juan XXIII, en mayo de 1962. Por eso hoy, día de su festividad, pidámosle a san Martín de Porres, que nos enseñe a ser humildes para servir con alegría a nuestro prójimo.